Julio Scherer

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La pasión por el periodismo sobrecogería, desde el principio y para siempre, a Julio Scherer. En su libro Vivir (2012) que narra el recuerdo de diferentes episodios de su vida, no dejaría de comentar la turbación que le causó el toparse con su primer texto impreso en el diario Excélsior: “Como periodista me sentí trastornado cuando vi publicada mi primera nota en el diario. Me soñé cazador de especies inauditas”.

Ese medio lo vio crecer de ayudante de redacción, para pasar a reportero y finalmente a director, hasta su salida en 1976, luego de un ataque concebido y perpetrado por la Presidencia de la República para acallar la libertad de prensa que afectaba los intereses del gobierno, y que lo llevaría a fundar junto con otros periodistas e intelectuales —entre ellos su amigo Vicente Leñero, quien muriera en diciembre pasado— el semanario Proceso.

De aquellos primeros años periodísticos, Scherer se referiría, en su libro La terca memoria (2007), como unos tiempos alguna vez buenos antes de contaminarse por la corrupción que hasta ahora no ha dejado de privar en todos los medios: “Excélsior pertenecía a la extrema derecha. Lo sé ahora. Pero también sé que era un gran periódico dirigido por periodistas. Los empresarios dueños de diarios, no habían tenido lugar en Reforma 18. Indiferentes a la noticia, ajenos al reportaje y a la crónica, se acomodan con su poder, hacen negocios, y se vanaglorian como centinelas de la libertad de expresión y el equilibrio entre los poderes”.

Julio Scherer García murió la madrugada del miércoles pasado a los 88 años. Por la tarde de ese mismo día sería velado e inhumado en el Panteón Francés de la Ciudad de México, en una ceremonia en la que no faltaron los admiradores y curiosos que a lo lejos observaban, aunque originalmente había sido anunciada como privada y discreta. Por ello, aún así quienes estuvieron presentes dirían que el acto se llevaría a cabo de manera cálida pero reservada, justo como el carácter de Julio lo anticipaba.

Paradójicamente, al gran periodista mexicano, que prefería mantenerse alejado de los reflectores, de funcionarios y políticos, ahora fallecido le sobran los elocuentes discursos y homenajes oficiales de quienes en algún momento fueran incomodados por el periodismo que él promoviera desde su semanario, así como los oportunos opinantes que querrán tener tribuna a expensas de su prestigio.

Sobre esto mismo, de quien hacia finales de los años ochenta rechazara el Premio Nacional de Periodismo porque entonces lo entregara el presidente del país, la hija, María Scherer Ibarra, diría en una carta escrita en Letras Libres en octubre de 2014 que “De mi padre poco se sabe. Del periodista acaso algo más: los trazos que ha delineado en sus libros más intimistas […] Mi padre ha insistido, y con razón, que por él habla su trabajo: sus entrevistas, sus reportajes. Se ha negado a cooperar cada vez que algún colega obstinado ha pretendido biografiarlo”.

El historiador Enrique Krauze, quien fuera realmente cercano a Scherer, dijo respecto a la muerte de su amigo que “hubo muchos que retaron al poder. Hubo pocos que lo hicieron de manera tan consistente.

Era inmensa su pasión por la vida y el trabajo”. Y cree que si algo aportó Scherer al periodismo fue que “le imprimió indignación. Pero una indignación lúcida ante la pobreza, la injusticia, la arrogancia. Nadie como él combatió y exhibió la corrupción”.

Respecto a todos los que ahora hacen alabanzas del legado de Scherer, la escritora Elena Poniatowska dijo que “fue importantísimo para el periodismo de denuncia, sobre todo con Proceso. No creo que ningún gobierno haya querido a la revista, porque ataca y denuncia, la oposición en México se condensa en ella”.

La periodista Cristina Pacheco también daría su punto de vista sobre Scherer, y que junto con la de Krauze y Poniatowska, irónicamente se recogieron en el diario Excélsior: “Hay que tener valor hasta para equivocarte, y asumir las consecuencias de lo que haces. Le aprendí el arrojo. Era un hombre que buscaba la actualidad como alguien que rastrea una presa y no la suelta en ningún momento”.

Del arrojo periodístico de Scherer todos recordarán aquella famosa entrevista que tuvo con el narcotraficante Ismael “El Mayo” Zambada en 2010; admirada por muchos y criticada por otros. Julio recibiría un mensaje a través de un enviado del capo con el que hacía patente que “deseaba conversar conmigo a partir de un dato. Estaba enterado de mi trabajo y me tenía confianza”, recuerda en su libro Vivir.

En el texto publicado en Proceso de aquel encuentro, decía que “a partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado. La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator”.

Pero ese tan sólo sería uno de sus atrevimientos. En sus años como reportero de Excélsior, le tocó cubrir el conflicto en Guatemala, cuando Washington depuso al presidente Jacobo Arbenz Guzmán para sustituirlo por el mercenario y asesino Carlos Castillo Armas.

Y también “en las andanzas iniciales como periodista, ávido de mirar y sentir antes que pensar […] viajé a Rusia en el invierno de 1959, la temperatura a diez grados bajo cero. Pretendí entrevistar al primer ministro Krushev y no llegué más allá del último ujier. […] En plena revuelta contra el dictador Rafael Leónidas Trujillo, entrevisté al líder rebelde, el coronel Francisco Alberto Caamaño […] En Sudáfrica descendí al fondo de una mina de oro en un malacate de maderos semipodridos. En el territorio de la Sudáfrica holandesa entrevisté al último primer ministro del apartheid, Balthazar John Vorster […] En julio de 1980, permanecí esposado a los barrotes de un camastro del campo militar de Guatemala, en el pueblo de San Cristóbal. Había ido en busca de un rastro inverosímil que me hiciera saber de José A. de Lima, secuestrado un mes antes”. Y con ironía recordaría que al entrevistarse con el dictador haitiano François Duvalier en su país sumido en la miseria, “hablamos del régimen hatiano, del mexicano. La presidencia vitalicia y el PRI”. El mandatario con cierta indignación o burla, le diría a Julio: “¿Qué acaso ustedes, en México, con la existencia de un partido único, no han resuelto de una manera muy elegante este mismo problema de la presidencia vitalicia?”.

Son estos algunos de los episodios a recordar de Julio Scherer, quien cuando en 1994 se le pidió que fungiera como intermediario entre el EZLN y el gobierno, respondería con la ética que a no muchos periodistas caracteriza: “Mi condición de periodista me obliga a la imparcialidad, difícil de sostener en la doble condición de mediador y cronista de los acontecimientos que vivimos. Debo, pues, cumplir exclusivamente con las reglas de mi profesión”.

El Rector General de la UdeG anunció que a Julio Scherer García, Doctor Honoris Causa por esta Casa de Estudio, se le rendirá homenaje en los próximos días.

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