Hemingway narrador delirante

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Como en pocos escritores, la vida de Ernest Hemingway estuvo alimentada de sus propias aventuras. Su labor en el periodismo, emprendida a los 17 años, le brindó la ocasión de participar en las más cruentas guerras del siglo XX. Había nacido en Oak Park, el 21 de julio de 1899, en Illinois. Muy pronto se convirtió en una celebridad desde las páginas de los diarios Toronto Star Weekly primero y, luego, en el Kansas City Star, en el que fue corresponsal en Europa.
De cierta forma Hemingway fue el prototipo del escritor trotamundos moderno: casi incansable, recorrió el globo en busca de los sitios convenientes para vivir sus historias y mostrar que la vida era un azar. Descrita su visión del mundo en Adiós a las armas (1929), Hombres en guerra (1932), Verdes colinas de ífrica (1935), Por quién doblan las campanas (1940), y El viejo y el mar (1952), se logra advertir la virilidad de sus personajes y del propio Ernest Hemingway, quien fue un escritor rudo y macho —en el sentido que los latinoamericanos otorgamos a esas actitudes.
Fue boxeador y conductor de una ambulancia durante la Primera Guerra mundial y soldado de infantería; fue un viajero contumaz que recorrió gran parte de la tierra; gustó de las aficiones taurinas y vivió en España y en Cuba; fue a Japón y recorrió la sabana africana cazando animales (hay una enorme iconografía que lo exponen mostrando a su presa aniquilada en el polvo), afición heredada por su padre.
Hemingway fue un gran novelista y ejemplar narrador de breves historias. Vale mencionar sus cuentos “Los asesinos” (de la que hay una versión cinematográfica con Burt Lancaster y Ava Garden y que dirigió, bajo el nombre de Forajidos, Robert Siodmak) y “El invicto”, que la tradición los ha vuelto indispensables.
Tuvo —y aún tiene— a muchos seguidores en nuestro continente. En México es clara la influencia en Ricardo Garibay; en Sudamérica en Gabriel García Márquez. El narrador norteamericano cimentó en sí mismo una figura cosmopolita y, a la vez, bárbara de ser un escritor, seguida por muchos como si se tratara de una estrella de Hollywood.
Perteneció a la llamada Generación Perdida (sus integrantes —Dos Passos, Pound, Caldwell, Faulkner, Steinbeck y Scott Fitzgerald— partieron a París al comienzo de la Primera Guerra mundial y hasta la época de la Gran Depresión norteamericana, y fue en Europea donde adquirieron la experiencia humana y literaria para entregarnos magníficas obras…).
Su actitud recuerda, en mucho, a los personajes del viejo Oeste. Enamoradizo, mantuvo relaciones con infinidad de mujeres. Con algunas tuvo hijos, que a su vez —como es natural— tuvieron retoños que le sobrevivieron. García Márquez se entrevistó con la actriz Margaux, nieta del gringo, con el único pretexto de conversar sobre el viejo Hemingway, a quien en sus tiempos de aprendizaje leyó con enconado fervor y de quien aprendió a narrar y una actitud ante la literatura, el periodismo y la propia existencia.
En una conversación con Plinio Apuleyo Mendoza, dispuesta en El olor de la guayaba, realizada justo unos meses antes de que le concedieran el Nobel en 1982, confesó de manera clara su influencia. “Graham Greene y Hemingway —le dijo al periodista— me aportaron enseñanzas de carácter técnico. Son valores de superficie, que siempre he reconocido”, y deja en claro que el cuento “Un canario como regalo”, del norteamericano, le marcó profundamente, al grado de haber escrito bajo su influencia el que considera García Márquez su mejor cuento: “La siesta del martes”. Bien leído, el influjo de Hemingway se puede percibir en más de un texto del colombiano, sobre todo en aquellos de prosa directa, escueta y realista.
Ernest Hemingway fue un cazador de safari vigoroso, como también lo fue en las narraciones cortas. El narrador vivió por al menos veinte años en Cuba, donde concibió El viejo y el mar, en Finca Vigía, en 1952, y le fue otorgado el Pulitzer. Aventurero y certero cazador, el 2 de julio de 1961 —enfermo y ya en su país y con el Nobel en sus manos—, se destinó un disparo con una escopeta. Lo imagino boquear como un animal herido en el piso, mientras el cantante Eliades Ochoa dice concluyente: “Bajo la noche guajira, Hemingway delira…”.

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