El poeta que sembró semillas

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Por lo menos los últimos cinco años, Hugo Gutiérrez Vega los dedicó a sembrar semillas a lo largo y ancho del país. Hablaba de literatura, de periodismo, de cultura, pero sobre todo se preocupaba por México. Era, como lo había descrito Marco Antonio Campos, también escritor, “un poeta viajero que conoció tantas ciudades y pueblos, pero siempre llevó sobre los hombros la Guadalajara y el Lagos de Moreno de la niñez”.

En sus charlas utilizaba la indignación para desacreditar al régimen que recién había vuelto a tomar las riendas del país, aunque también con ironías, para lograr comprender la realidad actual.

En 2014 la UdeG lo nombró Doctor honoris causa, y la cátedra que lleva su nombre en el CUSur, se aproximaba al primer lustro de vida. En la pasada Feria Internacional del Libro (FIL), se reunió con el periodista Lorenzo Meyer para hablar de la situación nacional y de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa.

Terminó contando una anécdota vivida con su propio nieto Gabriel Román, de cuando el niño tenía tres años. El abuelo Hugo estaba sentado en la sala de la casa. En un momento vio pasar al niño con una prisa decidida –relató con su voz adiestrada por la lírica—. “Le dije que a dónde iba y me respondió, ‘voy a mi cuarto, a encerrarme para ver si entiendo’. Al chiquillo lo mandaban como castigo a su cuarto para ver si entendía y luego de un pensamiento rápido que pasó por mi mente, le contesté: ‘vamos Gabriel, yo me voy detrás de ti’”.

Un día antes de que se cumpliera el primer año de la desaparición de los normalistas de Iguala, murió el poeta Hugo Gutiérrez Vega. Unas semanas antes, en una visita que hice al Centro Universitario del Sur (CUSur), Alejandro Sánchez, de la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega de periodismo cultural y las letras, me propuso entrevistar al escritor y catedrático. Él quería ser entrevistado. Quería hablar de lo que representaba la cátedra, de las actividades que tenía programadas con la UdeG, del programa Letras para volar y los números que tenían pensados publicar en las colecciones coordinadas por él, Fernando del Paso y Carlos Fernando Vevia Romero. Quería sembrar la mayor cantidad de semillas posibles.

Quería estar con los estudiantes.
Lo entrevisté vía telefónica en su casa en la Ciudad de México. Me platicó sobre la importancia de hacer un buen periodismo en el país —pues decía que éste era un reflejo de la sociedad—, pero de forma didáctica y dialéctica, para comprender y generar cambios en la misma. También me dijo que por eso a los poderosos, cuando hay crisis, les interesa cortar espacios en lo cultural, por los cambios que pueden generar.

A manera de crítica constructiva, dijo que el suplemento cultural 02 cultura, que él llamaba cariñosamente “oxígeno”, era precisamente una bocanada de oxígeno para la ciudad de Guadalajara: “Yo creo que va muy bien, porque le da oportunidad a los jóvenes”, y era un asiduo lector.

También habló de la juventud. Entonces supe que el académico, escritor y periodista se había dedicado a ser agricultor de la flora de conocimientos que habitaba en su haber: “A mí lo que me interesa es realmente eso: ir a los campos y hablar directamente con los estudiantes. Asistiré a lo que pueda, ya ve que estoy muy viejo y muy limitado. Pero daré lo que mis esfuerzos me permitan”.

Era el director de La Jornada Semanal, sin embargo, sus ocupaciones fueron múltiples. Como poeta y escritor publicó más de 30 de libros, fue diplomático y académico en diversas universidades; docente en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y rector de la Universidad Autónoma de Querétaro, así como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre sus distinciones resalta el Premio Nacional de Periodismo, Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde y el Premio de Periodismo Cultural Fernando Benítez, de la FIL Guadalajara, entre otros.

Dice el refrán que cada persona es arquitecto de su propio destino. Quizá es lo mismo que sucedió con Gutiérrez Vega, que a su paso lento dejaba, con sus palabras, los cimientos que la sociedad necesitaba.

De sí mismo, parece haberse descrito en este presente que ahora corre y él ya no está físicamente, en su poema Para la abuela, que hablaba con pájaros creyéndolos ángeles: “Si nada cesa tú nunca cesarás. / La muerte grande te besó en las mejillas / y nosotros logramos reírnos. / Estamos contigo. / Tu memoria no se detuvo nunca”.

Existe una probabilidad de que don Hugo ya sintiera cerca la muerte, pero nunca dejó de ser él mismo. En alguna ocasión vaciló con “la huesuda”, “que la trae contra los poetas”: en la lista reciente quedaron José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Bonifaz Nuño, Mariano Flores Castro; ahora se une Gutiérrez Vega, pero aquella tarde, luego de recibir un reconocimiento de manos del rector de la UdeG, Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla y sentarse de nueva cuenta en su silla de ruedas, retó a unas “carreritas” al también escritor Fernando del Paso, que se encontraba en el público, también en silla de ruedas. A mitad del pletórico paraninfo Enrique Díaz de León, le reclamó a la muerte: “Ya podría distraerse la tal Huesuda, y dedicarse, por ejemplo, a los diputados y a los senadores…”

Hugo Gutiérrez Vega nació en 1934, en Guadalajara, justo el año cuando Lázaro Cárdenas del Río ganara las elecciones y asumiera la presidencia de México. Ochenta años después, con un enorme bagaje de conocimiento en su haber, dentro de una Feria del Libro, en la ciudad que lo vio nacer, hablaba de su país, diciendo que el PRI, en algún momento tuvo una idea de nación: empezó el año de su natalicio, precisamente con el general Cárdenas y acabó con “el capitalismo salvaje de Carlos Salinas de Gortari, disfrazado de neoliberalismo”.

Don Hugo se justificaba diciendo que era un viejo de ochenta años: “Seamos sinceros, los viejos somos alarmistas y tendemos a decir que cualquier otro tiempo fue mejor. Pero tenía razón don Jorge Manrique, en el caso de México: cualquier tiempo pasado, fue mejor. Se nos está desmoronando en las manos este país”.

Sobre la violencia, afirmó que había una involución, tal cual la descrita el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss: “Ayotzinapa es esperpéntica, es dolorosa, es horrible, terrible, pero lo que tiene como esperpéntico es la presencia de una policía corrupta hasta la médula de los huesos, pues estamos en la barbarie, es la misma barbarie del inicio de la humanidad, pero tecnológica; los asesinos traen consigo AK47…”

La tarde de la entrevista telefónica, Hugo Gutiérrez Vega tenía una voz serena y apacible, que se confundía con la madurez de las horas de un día que está por terminar. Tuve que llamarlo dos veces. La primera parecía que no estaba enterado de nuestra plática, pero pidió que le llamara más tarde y no se negó a responder ninguna pregunta.

En el réquiem de aquella tarde, me aseguró que su labor con la cultura era un poco como la del ave fénix. A mitad de la charla timbró su teléfono, ofreció una disculpa y contestó: era una de sus hijas –tal vez Lucinda o Fuensanta–. Escuché que le decía de la manera más cariñosa, con el mejor diminutivo que un padre se dirige a su hija: “sí mijita”. Después regresó a la llamada en espera conmigo y se excusó por interrumpir nuestra conversación.

Cuando se despidió, me envió el abrazo que aún conservo con las siguientes palabras: “nos vemos pronto”. Un “pronto” que se quedó en aquel miércoles. Ahora sé que el polvo del amanecer apenas comienza en la eternidad del fénix, pues de entre las cenizas perdurará la cultura y la obra que sembró el poeta, escritor y periodista, y que el vaivén del viento hará revivir la obra del agricultor incansable.

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