El poder de la sexualidad

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Lo que es interesante es saber cómo en un grupo operan mallas de poder, es decir, cuál es la localización exacta de cada uno en la red del poder.
Michel Foucault

Del cine de Bertolucci se dice que cuestiona el poder, que reta, que estimula la trasgresión. “Marcó a mi generación; nos transformó la forma de entender el cine político”, asegura Gerardo Salcedo, director de programación de la retrospectiva fílmica con la que el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) iniciará el homenaje a uno de los cineastas más reconocidos de Italia.

Y aunque ha sabido sintetizar en sus filmes, eminentemente político-sociales, absolutos ideológicos opuestos como la crítica al fascismo y la ponderación del comunismo en Novecento (1976) —filme de gran formato que ensayaba un repaso crítico por la historia de las primeras 5 décadas del siglo XX en más de 5 horas de duración—, Bertolucci no interpela panfletariamente al espectador. Incluso, El último emperador (1987), una muestra de la historia de la transición china del imperio a la república, no es una cinta histórica de la política de aquel país en sentido estricto, sino una discusión simbólica en imágenes sobre condiciones, relaciones y negociaciones de poder. Representa una continuidad de una tradición personal añeja, ya presente en Il Conformista (1970) y El último tango en París (1972), de colocar el poder en las relaciones más que en las instituciones. Presencia foucaultiana que no sólo influyó su trabajo, sino que contribuyó a definirlo.

Así como el teórico social francés insistió en reconsiderar el concepto de poder, proponiendo el análisis de su funcionamiento más que el de la definición de sus características —y en ese esfuerzo hizo énfasis en la sexualidad y el instinto “no como un dato natural, sino como una elaboración, un juego complejo entre el cuerpo y la ley”—, Bertolucci reconstruye fílmicamente ese principio de socialización sexual, de identificación cultural haciendo de ello su sello de estilo. Dota a sus personajes con discursos que ejercen una relación con el otro, de dependencia, de intercambio, de ventajas y desventajas estratégicas en las que el sexo es poder aún en distintos órdenes institucionales e ideológicos. Personajes que se construyen mientras se relacionan, que desnaturalizan convenciones, instaurando nuevas normalizaciones, como el hombre mayor a la joven que apenas ha visto y con quien mantendrá un fuerte vínculo puramente sexual: “—No sé cómo te llamas. —No tengo nombre. —¿Quieres saber el mío? —No, no me lo digas. Tú no tienes nombre y yo tampoco. No hay nombres. Aquí no tenemos nombre. —¿Estás loco? —Es posible que lo esté pero no quiero saber nada de ti”, en El último tango en París.

El cineasta provee y despoja a voluntad rasgos de pertenencia social y cultural, lo mismo a una joven burguesa, a un niño emperador que a un campesino; cuestiona los preceptos xenófobos que ayudaron a fundar regímenes como el de Mussolini, reinterpreta el erotismo del baile de salón construyendo una escena erótica entre dos mujeres aristocráticas en pleno baile público. No en vano, Bertolucci es reconocido, como expresa Salcedo, por “entender que la política y la sexualidad van unidas”.

Por ello, el homenaje y la retrospectiva de su obra a más de 50 años del inicio de su carrera, con una filmografía que deambula entre la historia, la política y la sociedad a través del erotismo cuasi contestatario y polémico, se vuelve necesario ahora que el cineasta italiano es poco conocido por las últimas dos generaciones de jóvenes. Con 18 títulos elegidos, entre ellos Io e Te (2012), que no se ha proyectado comercialmente en México, y la multipremiada El último emperador (1987) en formato 3D, el FICG da la bienvenida a Bertolucci a partir del 18 de febrero en el Cineforo, con la presentación que distintos académicos realizarán sobre sus películas, con la intención de hacer de ellas “más que el espacio para el debate, un lugar de encuentro”, concluyó Salcedo.

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