El demonio las encuentre

1226

En la página 125 del libro encontré la respuesta de por qué un tipo vestido con una llamativa y colorida camiseta, con pinta de souvenir hawaiano, gesticulaba, gritaba y se removía en su asiento al comentar su propio texto: “Pasé horas ensayando las lecturas y mi cháchara desde el podio. Compré ropa nueva y llamativa para realzar mi estatus de Eres el Puto Amo”.
Es el conocido como “Demon Dog of American Crime Fiction”, James Ellroy, el que lo dice en su libro A la caza de la mujer, título que le resulta una desgracia, y del que vocifera a su público en la FIL no haber sido consultado, pese a tener a un lado como presentador al director editorial en Random House Mondadori.
La feria es un buen lugar para reírse de las malas traducciones. El nombre original del libro The Hilliker curse, que sin duda suena más adecuado, es la búsqueda autobiográfica de respuestas que para Ellroy significan dar sentido a cómo la obsesión por su madre Jean Hilliker y su asesinato, lo llevaron a escarbar en cada mujer de su vida, para encontrar a la que fuera sólo Ella, pero “tío chiflado, tú aún no lo sabes, ninguna mujer puede salvarte”.
Desear a tu propia madre ya era bastante para Ellroy: “Fingí dormir. Ella salió de una nube de vapor, y desnuda, se secó con una toalla. Entorné los ojos y memoricé su cuerpo por enésima vez” […] Me colaba en el armario de la ropa de mi madre. Me encantaba el olor de su ropa interior y de sus uniformes de enfermera”. Pero invocar la Maldición fue lo que te hundió. Podrían venir miles de Ellas, pero cuánto habría que soportar y dañar para hallar a la madura y pelirroja Jean; aunque al final, esto es lo que te ha hecho escribir, ¿no es así?: “Mis dotes de narrador son profundas e impermeables a críticas y tienen su origen en el momento en que deseé verla muerta y decreté su asesinato”.
Es el final de los años cincuenta. En tus pocos años de infancia es mucha mierda aguantar que revienten a tu madre. Aquella foto publicada en Los íngeles Times, olvidada en ese 1958, y reproducida después hasta el cansancio, no fue más que otra patada en el culo cuando una de tus mujeres, una de tus Ellas, vino a regalártela una mañana de navidad: “Abrí el paquete […] Vi una imagen en blanco y negro detrás del cristal. Supe al instante de qué se trataba […] Soy un estúpido chaval de diez años. Llevo una camisa de cuadros y pantalón claro. Llevo la cremallera de la bragueta proféticamente medio bajada. Un poli acaba de decirme: ‘Hijo, tu madre ha muerto’”.
La lectura de todos aquellos informes policíacos te marcaron. Allí comenzó tu afición, tu necesidad por encontrar un culpable –que no fueras tú–, por desenredar la telaraña que se tejió en tu cabeza con la muerte de tu madre y escribirlo: “Mi primer trabajo: ver el expediente policial de Jean Hilliker y describir el sobresalto. El segundo: contratar a un poli de Homicidios y tratar de resolver el caso […] En aquel momento, mi tarea era jugar a los detectives y enmarcar a mi madre en las páginas de un libro”.
Al fin y al cabo terminarías por darte cuenta de que lo único que te quedaba para apaciguar la Maldición era hacer las paces con Ella: “Sabía que no encontraría al asesino […] Tomé abundantes notas de la relación mental emergente con mi madre. Comprendí que la fuerza de aquellas memorias radicaría en una descripción de aquel viaje interior. En eso me equivoqué. Mientras firmaba el contrato del libro, supe que la reconciliación era el único final adecuado.”
Es febrero de 1958. ¿Recuerdas cómo tu padre te decía que Jean era una borracha y una puta, que había contratado detectives para que la sorprendieran culpable, y cómo te pedía que tú mismo la espiaras? Era tu cumpleaños. Alcoholizada te sentó en el sofá y te preguntó si preferías vivir con papá o con Ella. Tu respuesta recibió una bofetada. Caíste para golpearte en la cabeza y sangrar. Puta borracha –la llamaste. “Tres meses después, era asesinada. Murió en el punto culminante de mi odio y de mi lujuria, ardientes por igual”.
Eres el artista de la novela negra. El perro escandaloso y exhibicionista que creció devorando literatura de crímenes. Que se drogaba con descongestionador nasal. Un maldito voyeur que se hacía puñetas en las ventanas del vecindario. El hombre que dice que el tema de sus novelas es “hombres malos enamorados de mujeres fuertes” y “la literatura no es más que la historia de hombres aislados sobrepasados por lo que les rodea […] que se ven forzados al cambio mientras interactúan con los acontecimientos y conocen a una mujer”.
Dijiste que seguías la trayectoria de la Maldición Hilliker. Que querías que una o todas fueran Ella, a pesar del precio de total locura. Pero “he llevado demasiado al límite mi voluntad obsesiva […] Ya no puedo recurrir mucho tiempo más a Ellas para encontrarla a Ella”. Ni a ti mismo: “Ella y yo somos uno en nuestra hambre y en nuestra rectitud. Le debo todo lo que hay de verdadero en mí”.
Cada línea, cada libro, no ha servido sino para exorcizar la Maldición autoimpuesta hace medio siglo.

Artículo anteriorResultados Preliminares del Programa de Estímulos Económicos a Estudiantes Sobresalientes
Artículo siguienteCentro Universitario de Tonalá