El cuerpo que habitó la nada

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En su libro, Género, identidad y lugar (2000), Linda McDowell señala que existe una diferencia entre el cuerpo real, que cualquiera de nosotros habita y entonces se convierte en el primer espacio habitado, y el discurso en torno al cuerpo, es decir, la corporeidad o discurso de la corporalidad. Señala asimismo que dicho discurso se construye con base en los valores androcéntricos, por lo que suelen despreciarse determinados cuerpos que no se ajustan o siguen la norma vigente como son los cuerpos gestantes, los cuerpos enfermos y los cuerpos viejos.

Este discurso de la corporalidad trae, en consecuencia, ganancias económicas, pues está ligado al discurso mediático del cuerpo atlético, vigoroso y sano. Sin embargo, existen muchas otras formas de hablar el cuerpo y, en este caso que nos ocupa, la protagonista de La hora de la estrella, de Clarice Lispector, es un claro ejemplo de cómo se deconstruye dicho discurso a través de diversos sucesos que en este trabajo analizaremos para observar cómo un cuerpo presumiblemente bello, al final, termina habitando la nada.

Para ello, he dividido el trabajo en tres apartados: el primero, me referiré al cuerpo y la corporalidad que se gesta en y a través de la novela breve La hora de la estrella de Lispector; el segundo, abordaré el espacio por donde se mueve y habita éste y otros cuerpos; el tercero, comentaré el desdibujamiento entre espacio y cuerpo señalado por el mismo narrador personaje a lo largo de la novela, en particular, en la parte última de la misma. Emplearé entonces herramientas de la teoría literaria feminista y los estudios de género para referirme a cada uno de los elementos que constituyen esta historia.

Cuerpo y corporalidad

Clarice Lispector, junto con Anaïs Nin, constituyen un grupo particular de escritoras del siglo XX que hacen alusión a los temas íntimos, al sentimiento y a la cotidianeidad de la vida que viven muchas mujeres cuyo universo está conformado por la casa, los niños y el marido. A este tipo de literatura escrita por mujeres es la que se denominó en su momento como femenina y que, a veces, no tiene nada que ver con el discurso feminista del que habla Aralia López González en la introducción al libro Sin imágenes falsas, sin falsos espejos (1995), puesto que, como menciona López González, las mujeres que escriben literatura no necesariamente reproducen un discurso feminista, sino un discurso femenino que a su vez reproduce, al final de cuentas, la visión del eterno femenino presente en prácticamente toda la literatura de Occidente donde se retoman los temas y las visiones en torno a la mujer, a saber: frágil, dulce, amorosa, silenciosa, abnegada, etc. (cfr. López González).

Si bien tal es el caso de la autora que nos ocupa ahora y su visión femenina del mundo, también es verdad que Lispector no se queda en el canon literario femenino como una autora más que transforma la vida cotidiana en tema literario, sino que da un paso más adelante y hace de dicho espacio de escritura uno con recursos literarios propios que vuelven su escritura algo particular, al grado de ser considerada dentro del movimiento modernista brasileño, más es en la forma y no tanto en el contenido, donde vemos la aportación que hizo a dicho movimiento y a la literatura brasileña.

«Clarice Lispector es considerada, junto con Guimarães Rosa, la gran escritora brasileña de la segunda mitad del siglo XX gracias a su estilo, entre la poesía y la prosa. Una marca que llenaba de espiritualidad los detalles cotidianos y que se caracterizaba por utilizar la primera persona en los relatos. No se parecía a nadie y su visión no recuerda a ningún movimiento, si bien pertenece a la tercera fase del modernismo, el de la Generación del 45 en Brasil” (Alberto López).

Su narrativa, por ende, escapa a la definición tradicional de escritura femenina porque si bien es verdad que los temas lo son (femeninos), también es cierto que están narrados y expresados de tal manera que sobrepasa el calificativo. Por lo tanto, se considera, por la estructura y la fuerza expresiva en su representación del mundo, una escritora feminista cuyo proyecto no es tanto reivindicar a las mujeres, sino de mostrar al mundo que en esa cotidianeidad suceden cosas inesperadas y nunca antes vistas por haber sido enviadas al olvido.

La vida de todos los días es narrada así por Lispector como no queriendo exhibir más de lo permitido, pero al mismo tiempo va abriendo espacios por donde se cuelan las historias y al final queda la sensación de haber sido testigos de algo importante aunque sea el idilio de un primer amor.

En este marco de referencia se inserta su novela breve La hora de la estrella que, de acuerdo con Alberto López: “Habla de una chica que, al igual que ella años atrás, viaja del noreste a Río de Janeiro”. Sin considerarse un libro autobiográfico, La hora de la estrella narra la vida de una joven, de nombre Macabea, que vive en Río de Janeiro y consigue trabajo de mecanógrafa. La historia está narrada por un narrador-testigo que, al principio y en diferentes momentos de la trama, se hace presente sólo para recordarnos su existencia que a lo largo del libro se difumina, aunque no lo hace por completo.

Este narrador testigo, Rodrigo S.M., va guiando al lector poco a poco por la vida de Macabea a quien conocemos de acuerdo con los propios comentarios del narrador que, en ocasiones, vuelve para hacernos saber que esa historia la inventó al ver a una joven con las características propias de Macabea y de ahí, como muchas historias más en Brasil, va recreando la vida de la protagonista hasta convertirse en una suerte de metanarrador en cuanto nos remite a sí mismo y nos describe su particular forma de trabajar. En ese sentido, nos recuerda al narrador de Unamuno, en su novela Niebla, quien, al igual que este narrador, va guiando al personaje hasta su muerte. La diferencia entre la novela de Unamuno y la de Lispector estriba en que en ésta, Macabea nunca cobra conciencia de su ser como personaje y el narrador la guía por los caminos que él establece hasta llegar a la parte última donde muere. Digamos que Lispector no le da tregua a su personaje y en la voz masculina del narrador hace que Macabea desaparezca casi como llegó: sin darnos cuenta con claridad de lo acontecido.

De esta forma, la estructura de la novela nos va guiando por esta ruta novedosa de narrar los hechos. Y si bien resulta interesante llevar a cabo un análisis de los elementos narratológicos que conforman la novela, en este trabajo no nos detendremos en los elementos estructurales, sino en la historia misma que, como ya queda dicho, comienza con la presencia de un narrador testigo que poco a poco nos va hablando de la norestina (primer apelativo con la que la nombra), hasta irnos desvelando la identidad de la protagonista y su nombre, Macabea.

Y he aquí donde entra en juego la diferencia entre el cuerpo y la corporalidad, pues mientras el cuerpo es lo primero que poseemos y en consecuencia el primer lugar que habitamos (cfr. McDowell), la corporalidad es el discurso que se realiza en torno a dicho cuerpo. Tal es el caso de Macabea quien tiene un cuerpo que habita pero cuyo significado simbólico se encuentra más bien en el discurso que el narrador realiza de él. Así, nos enteramos por el narrador que el cuerpo de Macabea es delgado y fino, prácticamente un ser etéreo o casi incorpóreo pues nos dice:

«Sé que hay chicas que venden el cuerpo, única posesión real, a cambio de una buena comida […]. Pero la persona de quien hablaré ni aun tiene cuerpo que vender, nadie la quiere, es virgen e inocua, no le hace falta a nadie. […] hasta lo que escribo lo podría escribir otro. Otro escritor, sí, pero tendría que ser hombre, porque una mujer escritora puede lagrimear tonterías. (Lispector)

Aquí nos encontramos con varios elementos a la vez, entre los que destac el que tiene que ver con un cuerpo que parece no pertenecerle a la norestina por ser virgen e inocua, algo que resalta pues, al contrario de lo que podríamos suponer en cuanto al deseo sexual que despierte su condición en los varones, el narrador los coloca del lado contrario al deseo y son más bien motivo de rechazo para su cotización en el mercado de cuerpos. Este dato me parece muy importante resaltarlo porque usualmente, en el discurso de la corporalidad y desde una perspectiva de género, dicho cuerpo sería más bien deseado y hasta acechado por ser un territorio nuevo a conquistar. Sin embargo, aquí se rechaza justamente por no ofrecer nada a cambio más que la virginidad, que es despreciada.

Acerca del autor

Elizabeth Vivero Marín
Es parte del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara, sus temas de interés son Feminismo, Género y Literatura, y ha publicado: Visiones contemporáneas sobre el personaje femenino en la literatura mexicana (2010); Guadalupe Ángeles: la subversión de una escritura (2013); Sobre cuestiones de escritura. Un acercamiento desde los estudios de género (2014).

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