El arte y sus réplicas

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La voz de un hombre con acento británico llega distorsionada como la de un testigo encubierto, su cara no se ve siquiera, lleva una capucha como la del subcomandante Marcos: es Banksy en su película Exit through the gift shop. Pero ¿quién es Banksy: un tipo que hace esténciles por todo el mundo para compartirlos en fotografías en las redes sociales o un artista subversivo de las marcas registradas?
El filme comienza como cualquier documental más: un chico entrevistado, música de Air sincronizada con las imágenes de grafiteros captados in fraganti por la policía, un obseso de grabar todos, todos los minutos de su vida. La discusión esperada y por cierto tan antigua como irresuelta sería si los grafitis, esténciles, intervenciones callejeras son arte. Ésta no es la salida.
Thierry Guetta, el excéntrico francés coleccionista de cintas, explica cómo nació su hobby, cómo de pronto se hallaba en las madrugadas por las azoteas y banquetas de Los íngeles acompañando con su cámara a los artistas callejeros, entre ellos uno relativamente famoso, Invader, primo suyo. La admiración de Guetta va creciendo como una bola de nieve, su siguiente obsesión: conocer a Banksy. El asunto tarda, pero finalmente se encuentran. Y la bola de nieve sigue aumentando su perímetro.
Más pintas en L.A., en Londres, en Nueva York, muñecos de plástico en Disneylandia. Hasta que un día, la palabra mágica del mercado en el arte brota como margarita: exhibición. Banksy exhibe sus obras en Los íngeles: ahí están Jude Law, Brad Pitt, Angelina Jolie, los noticieros “prime time”. Incluso el elefante con la piel pintada como alfombra victoriana parece feliz.
Entonces irrumpe el factor humano: Guetta, el documentalista aficionado, el fiel camarógrafo se convierte, milagrosamente como decir al cristianismo, en artista, en “Mr. Brainwash”. Ahora el documental de Banksy no es de Banksy; ni el de arte callejero lo es. Arte pop reciclado en la misma lata wharholiana, pero con etiqueta distinta, se convierte en todo un suceso mediático norteamericano.
¿En qué momento pasamos de ver una película de Banksy a una de Guetta? Luego recordamos que el director es precisamente Banksy. Ah. La percepción de la propuesta fílmica documental cambia: no es testimonial, es crítica al eterno proceso de banalización que subyuga al arte y que puede venir tanto de las exigencias del mercado, la respuesta del espectador-consumidor, como del artista mismo. Para ser un artista lo mínimo requerido es talento. Para ser un fenómeno mediático, con ser un “Sr. Lavacerebros” basta.
En el buscador de Google y los perfiles de Facebook flotan como lirios las imágenes con obra de Banksy. Es fácil distinguirlo, los protagonistas son ratas o en su defecto, seres humanos en una situación incómoda, impuesta, en la que están atrapados como ratas: la sirvienta que levanta la cortina para esconder la basura; el hombre desnudo que cuelga de la ventana de su amante; el manifestante que en vez de lanzar una bomba molotov arroja un ramo de flores; los niños que, en pleno muro de la franja de Gaza dan paladas en la arena de un paraíso tropical.
El arte gráfico callejero no es sólo una molesta invasión para el paisaje de postal, ni el fondo perfecto de una fotografía para publicidad de patinetas, tenis o aerosoles. Es políticamente incorrecto y por ello insoslayable, fascina e indigna por igual.
“Exit through the gift shop” es un buen ejemplo de la revolución artística cotidiana y masiva en la creatividad de Banksy, pero también de los cabezas huecas que abundan en las galerías y el mainstream del arte remendado, con el guiño de los reflectores.
Un filme del 2010 premiado por la crítica, aunque se quede corto en su alcance de polémica, que hasta hoy llega a las salas comerciales. Algo queda claro: no responde muchas interrogantes, sí abre otras.

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