El alegato de un payaso

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Católico, Heinrich Böll no renegó nunca de su fe, pero sostuvo claros y largos enfrentamientos con la Iglesia: el desgaste propio de los que creen y que ven que a su alrededor el mundo se cae a pedazos y que quienes pueden ayudar ocultan sus manos, desvían la mirada. Sus contemporáneos le reconocieron un claro compromiso social, nacido de su convencimiento en la trascendencia de la persona creyente y de sus semejantes, lo que lo llevó a emprender tareas de reconstrucción de la identidad y sociedad alemana. No sólo con la pluma, sino incluso con la entrega y el esfuerzo físico.

Después de la Segunda Guerra mundial, Böll (1917-1985) colaboró como ayudante en la carpintería familiar. Antes, en 1937 trabajaría en una tienda de libros y objetos antiguos. Éste fue su primer acercamiento con la literatura. Tenía veinte años. Y por esa época datan sus primeros textos. Sin embargo, dos años después vería interrumpida la totalidad de sus proyectos: en 1939, a punto de matricularse para cursar estudios de filología alemana, fue reclutado por el ejército alemán. Tuvo que marchar a un campo de trabajo del régimen nazi; esto constituía un requisito si, en un futuro, quería ingresar a la universidad.

Su vida dentro del ejército lo llevó a los frentes en Hungría, la Unión Soviética, Rumania y Francia. Fue hecho prisionero y tiempo después liberado. Terminada la guerra alterna su trabajo en la carpintería y los estudios universitarios —que cursó sobre todo por una aspiración meramente humana y para obtener una tarjeta de racionamiento y de este modo sobrellevar la pobreza de la posguerra. Para ese entonces ya estaba casado y tenía un hijo.

Fue un escritor pobre, que poco a poco dejó otros quehaceres para dedicarse de lleno a la escritura. Atravesó duros momentos económicos, en auténtica penuria, pero pudo sobreponerse y posicionar una obra que era cada vez más leída y valorada. Sus primeras publicaciones, como El tren llegó puntual, ¿Dónde estabas, Adán?, Y no dijo una palabra y La casa sin amo, lo darían a conocer y a él lo dotarían de un convencimiento cada vez mayor de que la escritura era su camino. En estos duros tiempos llegó a escribir, en una carta a un editor, que vaticinaba un alejamiento de los libros: “…la literatura no vale, después de todo, una sola hora de desolación de mi esposa y de mis hijos”. Al fin, en 1951 firma un contrato con una casa editorial de Colonia, lo que lo convierte en un escritor de tiempo completo.

En la posguerra los tiempos en Alemania evidencian el desgajamiento de rancias creencias y la decadencia de otras tantas. Por ejemplo, el catolicismo, que Böll no llegaría a desechar del todo, pero sí a cuestionar en numerosos momentos de su vida. Ya en Carta a un joven católico, que no llega a difundirse en su tiempo, está presente su desacuerdo con la postura religiosa alemana de la posguerra, que privilegiaba posiciones en menoscabo de un endurecimiento de las formas y la doctrina —que llamaron “agria”—; pero quizá su más clara posición respecto a este tema lo encontremos en la novela Opiniones de un payaso, que publicara en 1963, nueve años antes de obtener el Premio Nobel de Literatura.

Hans Schnier, el personaje principal de la obra, encarna este desencantamiento del hombre que ha perdido toda confianza en sí y en lo que lo rodea. Descreído y derrotado por un horizonte que le resultad adverso, Schnier se vale de su profesión para no formar parte de ese desbarrancamiento de la sociedad en un abismo deshumanizado y superfluo. “Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como cómico. […] Soy un payaso y colecciono momentos”: su discurso irreverente, antirreligoso e inconformista, lo dota de una credibilidad que en esos tiempos escaseaba en todos los ámbitos.

Se dijo que esta novela situó a Böll en definitiva en el centro de la conciencia alemana, urgida por una reconstrucción que tenía que pasar por la revisión de los cimientos ya cimbrados por la guerra y debilitados por los rastros del nacionalsocialismo que se desperdigaban por todo el país. Opiniones de un payaso es, con todo, un desabrido alegato por reivindicar la vida como lucha y no como estatus y quietismo.

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