Clarice Lispector en el ensueño

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El mundo de esta obra se llama: “Soñar despierto es la realidad”, y se encuentra en el libro Un soplo de vida, de donde emana el aliento postrero de quien se sabe próxima a morir: Clarice Lispector (1920-1977).

Ángela es la existencia de una voz, pero también es la existencia de una persona pensada-imaginada-soñada por el otro: el que en ese mundo es identificado como el Autor. Es éste quien efectivamente ha dicho: “Profundidad: yo que hablo de ella, de los hechos, de sus sentimientos, de la trasera de su pensamiento”.

Es este mismo Autor quien sigue diciendo que tuvo un sueño “nítido inexplicable”; escrito así, sin coma y sin conjunción en el final predicativo. Dice, de este mismo sueño, el Autor: “Soñé que jugaba con mi reflejo. Pero mi reflejo no estaba en un espejo, sino que reflejaba a otra persona que no era yo”. Después de escuchar esto, hay que detenerse: hay que estampar el hueco y tocarlo en su orilla, mirar sintiendo la ausencia de esa imagen soñada, o bien, sentir mirando que eso que se refleja no es el rostro de quien ha soñado a esa otra persona: Ángela.

En otra parte, más al fondo de este misterioso mundo, escuchamos a Ángela: “Mi vida es un gran desastre, es un desencuentro cruel, es una casa vacía. Pero tiene un perro dentro ladrando. Y a mí sólo me queda ladrar a Dios”.

Ladrar a Dios, como último —y único— recurso para seguir estando en ella, aunque ella bien puede ser la reminiscente imagen de un encuentro, donde aparece “una niña muerta sin caudal”. Y Ángela prosigue asombrándonos con su voz nocturna, de silencio nítido y abierto; silencio en el que los ojos y el pensamiento exploran, y llegan a encontrarse en una zona mucho menos enigmática. Zona apuntada por la voz de Ángela: “Pero una noche iré a la sección de empadronamiento y prenderé fuego a todo y a las identidades de las personas sin caudal. Y sólo entonces me haré tan autónoma que seguiré escribiendo hasta que muera”. Hasta que muera, porque para ella escribir es vivir. Pero no es un escribir que se conduzca mediante indicaciones que apunten hacia cosas conocidas ni en torno a personas identificables. Es un escribir lleno de sinuosidades y de acabamientos abismales. Como ella misma, depositándose en un vivir enigmático y libre —regularmente— de referencias precisas.

El Autor dice: “Ángela es muy parecida a mi contrario. Tener dentro de mí el contrario de lo que soy me resulta en esencia imprescindible”. Saber esto, es vivir y comprender la existencia de dos fuerzas en lo in-divi-dual: fuerza de lo personal y fuerza de lo impersonal. Son estas dos fuerzas por las que es viable atrapar la existencia del ser in-divi-dualizado. El Otro en un Yo, pero también un Yo atraído por la fuerza impersonal del Otro.

Es con la experiencia de vivir los embates de ambas fuerzas las que posibilitan, en Ángela, el alumbramiento de una cierta realidad que devendrá; realidad avizorada por ella en su condición de ser y de existir en el ensueño. Es por el ensueño de Ángela que nos vemos conducidos hasta encontrarnos ante ese hecho expuesto por la ensoñación, donde aparece la existencia de una realidad que hoy nos toca y que nos permite constatar, para nuestra sorpresa, la situación de un estado de cosas en tensión: tecnología-humanidad. Maravilla de maravillas es lo que nos deja saber el alumbramiento de Ángela, quien dice:

Yo solo uso el raciocinio como anestésico […] Ahora que existen ordenadores para casi toda clase de búsquedas de soluciones intelectuales, me vuelvo entonces a mi rica nada interior […] Solo me interesa mi enigma. Sobre todo me busco en mi gran vacío.

Ante este pensamiento de la ensoñación: vapor de agua viva: aliento echado hacia el rostro de la muerte, ya podemos insistir en el enigma planteado que aparece como inicio de mundo de esta singular narrativa: “La última palabra será la cuarta dimensión”. Si la realidad es tridimensional como la quieren muchos, la cuarta dimensión de esa última palabra no podría ser otra que la dimensión del tiempo: en tanto realidad de un soñar despierto. Soñar despierto que Clarice Lispector mantuvo de 1974 a 1977, cuando escribió los textos que componen Un soplo de vida.

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