Calvino y la añoranza citadina

El escritor italiano intentó, con Las ciudades invisibles, un último acercamiento poético a las urbes invivibles

320

Si las ciudades tienen alma, ítalo Calvino es quien logró captarla y hacerla revivir en sus multiformes expresiones. La obra Le cittí  invisibili, de visionario conjunto de lugares imaginarios, se convierte de esta manera en una taxonomía de ciudades posibles que cobran forma a través de sensaciones, paradojas y experiencias humanas que el escritor italiano entreteje con la arquitectura y morfología de polis fantásticas, con el resultado de espacios citadinos un tanto improbables, pero rebosantes de vida y viveza.

Gesta improbable, como todo intento de describir plena y exhaustivamente cualquier aglomerado humano, la visión que acompaña al autor en todo el desarrollo del libro, el cual más allá de representar sencillamente un homenaje a la ciudad, constituye un lúcido análisis de cómo su concepción se crea en relación al intercambio de emociones y vivencias que con ella instauran los seres humanos.

A través de un hipotético diálogo entre Marco Polo y Kublai Kan, Calvino explora el sutil límite entre la geografía exterior y la interior, entre la que se desenvuelve en el espacio físico y la que efímeramente cobra forma en el deseo y la memoria humana. Mas como explicó el propio autor en una conferencia que impartió en 1983, en la Columbia University de Nueva York, “creo que no es sólo una idea atemporal de ciudad la que el libro evoca, sino que en él se desarrolla, ahora implícita ahora explícita, una discusión sobre la ciudad moderna”.

¿Qué es la ciudad para nosotros?, se pregunta el escritor. “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memoria, deseos, signos de un lenguaje, son lugares de intercambio, pero no solamente de mercancías, son intercambios de palabras, de deseos y de recuerdos”.

La estructura de la obra, publicada en noviembre de 1972, se compone de 11 capítulos integrados por series de cinco textos cada uno, en que el famoso mercader veneciano describe irreales ciudades de un imperio gobernado por el hijo y sucesor de Gengis Kan “emperador de los mongoles“, que en el libro es concebido como soberano de los tártaros.
Estas series son antecedidas y seguidas por ficticios encuentros entre los dos protagonistas dialogando en algún jardín o terraza exótica del inmenso palacio real, fumando pipas sobre tapetes orientales, en que Polo describe al Kan las ciudades de su inconmensurable imperio que acaba de recorrer. En un lenguaje casi críptico estas conversaciones constituyen el hilo conductor del libro, le proporcionan una trama que de otra manera resultaría difícil de tejer en un libro de pequeños cuentos, y ofrecen indicios y claves para comprender la sucesión de los cinco textos que contienen.

Hay una referencia a Venecia, lugar natal de Polo, insinuada en la conversación, y encontramos en la ciudad italiana transfigurada y difuminada entre las características de otras urbes imaginarias: una en la que todos los edificios y las acciones de sus habitantes se reflejan en el agua, otra conformada por un entramado de tuberías hidráulicas pobladas por ninfas, o la constituida por un laberinto de canales y puentes.

A vez queda planteada la discusión sobre megalópolis arcaicas, anticipa y concluye la descripción de una ciudad cuya periferia es perpetua y parece no tener centro, o de una en que nuevas ciudades microscópicas surgen continuamente en su corazón y se expanden concéntricamente, empujando las viejas hacia el exterior, y otra cuya basura, que se alimenta continuamente de objetos que sus habitantes usan un día y luego desechan, se extiende hasta alcanzar los centros aledaños, formando un continuum urbano interminable.

Este último tema cobra particular relevancia para el escritor. En la citada conferencia argumenta que “hoy se habla con igual insistencia de la destrucción del ambiente natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que puede producir fallas concadenadas, paralizando metrópolis enteras”. Y agrega: “La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza. La imagen de la «megalópolis» la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, domina también mi libro”.

Aclara el mismo Calvino: “Libros que profetizan catástrofes y apocalipsis ya hay demasiados; escribir otro sería pleonástico, y además de todo no se adecua a mi temperamento. Lo que verdaderamente importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en la ciudad, razones que podrán valer más allá de todas las crisis”.

Por esto el entramado de tópicos que se desarrolla a través de las secciones que componen el libro, se entrecruza con un urdido de percepciones más aéreas y abstractas, que ordena los diferentes textos que integran las once partes del libro. Así las descripciones de las diferentes ciudades, que llevan cada una un nombre de mujer, se distribuyen bajo los epítetos de Las ciudades y el deseo, Las ciudades y la memoria, Las ciudades y los signos, Las ciudades sutiles, Las ciudades y los intercambios, Las ciudades y los ojos, Las ciudades y los muertos, Las ciudades continuas, Las ciudades escondidas, Las ciudades y el nombre, y Las ciudades y el cielo.

Cada título refleja las formas de vivir y de interactuar de sus habitantes, tanto entre ellos como con el entorno físico de la ciudad, y al mismo tiempo la define: intercambios continuos de miradas seductoras y pensamientos lúbricos entre personas que no se conocen y que no se tocan, caracterizan Cloe, la ciudad más casta (ciudades e intercambios); la filiforme Octavia es construida arriba de una telaraña extendida entre dos picos sobre el abismo, y sus habitantes conducen una existencia menos incierta que en otros lugares: saben que la red no aguantará para siempre (ciudades sutiles).

Estas descripciones bailan entre la imaginación y la penetración de las diferentes esencias de la ciudad, representan lo que Calvino definió de la siguiente forma: “Pienso haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, en el momento en que se vuelve siempre más difícil vivirlas como ciudades”. Mas su reflexión, desarrollada en los años setenta, tiene un toque profético: “Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana, y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”.

Artículo anteriorMonserrat Hernández
Artículo siguienteMatices de la moral