Alguien más está muriendo

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Roberto JUARROZ chez Lui. Photo: © Daniel Mordzinski.

a la Maga de la Blanco y Cuéllar

No había visitado la tumba del abuelo desde su muerte. Quince años transcurridos y ni un día, de pie, en el panteón, frente a su presencia ausente. Ahí, delante de su nombre en la lápida, recordé el inicio de aquel poema de Roberto Juarroz: “Mientras haces cualquier cosa,/ alguien está muriendo”. Este par de versos se parecen tanto a ese mazazo que se les daba antes a las reses en la cabeza apenas trasponían la puerta del matadero en el rastro, una tras otra y presintiendo todas lo que le sucedía a la que iba adelante; por principio de cuentas, que ya no volvía. En ese ínfimo presentimiento ya las patas se les doblaban y enseguida caían como se vendría abajo una carpa de circo si se le quitara el pivote que la sostiene: un último y lastimero mugido, un temor acendrado, una visión recortada, desenfocada y sangrienta, cálida en su hervidero rojizo. Y también soledad. Quizá, más que otra cosa, soledad: en fila india, sin salirse de la línea, cercadas, pero solas. Cada una de las reses en soledad. Solas.

Eliot escribió que la poesía dice lo que no puede decir la prosa. Porque entonces, ¿cómo darle forma a ese vacío que experimentaba frente al mármol cuya lápida sostenía el nombre de mi abuelo? Entretenidos todos, quehacerosos o mirando nada más el techo como Witol en aquella habitación en Cosmos o Miss Golytly en su efigie de madera africana en Desayuno en Tiffanys, tal cual en su pereza e incertidumbre, daría igual, al final sería la misma cosa: “Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,/ alguien estaría muriendo…”, continúa Juarroz. Y del mismo modo que las vacas —esos últimos dinosaurios en el siglo de las máquinas como las llamara Zitarrosa— solos nosotros, muriendo todos, muriendo solos, ahí en bien formada e interminable fila india, un último y lastimero quejido, muriendo… Como el abuelo. Hay un sentido en lo que se hace o en lo que se dice —es lo mínimo que se le exige a cada uno—, pero la distracción consiste en que comenzamos a contar historias, a inventarlas en su transcurso, a cada vez más alargarlas y agregarles un nuevo final. Entonces, sí podríamos llegar a no hacer nada al tiempo que alguien, oculto, abandonado, esté muriendo.

“Y aunque te estuvieras muriendo,/ alguien más estaría muriendo…”, agrega el poeta. La paridad con nuestros semejantes es la marca inexpugnable en la frente, imposible de ocultar y eliminar. Esa es la certeza primigenia del nacimiento, la única que persiste inamovible a lo largo de la existencia, inquebrantable, como si se viera todos los días un letrero al frente, aun cuando se cerraran los ojos y se velara la memoria. La casi ceguera que con el tiempo se instala en los ojos puede desvanecerse en cualquier momento, o por lo menos correr un poco la cortina de desearlo de ese modo. Pero quizá esa ceguera momentánea no es tal, salvo lucha contra la desmemoria.

“…alguien estaría muriendo,/ tratando en vano de juntar todos los rincones,/ tratando en vano de no mirar fijo a la pared”. El abuelo se quedó fijo en el tiempo, como antes hiciera su padre y, por si fuera poco, en la misma cama. Después mi propio padre, aunque en cama distinta. De ese amontonamiento de días en la vida podría sacarse en claro una cosa, quizá muchas, pero una sola se me ocurre ahora mismo: que en el trabajo de las manos no radica la posibilidad de la prolongación de la existencia o el impedimento de la muerte. ¿Dónde, entonces? Tal vez sea nada más una somera justificación para el continuo respirar, ése sí persistente, vigoroso. “Por eso, si te preguntan por el mundo,/ responde simplemente: alguien está muriendo”. Detrás de todo ese escenario del mundo, con luces y provisto de diálogos y personajes, alguien, sin embargo, está muriendo, y lo seguirá haciendo en su último minuto exclusivo de mortalidad, como lo tendremos todos…

[Roberto Juarroz nació en Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, en 1925; murió en 1995. Fue poeta, bibliotecario, crítico y ensayista argentino. Los versos son del poema “37” de Poesía vertical (1958). Antología esencial.]

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