Una batalla contra el tiempo

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La novela Así que Usted comprenderá (2006), de Claudio Magris, comienza con un agradecimiento de parte de la mujer protagonista a un tal Presidente de una Casa de Reposo (el Reino de los muertos, el Hades): por la gracia concedida de que su amado pueda visitarla intramuros. Cosa que, por otro lado, queda en veremos. Algo semejante a esa especie de indulto es lo que sucede en La Divina Comedia al conducir el poeta Virgilio a Dante por los nueve círculos del Infierno, a modo de develamiento de los tormentos y la dura existencia bajo el fuego. Magris (Trieste, 1939) hace un repaso cuasi moderno del mito griego de Orfeo, dando la voz total, en un largo monólogo, a Eurídice. “Es el pellejo y la voz anónima de una nueva Eurídice, que desde un primer momento declara el fracaso del proyecto liberatorio urdido por el marido-poeta”, escribe Ermanno Paccagnini.

“No sabré decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino”, confiesa Dante al describir su ingreso al primer círculo del Infierno: ese dejar el mundo de los vivos para internarse, con ojo abierto, en el de los muertos. La nueva Eurídice de Así que Usted comprenderá, de modo parecido aunque a la inversa, rechaza “la más inaudita de las gracias”, la venia de dejar por un momento ese espacio de reposo eterno para retornar al bullicio de la vida, a la playa donde fue feliz con su poeta. Ella ha muerto, ha ingerido su propia muerte antes que ser alcanzada y tocada por su amante. “¿Destrozarle yo?”, se pregunta la mujer, “antes preferiría que me picase cien veces la serpiente más venenosa”. Sin embargo, reflexiona Luca Doninelli, “no hay metáfora que valga… de lo que habla (Magris) es de la muerte”. 

Del hombre, del marido-poeta (como Orfeo), no hay mucho rastro. Adquiere presencia y resonancia nada más que en el monólogo de la mujer: se sabe que es reconocido por sus pares, que las mujeres lo persiguen por su canto, que ella lo ama y que a ella misma incluso debe su éxito de poeta. De ella, sí hay rastro: el de un agradecimiento, el de un momento de vacilación, el de la decisión de morir antes que ser vista y de su aniquilación: en el fondo se escuchan los gritos amorosos de un hombre dejado a la intemperie y el abandono. “Son dos las columnas sobre las que descansa el texto: la primera es el dolor invencible del hombre, la segunda es el rechazo de la mujer en nombre de una posible desilusión: no se puede volver del Hades para declarar que el universo es como parece…”, apunta Doninelli. Ni el amor, sugiere ella, es como parece.

“Puede que hubiera comenzado allí, cuando al entrar en aquellas aulas experimentaba la sensación de que algo faltaba”, declara el protagonista de Otro mar, novela que Magris publicara en 1991. El novelista es un hombre de fronteras, y en este relato lleva ese imaginario a la última frontera del sur del mundo: la Patagonia argentina. Se trata del trasiego amoroso de un joven filósofo que comienza en vísperas de la Segunda Guerra mundial y concluye, de vuelta ya en su propia tierra y acabado por fin el gran conflicto, en la certeza de un destino prefigurado, aunque no por ello esperado: se percata de que lo que le faltaba en realidad estaba en él mismo, solo que tuvo que salir a buscarlo y en esa travesía pierde más de lo que encuentra. La muerte de cada quien, ya lo dijo el poeta, llega según su propia vida: es decir, como esa nueva Eurídice, en Otro mar Carlo, Paula y Enrico eligen su propio brebaje venenoso: un viacrucis que marca las estaciones del amor fraterno al amor fatal. 

Arca de Noé de papel
“Contar historias es una lucha contra el tiempo”, confesó Magris hace algunos años en una entrevista. Esas palabras remiten a la imagen del arquetipo de Ulises en su batalla contra aquella masa que lo ata a la temporalidad y la espacialidad, y que de algún modo parecía perenne, infranqueable frente a las reducidas capacidades humanas y míticas ilimitadas.

Imagen abolida, al menos en la definición que da el propio Magris sobre su escritura. Como si se tratara de renacer cada vez, como si en el ejercicio narrativo descubriera cada vez un nuevo brotar a la vida, mas un alumbramiento no exento de vicisitudes. En “Mundo escrito y mundo no escrito” Italo Calvino se refiere a ello: “Cuando me separo del mundo escrito para retomar mi lugar en el otro equivale para mí repetir en cada ocasión el traumatismo del nacimiento” (Sobre el oficio literario, 2007).

Magris, catedrático de Literatura germánica en la Universidad de Trieste, es un humanista que leyó a Proust a la edad de trece años y escribió no mucho más tarde: “Escribir es transcribir. Incluso cuando inventa, un escritor transcribe historias y cosas de las que la vida le ha hecho partícipe”. Contrario a aquella definición que daba Borges respecto a que “la literatura sólo puede retratar el mundo, pero no puede cambiar el paisaje del mundo”, Magris está convencido de otra cosa. En esa citada entrevista dada a la Revista de la Universidad de México, dijo: “La gran literatura tiene la capacidad de cambiar un poco el mundo. […] La literatura, al menos como yo la siento, tiene la función de recoger… lo que puede ser posible y que aún no sucede… Es necesario ver no sólo la fachada de la realidad sino todo aquello que la permea, lo que está detrás y que en un futuro pudiera tomar su curso”.

“Seguir las huellas de las fronteras, sean reales o metafóricas” —reseña Yvonne Aversa—, tal ha sido su constante al escribir. Magris, autor de La exposición, vino al mundo en un cruce de caminos, de pueblos, de idiomas, “en una palabra, de fronteras”. Su enclave personal es ese límite triestino de Europa que se funde con esa zona indecisa de Los Balcanes: lleva en la sangre el tema de la frontera, “hilo conductor de todo su pensamiento, de toda su reflexión, de todas sus experiencias”, agrega Aversa. Magris se mueve como los personajes de Theo Angelopoulos en La mirada de Ulises y La eternidad y un día: que van en busca del pasado porque está presente. Si Emir Kusturica en Underground construyó una utopía del arraigo a un sitio que no es tal, que no es más que ruinas, Magris ha hecho de Trieste un muro compacto desde cuya cima es posible avistar los caminos que se adentran en esas tierras cuyos países, como su historia y raíces y nombres, han venido desmoronándose en los últimos años. La mal llamada “otra Europa”: “Mucho de lo que he escrito nació también de la tentativa de eliminar ese adjetivo: ‘otra’, y señalar que esos países pertenecen a Europa”.

Este par de novelas cortas reseñadas arriba (aunadas a la más conocida, El Danubio y a la que fuera su primera publicación narrativa, El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna) proveen un inequívoco acercamiento a la escritura del autor italiano. Crear vínculos, más allá de nociones espaciales, nacionales y circunstancias, es una de sus preocupaciones: “Me interesa mucho contar historias, es un gesto de unidad —dijo en esa entrevista. Cuando cuento una historia, ya sea de mi vida, de mis padres, de mi perro, de las personas a las que amo, eso tiende un puente entre nosotros”. La vida, que no la muerte, está unida a la memoria. Y si la memoria significa ver en el presente, como dice Marisa Madieri, la escritura de Magris lo corrobora con fuerte aliento: “Siento a la escritura como una lucha contra el olvido, un deseo de salvar del tiempo todo lo que existe. Es como construir una pequeña arca de Noé de papel —aunque frágil— en la que puedo salvar muchas vidas”.

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