Un rebelde graduado del jazz

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¿Hay que ir más allá de la estética en la música para hablar de la realidad social?
Sí. Hay que dar testimonio. La canción tiene un tremendo potencial para comunicar ideas importantes que después se replican en la sociedad; se viralizan, y generan nuevas ideas. La canción es como un fertilizante de ideas en una cultura.

¿Para ti es una necesidad?
Más que eso, lo creo una parte esencial de hacer canción sincera, porque todos tenemos una dimensión política, y si uno escribe desde un lugar de transparencia y honestidad, va a hablar de los tópicos que le motivan y preocupan de la vida como un todo.

¿Por qué la decisión de ser músico?
En parte es una herencia genética. Por el lado de mi padre, de ocho hermanos que eran, siete de ellos tocaban instrumentos o habían sido músicos en distintos grados de profesionalización, así que me viene en la sangre. Pero también es un llamado vocacional que no sabría cómo definirlo o cuándo empezó. Desde que tengo memoria la música ha sido un atrayente potentísimo. Además, todo el fenómeno de la música grabada siempre me pareció un poco mágico.

¿Más que la música en directo?
No, por supuesto. La primera vez que vi tocar músicos en vivo, me volví loco. Me pareció un ritual poderosísimo. Pero el hecho de poder registrar ese hecho artístico, y volverlo a escuchar a voluntad todas las veces que uno quiera, es una especie de acto de magia; vuelve a producirse esa emoción de cuando se hizo en vivo.

Pero se dice que la sensación musical nunca es la misma.
Sí. A pesar de que el momento es irrepetible. Entiendo esto, y a quienes dicen que una grabación es incapaz de capturar la esencia de lo que pasa entre los músicos, el público y el recinto acústico. Creo que es cierto, pero me parece un poco fundamentalista. La emoción que uno tiene tocando o escuchando música en cierto lugar, se completa y está redonda en sí misma. Un registro de audio o video, más allá de la resolución y excelencia técnica que tenga, no trata sólo de un fenómeno acústico, sino también de un fenómeno filosófico, se trata del momento presente. Estoy de acuerdo, desde una postura si se quiere zen del hecho artístico. Pero también creo que usar el estudio de grabación es una herramienta muy potente. Se han hecho trabajos discográficos extraordinarios que han cambiado la historia de la música en estudios de grabación, usándolos como un instrumento más. Soy un fiel creyente en que la tecnología no debe ser rechazada, sino abrazada.

Aunque para esto se debe contar obviamente con buenos músicos.
Se puede hacer un gran disco con malos músicos. ¿Es obsceno? No. El arte no es una meritocracia, es un pronunciamiento que emociona y que funda ideas. Si lo hace un músico que puede tocar dos notas, pues bienvenido sea. Si no, volvemos a entrar en otro fundamentalismo: sólo los músicos virtuosos serían los capacitados para hacer música. Y no es así.

El rock te marcó en tu carrera, pero también el jazz, ¿cómo se entrelazaron en ti ambos géneros?
El jazz es a la música popular una especie de hermano mayor universitario. Y creo que el rock es el adolescente rebelde de la familia. Descubrir el mundo del jazz en un músico amplía su horizonte; su cabeza. Es como la música clásica o académica, porque tiene un grado de sofisticación en los elementos que usa muy grande. Mi paso por el jazz, es más que nada eso: un paso. Nunca sentí que fuera la música a la que yo me iba a dedicar cien por ciento, y lo viví como una especie de escuela, como graduarme de una universidad, y después elegir cuál iba a ser mi especialización. Ésta terminó por ser lo que hago hace muchos años, que es una intersección de canción de rock con raíz latinoamericana. Son los dos grandes componentes de mi música. La impronta que dejó el jazz es muy útil, enriqueció mucho mi vocabulario, pero de él tomó sólo algunos elementos, pero no el estilo en sí.

Sin embargo, fue un gran paso, al haber estado al lado de Pat Metheny, quien es una especie de rockstar del jazz. ¿Cómo fue la experiencia?
Con Pat bromeábamos en aquella época con que éramos el grupo de jazz más grande del mundo o el grupo de rock más pequeño del mundo. No en cuanto a estilo, pero sí la a cantidad de público y lugares donde tocábamos. Llegamos a tocar en estadios, cosa que no suele pasar con el jazz en general. Pat siempre tuvo ese poder de convocatoria, y eso tiene que ver con que su música es muy melódica, y no sólo los músicos pueden disfrutar y entender, sino que cualquier persona que se acerque va a encontrar rápidamente la belleza, y por eso es un fenómeno del jazz.

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