Lomnitz o el funcionario bueno

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Los recientes nombramientos en la Secretaría de Cultura han traído algunas buenas noticias. La primera fue que Juan Meliá se pone al frente del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Meliá, quien se había desempeñado como Coordinador Nacional de Teatro desde el 2009 hasta febrero de este año, destacó como un profesional en gestión que se ocupó, entre otras cosas, en formar y apoyar redes para la creación y fondos mixtos para coproducir. Ahora su lugar lo ocupa Alberto Lomnitz, un creador escénico de reconocida trayectoria, quien además ya ha caminado, de forma equilibrada, los resbalosos terrenos de la función pública; por ello, su nombramiento también resulta, en principio, otra buena nueva.

Los méritos artísticos de Lomnitz son muchos, pues ha conseguido correr —algunas veces triunfalmente, otras con dignidad sobrada—, las pistas de la dirección escénica, la actuación, la producción y la dramaturgia. Lomnitz también estuvo al frente de la Subcoordinación de Teatro, lo que le permitió conocer la otra cara de la creación, el impenetrable nudo que afanosamente tratan de deshacer algunos bien intencionados. Uno de los resultados de esa experiencia fue su obra El funcionario bueno.

Meche, protagonista del montaje, es secretaria en la Subsecretaría de Cultura, cuenta con una plaza sindicalizada que le ha permitido lo que para la mayoría de los mexicanos sigue siendo un sueño: permanecer en el puesto, así como ganar derechos por antigüedad. Meche, como tantos burócratas, ha sido testigo del accidentado desfile de funcionarios que llegan a ocupar temporalmente la oficina que, en realidad, es el auténtico feudo de Mechita. Uno de esos funcionarios es Joel Bueno, un hombre que, con algunos créditos en su currículum y muy buenas intenciones, llega como Subcoordinador de Teatro. Ellos, acompañados por personajes como un director de teatro especialista en las artes del chantaje, así como por el Subsecretario de Cultura preocupado por las “presiones que vienen de arriba” y algunos otros, presentan un hilarante retrato de la vida en la función pública dedicada a las artes.

El funcionario bueno, cuyo montaje también dirigió Lomnitz, pude verlo al menos en dos ocasiones en 2011 en la Ciudad de México. En la obra Lomnitz evidencia el impensable laberinto que se ha vuelto ley en esas oficinas, los cada vez más miserables presupuestos, así como las trampas administrativas con las que los encargados de operar el engranaje institucional tratan de avanzar. Ahí está Joel Bueno, un mediador que resiste las presiones que recibe de todas direcciones. Arriba de él, están los “corta listones”, los que buscan resultados a través de embellecer la imagen pública y, por supuesto, los feroces e insaciables sindicatos; al lado de él, el depauperado y desorganizado gremio artístico, que se desgasta en competencias ridículas y que recurrirá, a la menor provocación, a la extorsión vía periodicazos.

El funcionario resiste, arrinconado por todas estas fuerzas, sin más aliados que su entereza y la convicción de actuar con honestidad. Si bien esta ficción meta-teatral consigue hacernos reír al poner a flote algunas de las razones por las que las instituciones culturales en México no funcionan, la risa se convierte en dolorosa mueca cuando volvemos a la realidad de la producción y circulación de las creaciones artísticas en el país. Lomnitz enfrentará de nueva cuenta al monstruo, ese que ya combatió en el pasado. Confiamos que sus armas consigan descabezar los vicios burocráticos que tan bien conoce, y que su capacidad conciliadora esté por encima del bullicio cortesano que puebla esos espacios.

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