Literatura intimista o hiperexpuesta

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A bote pronto, la literatura intimista me hace pensar en los universos de ciertos diarios, en cierta poesía, en algunos cuentos y en incontables pasajes de una indeterminada cantidad de novelas. Por otra parte, la literatura hiperexpuesta la asocio con el llamado realismo, pero también, y más allá, por analogía con el mundo digital, la asocio con ciertas narrativas conducidas mediante el principio de la alta definición, o sea, donde la piel de los personajes y de las cosas han de ser observados en toda su porosidad y en todos sus accidentes, donde las zonas íntimas del cuerpo humano han de presentar todos los matices del color y del olor, de la textura, de la profundidad y de la anchura, donde la mirada del narrador frota las superficies de los espacios y de los cuerpos, sin ignorar ni evitar nada que haga pensar en la vergüenza y el pudor. En resumen, diría que la literatura hiperexpuesta me hace asociarla al mundo franco y abierto descrito con un lenguaje que se opone a cualquier sujeción de censura ética o moral; sería algo así como un lenguaje que hace de lo escandaloso la materia del placer literario, hiperexpuesto con el peso y la levedad de las palabras.

Como ejemplo de literatura intimista, ofrezco, de los Diarios de Alejandra Pizarnik, el siguiente fragmento, con fecha del 19 de julio de 1955, en el que destaca la profunda lucha que vivía, en lo más íntimo de su ser, la poeta:

Alejandra: tienes cuarenta días de angustia inconfesable. Cuarenta días de soledad ahogada, sin probabilidades de confesarla. Sin un rostro amado a quien quejarse de la desgracia que se prende a tu destino. Alejandra: ese rostro amado es uno solo y se ha ido. Es como si te hubiesen arrancado todo. Es como si te hundiesen en la fría suma de los días para que en ellos te aturdas tratando de olvidar su ausencia.

En contrapunto, podríamos considerar la novela de Pedro Juan Gutiérrez: El rey de La Habana (1999). En ésta se hace presente un complejo de historias entretejido con el hambre y la suciedad, la miseria extrema, el alcoholismo y la locura, la violencia, el desempleo, la decadencia social y moral. De entre todo este entramado, destacan la sexualidad extrema, el hambre jamás resuelta y los asesinatos, sin excluir, también, dos suicidios.

De acuerdo con el relato, es en el inicio de la década de los noventa, hasta llegar a finales de la misma, en que Cuba entraría a los pozos de la miseria y de la desesperación. No es ya la Cuba de Carpentier: maravillosa en sus entrañas de música y ritmos afrocubanos; no es la Cuba mágica y misteriosa de Lezama Lima, y ni mucho menos es la Cuba bullanguera de Cabrera Infante; es, sin más, la Cuba sucia y apestosa la que nos hiperexpone Pedro Juan Gutiérrez, es La Habana de una Cuba hambrienta, desnutrida y viciosa, es la Cuba de una isla dividida fundamentalmente por zonas económicas; área dólar para los turistas europeos y, por contra parte, están las zonas marginadas, cuyos habitantes viven hacinados en cuartuchos apuntalados con maderos, dentro de viejas casonas o de altos edificios que están a punto de derrumbarse. Habitantes que malviven en el desempleo o por realizar algunos trabajos ocasionales. Entre todos estos miserables, está Reynaldo, mejor conocido como “El Rey de La Habana”; un adolescente que a los catorce años es ingresado a un correccional, de donde se fuga a los pocos meses, y desde entonces su vida será un periplo de pillería, de trabajos ocasionales, de mucho sexo y ron, tabaco y mariguana, y todo esto con un hambre que nunca termina de abandonarlo hasta su muerte; a los dieciocho o diecinueve años.

De entre todas las relaciones que Reynaldo tuvo con diferentes mujeres, incluyendo su relación sexual con el travesti llamado Sandra, será con Magda, la vendedora de maní, a quien siempre estará extrañando y deseando obsesivamente. Es con ella donde la historia de sus relaciones sexuales termina de una manera extrema, o sea, hiperexpuesta.

Cito: “Rey, ya sin control, le asestó otro tajazo por el cuello. Le cortó la carótida. De un solo golpe. Un chorro de sangre saltó y empapó a ambos. Magda abrió los ojos desmesuradamente. Otro chorro de sangre a presión. Los bombazos del corazón. Otro más, mucho más débil. Magda se desvaneció. Cayó al piso. Manó mucha sangre por aquella herida. Y murió en unos segundos. Rey, en shock, no sabía qué hacer. Le quitó la ropa a Magda. Se desnudó. Ambos cuerpos cubiertos con sangre pegajosa. Coagulaba rápidamente. La tierra la absorbía. Estaba caliente aún. Y Rey tuvo una erección. Le abrió las piernas. Se la introdujo. Ella no se movía”.

Luego de un hecho así, narrado con tanta fuerza, pintado con tanta sangre, hiperexpuesto con tanta violencia, con tanta locura, qué más habría que añadir. Posiblemente: callar y exprimir los ojos en un sueño más bien íntimo, en absoluto hiperexpuesto.

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