La terca voluntad de existir

570

Nombrar a Chile, describir su corazón y la sal de sus desiertos fue una de las tareas que más comprometieron amorosamente la escritura de Gabriela Mistral y, sin embargo, es una de las menos recordadas. En este mes se celebran sesenta años de la muerte de la pedagoga, diplomática y poeta chilena que obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1945, convirtiéndose en la primera mujer hispanoamericana en recibirlo.

Mistral inicia con una poesía claramente modernista, que al poco tiempo agota  para luego experimentar con una voz mucho más personal y de lenguaje sencillo. Este vuelco le hizo ganar profundidad a su palabra, misma que encontraba en el espíritu energético de la niñez, en el doloroso ahogo de un corazón vulnerable, así como en una constante búsqueda religiosa.

Su desempeño como profesora-poeta la convirtió en un ejemplo modélico de la figura docente. Mistral, la del corazón abierto a la infancia, la dulce intérprete de arrullos y nanas, la incansable retratista de juegos y rondas viajó por el mundo representando a este grupo de población latinoamericana que se encontraba aún muy lejos de las aulas y, en contraste, muy cerca del hambre. Es justo aquí donde se inscribe su relación con nuestro país, a donde llegó invitada por el ministro de educación José Vasconcelos con la intención de escribir para la infancia mexicana. 

Si bien esta poesía de y para los niños es la más popular de toda su obra, me interesa rescatar otro de los núcleos de su escritura: Chile, su geografía y su historia. En 1926 Mistral trabajó como redactora de la revista colombiana El Tiempo, donde publicó diversas prosas dedicadas a su país y que fueron recopiladas en un volumen editado póstumamente bajo el título de Recados: contando a Chile. En estos textos se revela, más allá del amor que tiene a su país, la necesidad de reconstruir una patria extraña y salina.

La forma de su geografía, heroicamente comparada con un sable, Mistral la piensa como un ancho remo aguzado hacia el sur que la lleve a Antofagasta. La tierra chilena es un espacio imposible, elevado hasta la congelación de su cordillera, vuelto agua en una costa casi infinita, profundo como la plata y el lapislázuli que guardan sus minas, para Mistral Chile puede ser comprendido apenas, por medio de la palabra poética: “Patrias con poca irradiación de energía y de sentido racial, patrias apenas dinámicas, son pequeñas hasta cuando son enormes. Patrias angostas o mínimas que se exhalan en radios grandes de influencia son siempre mayores y hasta se vuelven infinitas. Nadie puede echar sonda en su fondo; no puede saberse hasta dónde alcanzan, porque sus posibilidades son las mismas del alma individual, es decir, inmensurables.”

Alejada de los centros coloniales, recia de domar y pobre, la tierra chilena fue una empresa más que difícil para los conquistadores españoles, que sin embargo pudieron menguar sensiblemente a la población indígena. Mistral habla sobre la dominación a medias que consiguieron los españoles, también sobre la que llamó “una chilenidad a medio hacer” para referirse al sentido de pertenencia e identidad nacional. Chile, escribió, puede explicarse como “una voluntad de ser, una voluntad terca de existir” en la costra de sal de sus desiertos, en las montañas que no se dejan tocar.

Quizá sea lo agreste de su territorio la razón por la que este pueblo sea capaz de guardar secretos que salven el espíritu latinoamericano, así lo pensaba una mujer que sabía perfectamente cómo hundir la intimidad de los secretos, cómo hacerlos respirar por las rendijas de sus versos.

Artículo anteriorDictamen de admisión a centros universitarios ciclo 2017 A
Artículo siguienteConvocatoria Programa de estímulos al desempeño docente 2017-2018