La escritura basura

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    Incluso en este tiempo, en el que la imagen controla gran parte del universo simbólico, la palabra escrita tiene su horda de incondicionales.
    Pero a lo largo del tiempo han existido los críticos al lenguaje escrito y no necesariamente todos han sido nazis o pirómanos alejandrinos. Sócrates consideraba la palabra escrita como un peligro, ya que limitaba el pensamiento abstracto según dijo o dicen que dijo, pues nunca plasmó su pensamiento. El mismo Jesucristo no escribió un solo evangelio, y Mahoma era analfabeto.
    Los románticos fueron más allá de su crítica al elitista mundo editorial que se negaba a publicarlos, y convirtieron al suicidio en una declaración de intenciones avant la letre. El mejor ejemplo fue Chatterton, que comenzó a ser publicado después de su muerte. Poco después uno de los grandes poetas dejaba la escritura a los 17 años para hacerse mercader en Etiopía. Su nombre era Rimbaud.
    Dostoievski fue otro que renegó en alguna ocasión de los intentos por plasmar las ideas. “La realidad es infinitamente diversa, comparada con todos, incluso los más refinados productos del pensar abstracto”.
    Ya dentro del siglo XX, el Dadaísmo criticó a toda la palabra impresa en nombre de una voz propia y salvaje. “Todo lo escrito es basura” dijo Antonin Artaud en una queja que fue constante en la época. La Primera Guerra Mundial hizo despertar a Dadá y los futuros surrealistas sintieron como una obligación el combatir los demonios de la abstracción, que se veían como responsables de la violencia y la devastación. Por esos años Robert Musil publica su Hombre sin atributos, que presentía las hecatombes que se avecinaban. “Todo se ha vuelto inenarrable” decía su patético héroe en un arranque de sinceridad.
    Para algunos la convulsa realidad los empujó al ostracismo intelectual. Para escritores como Juan José Arreola, el abandono de la escritura fue más un sino oscuro, una farsa irremediable. “Muchas veces he dicho que dejé de escribir porque la vida me arrolló; sencillamente mi cabeza se llenó de libros, de ajedrez y de mujeres”.
    El juglar, heredero de una tradición oral, renegó de la letra impresa. Como tenía que ser…
    Como estaba escrito.

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