Incendio en el Alcalde

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El pasado 10 de julio, un día después del incendio en sesenta y ocho locales del Mercado Alcalde, el director de servicios municipales de Guadalajara declaró que es un mercado de los mejor conservados, ordenados y sin invasión de pasillos y plazoletas. Es evidente que el director usó parámetros comparativos diferentes a los del sentido común.

Si usted ha estado por ahí recientemente, la expresión “mejor conservado” seguramente le dirá poco, pues es notorio el desgaste de pisos y recubrimientos, malos olores y fauna nociva, mugre y grasa adherida…; “mejor ordenado”, entonces, carece de significado si observamos que las pollerías y carnicerías se encuentran ubicadas en la zona menos ventilada. Y si de malos olores se trata, el ayuntamiento asignó de planta un camión de basura de caja abierta que escurre lixiviados al lado de una puerta de entrada y los sanitarios por la calle Herrera y Cairo, en vez de un contenedor hermético.

Precisamente la mala conservación y desorden parece haber provocado el incendio que pudo haberse propagado a través de las charolas exhibidoras y empaques de madera agregados al proyecto original, y no a través de las verduras. Almacenar objetos altamente inflamables como bolsas de polietileno, contenedores de plástico y empaques de cartón por todos lados sólo abonó a que el fuego se propagara más rápido; sin embargo, otros riesgos acechan con la invasión de espacios que obstruyen el paso del comprador: la mayoría de locales utiliza su interior como bodega mientras que, con sus exhibidores, básculas y sillas roba espacio al pasillo. Los pasillos transversales se utilizan como lugar permanente de empaques y mercancía. En esas condiciones pasillos seguros no son, porque en caso de emergencia abundan los obstáculos. La adición de puestos (ya sea sobre bases o sobre el suelo, en el interior, en las banquetas de las calles Herrera y Cairo y Liceo, o en la plazoleta de Joaquín Angulo) constituyen invasiones que suman alrededor de mil metros cuadrados para el que vende y restan la misma cantidad para el que compra.

La historia de dos mercados
Estos problemas provocados por algunos locatarios y tolerados por la autoridad no son nuevos. El antiguo edificio del Mercado Corona —proyectado en 1890 por el ingeniero arquitecto Ambrosio Ulloa— se incendió en 1910. Las llamas que acabaron con la totalidad del interior provinieron de veladoras puestas como ofrenda a una imagen religiosa. Finalmente se reconstruyó conservando su exterior.

El 5 de agosto de 1947 el editorial de El Informador denunciaba la incapacidad del ayuntamiento para asear la ciudad y conservarla limpia. Se refería a los mercados municipales como “los sitios más indecorosamente cochinos de la ciudad”, lugares donde los vecinos ya olvidaron lo que es “el asco a lo sucio”. El editor se refiere al Mercado Corona como “padrón ignominioso de cochinadas”,  de “atmósfera asquerosa y pestilente” que “embalsama con mugres y hedores” al Mercado y sus céntricas calles.

El 27 de marzo de 1948 la situación había empeorado. El mismo editor lamenta la invasión de puestos y tendejones que se han colocado alrededor del mismo mercado, bajo “la mansa tolerancia” de las autoridades, y de la ciudadanía que “no honra a su ciudad ni sus autoridades saben reglamentar un mercado.”

En 1964 el arquitecto Julio de la Peña proyecta y se construye el Mercado Corona. Después de un tiempo, la autoridad municipal permitió que la plazoleta destinada a espacio público de descanso se llenara de puestos fijos y formales hasta que las instalaciones eléctricas defectuosas provocaron el incendio que acabó con él en mayo de 2014.

El nuevo Mercado Corona construido en 2015 y proyectado por los arquitectos Fernández y Fernández parece seguir siendo la víctima, y los locatarios y la autoridad municipal victimarios. Algunos comerciantes se han instalado en los puestos al aire libre al lado este, donde no hay grifos ni drenajes instalados con giros que requieren abundante agua y producen bastante basura; además le han ganado espacio a la calle peatonal de Santa Mónica. La autoridad ha permitido que otros hayan instalado carpas en espacios residuales y otros más comienzan a ubicarse en los recovecos entre columnas y bases de medidores. ¿Qué han aprendido locatarios y autoridad durante ciento veinticinco años?

La historia dice que no mucho.

* Maestro en Ciencias de la Arquitectura con Orientación en Conservación del Patrimonio Edificado. Trabaja en el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de LA Universidad de Guadalajara. Es arquitecto por la Royal Danish Academy of Fine Arts, Dinamarca. Es autor del capítulo “Forma y función de la plaza-jardín de la Constitución en Guadalajara. Arquitectura de hierro conmemorativa como 1910”, en el libro Guadalajara, más allá de sus centenarios.

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