Enrique Vila-Matas

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En su discurso habló del futuro de la novela y dijo también que “siempre he escrito en la necesidad de encontrar escrituras que nos interroguen desde la estricta contemporaneidad”. Al mismo tiempo habló de las historias de los atentados de París y de Siria. Acerca del debate de si se necesita una distancia para narrar los hechos que suceden en el presente, ¿qué opina?
Cuando escribo sí mantengo una distancia con los hechos, porque no creo en la literatura llamada comprometida. Por ejemplo, se dice con respecto a Auschwitz, que todos estuvieron allí y tuvieron la misma experiencia, y todos podían narrarla, pero que sólo Primo Levi supo hacer literatura porque sabía contar. Antes cuando no había televisión, en los pueblos, los viejos hablaban en el casino, y siempre había un viejo que hablaba mejor, que tenía dotes narrativas, sin saberlo. Y por eso, el hecho el escritor comprometido con la realidad inmediata es un poco un desastre en la literatura.

¿Cómo ha influido México en su escritura y le ha inspirado algún texto?
Ha influido en una novela que se llama Lejos de Veracruz, una novela especial pero muy ligada a un México irreal, a un México totalmente falso, con un tratamiento casi superficial, y lo he hecho a propósito. Pero es verdad que me encontré al Diablo al final de una noche, y eso es lo que reproduje en la novela. Lo encontré en una cantina más allá de Xalapa, a las cuatro de la madrugada, y fue como la impresión de haber llegado a la última estela de Bajo el volcán, me di cuenta de que si no me iba en un minuto, me mataban, y entonces me marché en el mismo taxi en que había llegado. Luego en la mañana me encontré a Sergio Pitol, que había ido a ese sitio, y me dijo: “Dios mío”, y allí me di cuenta que había estado en peligro más de lo que creía.

¿Qué aprendiste de Sergio Pitol?
Fue decisivo por mil cosas, en el sentido de que no puedes hablar de una persona que te fascina diciendo sólo una frase; es lo de cada día, todas las historias a las que me abrió y todo lo que me hizo ver, y que me condujo precisamente a reafirmarme en mi intuición de que quizás pudiese ser escritor. Fueron mil lecciones de estilo. Lo he reconocido siempre como maestro, aunque una vez en un cuento él le dio la vuelta y reconoció que el maestro era yo. Fue muy elegante de su parte. Sergio fue importantísimo como lección literaria, por el trabajo que hizo con los géneros literarios, por las uniones de ensayo y literatura, que fue uno de los primero en hacerlo y que me influyó mucho, y también por todo su sentido de humor.
Como dijo el Premio FIL del año pasado, Claudio Magris, en entrevista, ¿el fin de esta mezcla de géneros, de este cruzar frontera, es la novela total? Magris dijo que creía en ello, pero que era algo inalcanzable.

¿Usted qué considera al respecto?
No la veo clara, creo que no es un objetivo mío. En cambio me gusta mucho el Danubio de Magris, fue muy importante leerlo para mí. En su momento, Pitol, Magris y Sebald fueron los autores que mezclaban ensayo con la narración, y que sin duda me llevaron hacia otro lado de mi literatura, que hasta entonces había sido más lineal en cuanto al recuento de historias, y que forma parte de la segunda etapa de mi escritura, que sería la reflexión sobre la literatura después de haberla escrito.

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