Emociones narrativas en corto

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En un tranvía de Berlín un joven negro se sienta a un lado de una señora mayor, de piel blanca. Este hecho da lugar a un monólogo de discriminación y racismo por parte de la mujer. Sus palabras descalificativas comienzan a provocar al joven y al resto de los pasajeros, quienes a pesar de ser en su mayoría alemanes se muestran en desacuerdo con el discurso de la señora.

En una de las paradas sube el inspector, la mujer saca su boleto con cierta sonrisa burlona, pues imagina que el chico negro ha subido sin pagar. Cuando la mujer tiene el boleto en la mano el joven se lo quita rápidamente y se lo traga, dejando a la anciana sin comprobante frente al inspector. Ésta argumenta, “el negro se ha comido mi boleto”; por su parte, el chico extrae su boleto del bolsillo y se lo muestra al oficial. Los pasajeros que han visto todo lo sucedido se mantienen en silencio. El inspector le pide a la mujer que lo acompañe, al tiempo que le dice que nunca había escuchado una excusa tan absurda. Este es El pasajero negro (Schwarzfahrer) de Pepe Danquart, (Alemania, 1993), un cortometraje que dura poco menos de doce minutos y que logra emocionar, provocar, afectar a quien lo ve. Exactamente lo que debe ocurrir con un buen cortometraje: emocionar al espectador en pocos minutos. La primera vez que vi El pasajero negro fue a mediados de los años noventa, en un curso de tres días sobre cine europeo, en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la UdeG, impartido por la investigadora de cine de nacionalidad suiza, Annemarie Meier, a quien desde entonces se le notaba el gusto por el cortometraje.

El cortometraje no es un ensayo

Annemarie Meier Bozza radica en Guadalajara desde los años setenta y es quizás la investigadora en México que más ha estudiado el cortometraje. El corto visto como una pieza única, autónoma, terminada y no como un ensayo para luego hacer largometrajes; con su propio ritmo, sus líneas narrativas, su significación y su expresión estética.

“El cortometraje no es el hermano menor del gran cine, es decir, del largometraje de ficción. Tampoco es un ejercicio de los estudiantes en el proceso de maduración hacia su primer largo, ni el experimento de un artista audiovisual en busca de expresión y estilo propios. Es mejor considerarlo como un filme breve y concentrarnos en su disfrute y en su análisis como tal”, señala la también profesora de cine del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), en su libro más reciente El cortometraje: el arte de narrar, emocionar y significar, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM Xochimilco), presentado hace unos días en Guadalajara.

A pesar de su limitada distribución y de los pocos espacios para proyectarse, el cortometraje ha llegado a ser centro de reflectores internacionales y ha cautivado a más de un director con amplia trayectoria; quizás esto se deba a su independencia y libertad creativa a la hora de contar una historia. Directores como Joel y Ethan Coen (Tuileries, episodio de Paris Je T’aime, 2006); Quentin Tarantino (The man from Hollywood, corto de Four Rooms, 1995); Wim Wenders (Twelve miles to trona, segmento de Ten minutes older: The trumpet, 2002); Jean-Luc Godard (Dans le noir du temps, episodio de Ten minutes older: The cello, 2002); Jim Jarmusch (Coffee and cigarettes, 2003) David Lynch (The short films of David Lynch, 2002); Martin Scorsese (Life lessons), Francis Ford Coppola (Life without Zoe) y Woody Allen (Oedipus wrecks) en Historias de Nueva York (1989), han sido seducidos por el formato del cortometraje. Todos con sólidas carreras, autores de un sinfín de largometrajes, han aceptado entusiasmados el reto de contar algo en pocos minutos.

En nuestro país son muchos los cortos que han puesto en alto el nombre de México, recordemos De tripas corazón (1996) de Antonio Urrutia, ganador del Ariel y nominado al Oscar por mejor cortometraje, una historia sencilla filmada en el poblado de Concepción de Buenos Aires, Jalisco, en la que dos adolescentes buscan su primera relación sexual con una prostituta. La milpa (2002) de la tapatía Patricia Riggen, premio del público y del jurado al Mejor cortometraje en la III Semana de Cine Iberoamericano Chimenea de Villaverde de Madrid, España y Medalla de Oro a la Mejor Narrativa Cinematográfica de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, entre otros premios. Jacinta (2007) dirigido por Karla Castañeda, Mejor Corto de Animación en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), ganador del Ariel y presentado en la Semana de la Crítica del Festival Cannes (2009); entre otros reconocimientos.

Las nuevas tecnologías: impulsoras del corto

El cortometraje ha tenido que abrirse paso en los canales de distribución y de exhibición, a diferencia del largometraje, y escalar y brincar las barreras del consumo. Años atrás sólo era posible ver cortos en algunos festivales o muestras de cine; sin embargo, con la llegada de las nuevas tecnologías (internet), la relación entre cortometraje y espectador se ha vuelto más estrecha.

“La producción del cortometraje tiene como gran ventaja la distancia con la industria que define los modos de producción, distribución y exhibición del cine. En las fases de diseño y producción el corto cuenta con un cierto margen de independencia, que permite la libertad de creación. En cuanto a la distribución y exhibición sí encuentra restricciones, por lo menos para una distribución redituable. Con la ayuda de las nuevas tecnologías y el espacio virtual, un corto puede alcanzar una audiencia que no había tenido nunca”, escribe Annemarie Meier en su libro.

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