Elías Canetti el rigor como acto de fe

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“No me pareció ninguna humillación que, durante cuatro años, no surgiera ningún editor que se arriesgara a publicar la novela”. Esto escribió Elías Canetti (1905-1994) en su ensayo “El primer libro. Auto de fe”, que aparece como apéndice precisamente en su novela del mismo nombre publicada por Muchnik Editores. En ese texto reflexiona sobre la gestación de la novela, los cambios y agregados que fue sufriendo el manuscrito a lo largo de su escritura (que duró aproximadamente dos años) y el descarte que hizo del material que ya tenía escrito. Porque la novela, al principio, estaba planteada como un total de ocho libros, cada uno con un personaje principal y una trama distinta.

Publicada por primera vez hace ochenta años, una novela como Auto de fe da cuenta del compromiso de Elías Canetti con la literatura. Más allá de que el tema sea el libro (la trama central), o la preservación del libro aun a costa de la vida humana, se descubre en Auto de fe una apuesta por el conocimiento y su divulgación que no agota sus posibilidades ni sus alcances. La escribió cuando vivía en Viena, donde los libros que se publicaban adolecían de calidad. “Me hallaba inmunizado contra todo cuanto pudiera ser agradable o complaciente por la profunda antipatía que me inspiraba la literatura vienesa entonces en boga”, agrega en su ensayo.

En La lengua absuelta, su libro de memorias, Canetti escribe que tras la muerte de su padre (que siempre quiso ser actor), años después, su madre (quien también aspiraba a la actuación) le enseñaría alemán (le leería obras de August Strindberg, el favorito de ella). Búlgaro nacido en los bajos del río Danubio en 1905, en una pequeña localidad llamada Rutschuk, en este idioma germano Canetti escribiría Auto de fe, que sería publicada, tras numerosos rechazos, pasados cinco años de que la terminara y que en su versión manuscrita Thomas Mann se negara a leer aduciendo “la limitación de sus fuerzas”.

Del otoño de 1929 a octubre de 1931 Canetti le dio forma y fondo a la novela, un lapso de dos años en los que trabajó, primero, casi a tientas y hacia el final con un frenesí que tenía que refrenar porque temía que el texto se le fuera de las manos. “Cuando me pregunto hoy día de dónde sacaba fuerzas para trabajar así, acabo dando con las influencias más heterogéneas”. Particularmente de la lectura de Rojo y negro obtuvo el saber cómo no dejarse arrastrar por el ímpetu de la escritura, Stendhal le “inculcó la claridad. Acababa de concluir el capítulo de Auto de fe que hoy se llama ‘La muerte’, cuando cayó en mis manos La metamorfosis de Kafka”, donde encontró “el rigor al que aspiraba”.

Antes de ese periodo de dos años podría decirse que Canetti “se preparó” para la escritura: otras influencias sin duda fueron el par de viajes que hiciera a Berlín (donde conocería y conviviría, sobre todo, con Isaak Babel y Bertolt Brecht), sus estudios de química (que abandonaría definitivamente para escribir) y su participación voluntaria en las protestas obreras en Viena. Aquí cabe apuntar que uno de los principales textos que alimentó a Auto de fe fue “La comédie humaine de la locura”, surgido a partir de que el autor búlgaro presenciara cómo una multitud, como consecuencia de la exoneración de los culpables de un tiroteo y de varios obreros muertos en una marcha pública, le prendiera fuego al Palacio de Justicia en Viena. Cuenta en su ensayo que en una de las calles laterales al palacio, se topó con un hombre que en un ininterrumpido monólogo repetía “¡Las actas se queman! ¡Todas las actas!”. Años después, este hombre, subrepticiamente, mutaría en el personaje principal de Auto de fe: “Una cosa era segura… él se prendería fuego junto con sus libros y ardería con su biblioteca en el incendio que provocase”. Por eso pasó por llamarse B. (abreviatura de Büchermensch, que alude a hombre-libro) y Brand (incendio), aunque al final llevó el nombre de Kien (que en alemán significa “leña resinosa”).

Hay que anotar, por último, que cuando la novela fue publicada, en 1936, uno de sus primeros lectores fue Thomas Mann, quien le escribió a Canetti que de todos los libros de ese año “era el que más le había interesado”.

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