El ritmo de la fe

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Los redobles en el tambor y las notas de la tuba suenan con acompasada solemnidad y apesadumbrados. A la vez los clarinetes cantan sus agudos dolorosos, a los que los cornos les abren paso, remarcados por el estruendo del bombo y el platillo. Es lo que se escucha en “Mater Mea”, una marcha de procesión compuesta en 1962 por Ricardo Dorado Jaineiro. Esta es una de las tantas composiciones hechas en España a propósito de la religiosidad mariana y que se interpretan durante la Semana Santa, por las bandas musicales que acompañan las imágenes que transitan entre la afligida o impresionada muchedumbre que se ha hecho vieja, joven y vieja otra vez en la expectación de la fe.

Esas marchas, pese a la tradición católica en México, poco o nada de eco han tenido en el país, así lo asegura Tomás Alemany Rosaleny, director de la Banda Sinfónica del Departamento de Música de la UdeG. De ahí la importancia de que algunas de ellas se presentaron el pasado jueves en la parroquia de Santa Teresa, en el centro de Guadalajara, y cuyo programa se repite este lunes en el Teatro Alarife Martín Casillas, con el título de “Así suena la Semana Santa”.

Alemany Rosaleny, quien es originario de Valencia, y actualmente es la Tuba principal de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, dice que la idea de montar estas piezas musicales en un concierto surgió luego de que en los años noventa participara directamente en las marchas en Sevilla, por lo que “quedé muy impactado del fervor mariano que hay allá y de la música; un movimiento increíble que he deseado plasmar durante muchos años y que por fin se hará”.

Las marchas procesionales tienen su origen a mediados del siglo XIX, bajo el concepto de marcha fúnebre. Forma musical que se desarrolló con la corriente estilística del Romanticismo. Ejemplos de ello fueron el segundo movimiento de la Tercera Sinfonía de Beethoven, las marchas fúnebres de Schubert, Chopin, Wagner o “Adiós a la vida” (“E lucevan le stelle”) de la ópera Tosca de Puccini, que se adaptaron para que las bandas de música las tocaran al acompañar los desfiles.

De acuerdo al tubista, la tradición de esta música se ha dado además de en España, en Italia y en países de América como Guatemala y Colombia, pero señala que después de una búsqueda “muy ardua” durante dos años en México para encontrar sus consonancias, hasta ahora “no existe algo parecido”, aún cuando también se llevan a las imágenes religiosas por las calles y se toque o se cante, pero “no hay un género musical que se haya formado de esto, y por tanto no hay marcha procesional en forma y manera que se pueda llamar mexicana”, pero sí los españoles, agrega, fueron influenciados por composiciones mexicanas para crearlo.

Para el músico valenciano, más allá de que se sea religioso o no, lo relevante es que los compositores de las marchas de procesión pensaban en una “música que acompañara la solemnidad del momento, y aunque es bella y tranquila, también tiene partes que reflejan tensión, tristeza, amargura”.

Acerca del programa del concierto, que abarca diez marchas de compositores diferentes que van desde 1925 hasta 2009, dispuestas en orden estrictamente cronológico, y que son una muestra de la evolución y contribución al género, dijo que no es monótono, ya que posee elementos cambiantes en la interpretación, y recordó que las piezas viejas no cuentan con muchas indicaciones de ejecución, sobre todo en cuanto al ritmo, ya que corresponde a cómo se realiza la procesión en diferentes ciudades o días, eso aunado a los cambios que los instrumentos han sufrido en estructura y tonalidad con los años, por lo que resaltó el trabajo de estudio y asesoría para montarlas.

La Banda Sinfónica ya antes ha interpretado algunas piezas sueltas del género en diferentes momentos y escenarios, pero esta vez, dice el director, es la primera en Jalisco y quizá en México en que se hayan presentado en conjunto en concierto.

Alemany Rosaleny, cree que esta es una oportunidad para intentar transmitir la emoción y el sentimiento que se viven con las marchas en España, a las que los espectadores y músicos se entregan, porque las hermandades que las promueven y mantienen en tradición, las valoran como un “vehículo increíble” que marca sí el ritmo de la procesión, pero sobre todo su espiritual sentido.

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