El narco sin eufemismos

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En la vida uno a todo se acostumbra, hasta a la muerte. Quinientos noventa y dos ejecutados en 2010 en Jalisco, 34 mil muertos por la “guerra al narcotráfico” en lo que va del sexenio de Felipe Calderón, cinco cuerpos mutilados encontrados por la carretera a Chapala en la noche… ¿Es posible acostumbrarse a eso? Lamentablemente parece que sí.
Detrás de estas cifras horripilantes, que pasan casi desapercibidas frente a los ojos de un país que parece hipnotizado por tanta violencia, nadie, o muy pocos, parecen darse cuenta que existen personas de carne y hueso, que subyacen explicaciones y causas, que subsiste un rastro de humanidad. Esos pocos son algunos periodistas que reaccionan a la indiferencia y al asombro contando historias, y que creen que la función del periodismo en medio del desbarajuste provocado por el narcotráfico es rescatar la vida alrededor de la muerte.

Desacostumbrarnos a la muerte
“A mí me tocó ver un caso en Acapulco, donde a un muchacho lo mataron a pedradas, con unas piedras muy grandes, del tamaño de una pelota de basquet, con las que machacaron su cabeza”, dice John Gibler, un periodista nacido en Texas, que desde los cinco años trabaja en México.
En este último año se dedicó a seguir a algunos reporteros mexicanos de la nota roja en ciudades como Culiacán, Monterrey, Ciudad Juárez y, como el caso que describe, en la capital del estado de Guerrero.
“Esas piedras estaban allí, totalmente llenas de sangre” continúa, “los peritos llegan, toman sus apuntes, sus fotos digitales, levantan el cuerpo, y las piedras se quedaron allí tiradas en el pasto. No hicieron ni un estudio para buscar rastros de ADN, un cabello, piel o huellas digitales. ¡Son las armas del asesinato y allí se quedaron!”. Pero en este caso hay otro detalle tragicómico: “Cuando levantan el cuerpo ni se dieron cuenta que al cadáver se le cayó un ojo, ¡se quedó sumido en el lodo!”.
Con sus andanzas nocturnas tras de homicidios y cadáveres, Gibler retrata la impunidad que permea los crímenes violentos en esas ciudades. “Lo que hacen los policías y los peritos en las escenas del crimen es un mal trabajo de limpieza, llegan, apuntan unas cuantas cosas sobre el cuerpo, la posición, cuántos casquillos encontraron, las heridas visibles, toman unas fotos digitales, levantan el cuerpo y ya estuvo”.
Agrega que: “Cuando vas a cubrir el narcotráfico hay muchos detallitos que te retratan realidades muy importantes que no son necesariamente publicar el nombre del pistolero. Los asesinos matan y dejan el cuerpo en forma de mensaje, como en el caso de descuartizados, decapitados, encajuelados y todo este lenguaje violento que es una manera de convertir al ser humano en un simple mensaje de muerte”.
El periodismo, explica, debe formar parte de un esfuerzo social para no acostumbrarse a la impunidad. “El reto es buscar la vida alrededor de la muerte, contando las historias tenemos que provocar y denunciar esto para desacostumbrarnos a tanta violencia y a tanta muerte”.

¿Cómo escribir de narco?
“Escribir ‘bien’ sobre el narcotráfico: esta es justamente una pregunta que yo me hago”, dice John Gibler. Para responder a este interrogativo, el periodista estadounidense decidió lanzárselo a reporteros mexicanos con años de trayectoria escribiendo sobre narcotráfico.
“Yo le preguntaba: ¿Cómo se puede cubrir bien el narco? Tanto Javier Valdez, reportero de Río Doce de Culiacán y La Jornada, como Ismael Bojórquez también de Río Doce, me dijeron: ‘Simplemente no se puede. Porque hay mucha información, la tenemos de primera mano, de fuentes totalmente confiables, es información confirmada que si se publica al día siguiente nos matan’”.
Valdez opina que lo que tienen que hacer los periodistas es administrar la información, siempre estar en una dinámica entre lo que pasó y lo que se puede decir y publicar. “Esto está de la chingada, es una opción trágica, pero es en la que estamos”, dice al respecto Gibler.
“La opción para mí es ver lo que se puede publicar pero siempre cuestionando estos límites. No es que estás en un terreno seguro cuando estás midiendo, pero sirve para empujar tantito, porque no quieres que todo se quede ni en el silencio ni en la impunidad”.

Narrativa perdedora
Otro periodista que cree en la necesidad de narrar el narco es Alejandro Almazán. “En las historias cuando las contamos no sólo le regresas el nombre a la persona y haces que no se olvide, sino que también le regresas la dignidad como ser humano.
”Porque una cosa es que cuentes muertos y otra es que cuentes las historias de los muertos”, agrega, “esto es lo que desde la narrativa puedes rescatar: la carne, los huesos, los personajes que nosotros vemos en los periódicos solamente como un número”.
Según él, el narcotráfico se tiene que narrar como es: “Duro. Nosotros vamos a seguir hablando del narco, con el mismo lenguaje, vamos a hablar de ejecutados, de embolsados, porque ya es un lenguaje cotidiano y aunque desde los medios traten de minimizar, la violencia va a seguir allí, y al rato cuando alguien quiera hacer el registro sobre lo que realmente estaba pasando en este país, no lo va a encontrar”.
Sin embargo, opina que la del narcotráfico es una narrativa perdedora. “No es mostrar una narrativa triunfadora, como pretenden sostener las autoridades y algunos medios, que ‘México está de pie’. Una narrativa ganadora es que no haya corrupción, que la policía y el gobierno hagan su trabajo, pero no la tenemos. Entonces mi oficio me dice que diga la verdad, y la verdad hasta este momento es una narrativa perdedora, y tenemos que contarla”.

País de muertos
Un buen ejemplo de cómo narrar la violencia y la muerte es el libro País de muertos, que reúne 14 casos de impunidad en el país, contados por el mismo número de cronistas. Diego Osorno, el periodista que recopiló los textos, acerca del título que escogió, comenta: “La idea es contar México a partir de algunos de sus crímenes impunes, a través de la mirada más plural de periodistas y cronistas”.
“También es una provocación a este discurso que sin éxito ha tratado de vender el gobierno federal diciendo que en México no hay tantas muertes, que hay una exageración”, añade, “y posicionar estas historias en este debate y sacar a los muertos del conteo diario de los medios”.
En el libro se encuentran textos sobre casos que causaron mucha sensación, como los niños de la guardería ABC, el asesinato del periodista Brad Will, la desgracia de la mina de Pasta de Conchos, el caso de la discoteca News Divine, la matanza de indígenas en Acteal. Pero también casos no menos trágicos como el asesinato de un maestro de ping-pong en el Estado de México y el secuestro de un joven empresario de la Ciudad de México, entre otros.
En el prólogo del libro, Osorno escribe: “Pero este libro no es una fosa común ni una sala del museo de los muertos. Tampoco es sólo una denuncia más de esa notoria impunidad que mata en el país desde hace tiempo (…). Para tratar de narrar el dolor de los muertos se reúne en esas páginas el periodismo de investigación y el periodismo narrativo…”.
Pero, ¿por qué narrar la muerte, y la corrupción? “Narrar lo absurdo desafía lo absurdo, esta es la función que nos toca a nosotros; narrar, aun si es poca cosa, es lo que ha mantenido y vigorizado la humanidad, ayudándole a superar momentos complicados”, explica.
Y agrega: “Más que reportear el humo, hay que reportear el fuego que lo provoca, esto es básico en el periodismo a la hora de narrar cualquier tema, y sobre todo en un tema como el narcotráfico”.
Sobre la función del periodismo en estos tiempos, dice que: “Debe contribuir a combatir el miedo, explicando lo que pasa, dando enfoques novedosos de las cosas, no tenerle miedo a la reconstrucción histórica, ir viendo la mirada económica y la tragedia que hay de fondo para que tanta gente decida entrar en las filas del narco: los chavos que entran ya saben que los van a matar, entonces preguntarse ¿por qué este suicidio colectivo que alimenta al narco?”. Pues como dijo antes Diego, narrar lo absurdo ayuda a desafiar lo absurdo.

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