El infierno como imaginario

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“El infierno son los otros”, decía el filósofo y escritor Jean Paul Sartre. Pero la visión judeocristiana es la que ha tenido más incidencia en la simbología del Infierno y su representación en el arte.

Pero, ¿qué diablos es el Infierno? El doctor Efraín Franco, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad de Guadalajara, afirma que el Infierno es una creación metafísica, una creación mitológica, donde los seres humanos son juzgados de acuerdo con su hacer en la vida.

Pablo Aparicio, arqueólogo español e historiador del arte, indica que en “nuestra cultura occidental pesa mucho la idea del Infierno desolador donde se va a sufrir, y este concepto ha permeado en gran parte de las religiones”.

Los egipcios tenían la concepción de que el alma no se podía quedar al lado de su cadáver, y lo reflejan en El Libro de los Muertos (escrito en 1550 a. C), que se exhibe actualmente en el Museo Británico.

El Libro de los Muertos son papiros funerarios compuestos por himnos a los dioses, y fórmulas mágicas destinadas a ayudar a la persona fallecida a sortear los peligros que la acechan en la otra vida hasta llegar al paraíso. “En éste, los óvalos representan los ataúdes de donde salen quienes irán al más allá. Los enemigos del Sol marchan bocabajo, en espera de que los semidioses con cabeza de cobra les corten la cabeza y las tiren a un caldero de fuego”, explica el experto.

Para los griegos el Infierno estaba representado por dos islas. Una de ellas era exclusiva para los héroes y los aristócratas. Mientras que el Hades era para todos los mortales que se habían portado mal. Lugar neblinoso y sombrío, donde eran juzgados tras su muerte. “A los hombres avaros se les condenaba a permanecer dentro de un lago, pero si tenían sed y querían beber agua, el lago se apartaba de ellos; si querían tomar una fruta de los árboles, pasaba que el alimento también se alejaba de sus manos”.

El Hades estaba dividido en cinco ríos: el Aqueronte (el río de la pena o la congoja), el Cocito (lamentaciones), el Flegetonte (fuego), Lete (olvido) y Estiga (odio).

Por su parte, Roberto Romero Sandoval, investigador del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, indica que el Popol Vuh o libro sagrado de los mayas, describe el descenso al inframundo como un camino de pruebas a sortear.

Para llegar ahí es necesario bajar por unas escaleras muy inclinadas, atravesar ríos rápidos, de sangre y de agua, y pasar por unos jícaros espinosos. Atravesar el agua representa la destrucción, el retorno a un estado original, el renacimiento. Bajar al inframundo significa adquirir conocimiento, porque el inframundo es un lugar fértil y acuático.

“En el último nivel del inframundo el cuerpo se desvanece y se convierte en esqueleto. Uno se vuelve como el señor del Xibalbá, como el Dios de la Muerte. El Dios de la Muerte tiene rasgos vitales, si bien es un esqueleto tiene ojos, por lo que puede ver, conoce el mundo que habita”.

Contrario a los cristianos, para los mayas lo sagrado está en el interior de la tierra, donde surge la vida, y no en el cielo.

La Divina Comedia
Dante Alighieri influyó, con su obra la Divina Comedia, en la conceptualización popular del Infierno; un libro que además fue aprovechado por la Iglesia católica para infundir temores por la represión y el castigo a todos los mal portados, confirma Efraín Franco.

El escrito originalmente llamado Comedia, fue cambiado a Divina Comedia doscientos años después —en el año 1500—,  porque se decía que fue inspirada por el mismo Dios y significaba la visión del mundo con sus valores y antivalores.

“Dante Alighieri representa la visión medieval desde una perspectiva católica de los valores, los temores y la política, porque utiliza la literatura como un instrumento de castigo y envía al Infierno a sus enemigos políticos”, aduce Franco. E indica que la Divina Comedia está divida en: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Su orden está en función del número tres, que evoca la Trinidad Sagrada: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; el equilibrio, la estabilidad y el triángulo.

“Contiene 33 cantos cada uno, que multiplicados por tres ofrecen 99 cantos, y que al agregar el canto introductorio se completa la unidad. Además, 33 es la edad en que murió Cristo. Es un juego y re-juego de símbolos, ya que el número diez es cabalístico y pitagórico; se aprecia además la importancia decimal en los diez niveles del Infierno, que son nueve círculos más el ante-infierno, donde se encuentran los indiferentes”, resalta el experto en investigaciones estéticas.

El Infierno son círculos concéntricos que se aprecian como un cono invertido y que, a diferencia del Purgatorio, es simplemente un cono; el cielo son esferas estéticas y en la última esfera está Dios, a la que nadie tiene acceso.

Virgilio le sirve como guía a Dante para recorrer los nueve círculos del Infierno y cada uno se subdivide, a su vez, de manera simbólica y conforme se desciende los pecados son mayores. “Ahí se encuentran los ladrones, pederastas, asesinos, magnicidas, parricidas, uxoricidas, prostitutas, rameras, homosexuales y el Chamuco, un ente que concentra el mal y está congelado, un monstruo de tres cabezas que observa las tres iglesias principales: la mahometana, la judía y la católica”, apunta Efraín Franco.

Numerosos artistas de todos los tiempos han creado ilustraciones sobre la Divina Comedia, entre ellos: Miguel Ángel, que ilustra algunos pasajes en la Capilla Sixtina; Sandro Botticelli, Gustave Doré, Salvador Dalí, William Adolphe y recientemente Miquel Barceló.

Ya en 1667 se publica el libro Paraíso perdido, de John Milton, que expone todas las categorías de demonios y sus legiones. Este poema clásico de la literatura inglesa trata el tema bíblico de Adán y Eva, el problema del mal y el sufrimiento, y representa el cielo y el infierno como estados de ánimo antes que espacios físicos. La obra comienza en el Infierno (descrito mediante referencias a la permanente insatisfacción y desesperación de sus habitantes), desde donde Satanás (definido por el sufrimiento) decide vengarse de Dios de forma indirecta, esto es, a través de los seres recién creados que viven en un estado de felicidad permanente.

“Tanto el Paraíso perdido como la Divina comedia generan, desde una visión católica y protestante, un esquema valórico para representar iconográfica y escatológicamente la visión de un mundo que luego incide en las artes”, puntualiza finalmente Efraín Franco.

Lo macabro en Posada y Rulfo

Las Danzas macabras son una expresión artístico-literaria surgida en el siglo XIV, que representa a la Muerte personificada y es aludida mediante una serie de escenas en las que unos esqueletos van emparejándose con los vivos, arrastrándolos a bailar con ellos. Lo habitual es que la Danza sea un dibujo, pintura o grabado, acompañado por  un texto que puede ser un verso, una leyenda o un epigrama.

“Las Danzas macabras surgieron en lo que actualmente es Alemania, Austria y quizá el norte de Francia, con las pestes en la época medieval, cuando cerca del cincuenta por ciento de la población europea muere por las pestes y se exacerba el sentimiento religioso junto con la muerte y el pecado”, refiere el director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad de Guadalajara, Efraín Franco.
La muerte dio pie a que surgieran las herejías, que estaban muy en concomitancia con la fe católica, pero otras ponían en tela de juicio los valores, como la representación de la muerte.

La Danza macabra es una rebelión ante las prohibiciones de la Iglesia, que la veía como un ejercicio de herejes. La idea fundamental que las motiva es que todos los seres humanos, todos, eran iguales ante la muerte, desde el rey y el Papa hasta los pobres y siervos.

“Las Danzas macabras en el fondo tienen una influencia extraordinaria para José Guadalupe Posada, que las ilustra como seres de ultratumba y tienen una semejanza por la expresión descarnada”, dice Franco, quien explica que también en México, quizá la obra más reciente que habla sobre el Infierno es la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, porque hay un paralelismo con la obra la Divina Comedia.

“Así como Dante es conducido por Virgilio al Infierno, en Pedro Páramo a Juan Preciado lo conduce Abundio hasta llegar a Comala (que significa comal, y es una plancha metálica de barro precocido; es la hornilla, el mismo infierno donde habitan las ánimas. Por ello, hay esta simetría en estas dos obras)”.

Efraín Franco, especialista en cultura popular, también indica que El caballo del Diablo fue un cómic que circuló en la época de los años setenta en México, que representaba a un animal que encarnaba Satanás. La historia cuenta que el hijo de un hacendado es asesinado brutalmente y éste, frente a su tumba, pide a Dios que le devuelva la vida. Pero como no le escucha, se lo pide a Satán. Al cabo de un tiempo, el hijo del hacendado regresa de ultratumba como un tenebroso caballo negro.
Este ente malévolo despertaba, sobre todo, las pasiones mundanas sexuales, vistas por supuesto como pecado desde la visión judeocristiana, agrega Franco. Pero para el escritor español Ramón Gómez de la Serna, la esperanza es algo peor que el Infierno:

¡Oh, la crueldad incomprensible, inadmisible! Le sentenció Dios a muchos miles de siglos de purgatorio porque si los hombres al que no matan, al que absuelven de la última pena lo sentencian casi a lo mismo con sus treinta años, Dios, al que perdona del Infierno, le condena, a veces, a toda la eternidad menos un día, y aunque ese día mata por completo toda la eternidad, ¡cuán vieja y cuán postrada no estará el alma el día en que cumpla la condena! Estará idiota como el alma de la ramera Elisa, de Goncourt, cuando sale del presidio silencioso.

“¡Cuántas hojas de almanaque, cuántos lunes, cuántos domingos, cuántos primeros de año esperando un primero de año separado por tantísimos años!”, pensaba el sentenciado, y no pudiendo resistir aquello, le pidió al Dios tan abusivamente cruel, que lo desterrase al Infierno definitivamente, porque allí no hay ninguna impaciencia.

“¡Matadme la esperanza! ¡Matad a esa esperanza que piensa en la fecha final, en la fecha inmensamente lejana! —gritaba aquel hombre que por fin fue enviado al Infierno, donde se le alivió la desesperación…”

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