El espectador y sus huellas

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Doce personas se sientan ante una mesa en la que se ha puesto un gran mantel blanco. Renata Petersen está en la cabecera de la mesa y ha servido la comida a sus invitados; toda la sala huele a mole y, por eso, el proceso de interacción que propone su obra sólo podrá realizarse así: una vez. Un artista esotérico y su esposa, una fotógrafa, dos personas del staff del museo, dos jóvenes que vinieron a visitar al museo y un joven que parece ausente —y que puso nerviosos a los custodios de la sala— son los comensales. Hay algo que une a todos los que se sientan a comer: la necesidad de expresar una habilidad, una intención. Están aquí porque van a participar en una obra. “Son artistas de clóset. Que se acerquen ya nos dice que deben tener una inquietud artística, tal vez lo descubrirán ahí pero tienen la plena conciencia de que son parte de la misma obra”, dice la artista. Conversan en la mesa. Comen y beben vino. Hablan de los temas sociales en boga: del arte contemporáneo y del porqué es tan incomprensible y caro; de los museos y de la propia exposición que está a punto de surgir en cuanto ellos se marchen.

Topografías de una conversación, que se inaugurará en el Museo de las Artes este 18 de agosto, surgió así, con la idea de llevar lo resultante de una sobremesa a una exposición en que conviven diferentes técnicas, como la fotografía, la instalación y el dibujo. Al momento de la entrevista (en julio pasado), aún no estan terminadas las piezas que se incluirán, pero de lo que está segura Renata es de que la idea primigenia de la obra, la que tiene que ver con involucrar al espectador con el proceso, está concretada.

“Sucedieron cosas que yo no me esperaba en lo absoluto”, narra Petersen, “porque la gente está súper dispuesta a participar en una obra mucho más de lo que yo hubiera pensado. En el momento en que te abres a que tu obra sea intervenida por los demás, los demás también tienen una conciencia y tienen gana de hacerlo. En la comida, todo el mundo estaba dentro de la obra, participando y haciendo esa parte que le correspondía. Creo que los museos necesitan abrir más oportunidades para que los visitantes tengan el acceso a participar en el proceso del artista y en la institución misma”.

En el que durante este tiempo fue el taller de Renata en el MUSA, está lleno de manchas; a la vista están dos servilletas y un gran mantel, que están intervenidos. Más que manchas accidentales, son dibujos hechos con vino, mole y algunos hasta con pluma; también hay vasos vacíos y botellas a medio tomar.

“La gente que se sentó tenía la necesidad de expresar una habilidad, una intención. No pensé que la obra concluiría así. De eso se trata la residencia, de que puedas entablar el vínculo entre el quehacer artístico y el interés artístico. Te da la posibilidad de entablar diálogo con alguien distinto a ti”.

Para Renata Petersen abrir las puertas de un museo de esta manera es necesario. “Para que el espectador se pueda acercar a la obra y desaparezca esta desconfianza que crean los museos en el espectador de que no puede relacionarse con el arte, no puede acercarse, tocarlo, respirar cerca de él. El dejar una huella, a la gente le gusta muchísimo. Encontrarse en una obra. Deberíamos de usar esto de impulso para abrir esas puertas. Si no lo hacemos así vamos a caer en lo que ha echado a perder el arte: la sobrevaloración”.

Los soportes que utiliza en Topografías de una conversación no son tradicionales, mientras que la relación abierta que entabla con el espectador es una de las constantes de mucho arte contemporáneo. Por ello, una parte compleja de su exposición será que el público se entienda con la obra, su contenido y su estética.

“En Guadalajara la gente es tan conservadora que hasta la fotografía le parece que no es arte. Si no es un caballete, si no es pintura o escultura, no es arte. Están muy reservados a entender el arte por el contenido, sino por la forma. Por ello está bien que existan espacios como éste, donde se pueda dialogar y la gente pueda preguntar si no entiende nada. Por eso para mí fue importante hacer el arte participativo y que estuviera abierto al diálogo y a la conversación. Sí, no son retratos de dos metros por dos metros de la ‘carota’ de alguien, pero creo que como en todo hay arte bueno y arte malo: el arte malo no comunica, no dice nada, es vago, y no hay un compromiso después de la obra. Y eso se nota”.

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