El enigma de Alfonso Reyes

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    El famoso relato Enoch Soames, de Max Beerbohm, trata acerca de la posteridad. Su protagonista, el mediocre poeta Soames, pacta con el Diablo, a fin de revisar su nombre en las enciclopedias del futuro. De modo parecido, El arte de perdurar, de Hugo Hiriart, indaga sobre los mecanismos de la gloria literaria. Para ello propone el enigma siguiente: ¿por qué la obra de Alfonso Reyes no tuvo el mismo eco que la de Jorge Luis Borges?
    Hiriart, sin duda nuestro mejor ensayista, reúne aquí páginas estimulantes sobre la perduración artística (y ha escrito, junto con la de Alejandro Rossi, la más clara explicación de Borges). Estos hechos, sin embargo, no impiden que disienta con la premisa de este ensayo: “Reyes no ha alcanzado, ni parece que vaya a alcanzar alguna vez, la perduración que su talento y maestría hacían esperar.” (Hiriart, página 13).
    Alfonso Reyes, una de las mayores figuras del español, al morir, en 1959, su fama, en vez de aumentar, se detuvo. Reyes, argumenta Hiriart, jamás escribió un libro que lo recogiera por entero; fue presa de su virtuosismo, su prosa poco flexible se ocupó, sin ser profunda, de un sinfín de temas; fue demasiado cortés, y no representó a su época. Reyes, por lo tanto, no es un escritor identificable; se diluye en la perfección de los veintitantos tomos de sus obras completas. No representa nada.
    El artista que triunfa es el que logra resaltarse, el que ofrece un punto de vista singular sobre el universo; la maestría no basta. Tal es la tesis de Hiriart. Borges, por ejemplo, se limitó y ahondó sobre unos cuantos temas.
    En literatura todos los valores son pasajeros, y El arte de perdurar profesa el culto por la originalidad, el autor y “la común e irritante teoría del  ‘Gran Trabajo’, la magnum opus.” (Lang, citado por Hiriart, página 53).
    Estas supersticiones, a la larga, son comprensibles. Sin embargo, la principal falla que encuentro consiste en sólo ver a Reyes como un caso del problema filosófico de lo uno y lo múltiple. Hiriart se concentra en la ausencia de un elemento que unifique a todos los Alfonso Reyes. No se detiene en el problema de la identidad. Lo menciona de soslayo: “El libro no es un ente incomunicado: es una relación, un eje de innumerables relaciones.” (Borges, citado por Hiriart, página 85), un objeto sobre el cual “tiene que caer la apreciación externa, la de los lectores” (Hiriart, página 11).
    Lo que quiero decir es que es difícil apreciar la identidad de una obra. La intención original del autor a menudo no corresponde con el resultado, y el lector interfiere constantemente. La responsabilidad de que una obra alcance o no la gloria, no es exclusiva de su autor.
    Estas ideas, que se hallan en varios textos de Borges, son llevadas al extremo por Alejandro Rossi, quien, al referirse sobre el impacto que tendrá su propia obra, dice: “El que me definirá todavía no existe. No soy un precursor: soy, más bien, el material indeciso cuya forma y sentido es otorgado por otro. Arriesgar una hipótesis acerca del porvenir de un poema o de un cuento implica, entonces, saber lo que ahora es imposible saber: la identidad del cuento y del poema.” (Rossi, Obra reunida, página 38).
    Hiriart acierta cuando identifica los requisitos para la perduración, y acierta a la hora de diagnosticar los actuales defectos de Reyes; pero, a final de cuentas, algunos de los puntos de su ensayo resultan apresurados. No han pasado tantos años desde la muerte de Reyes; y en realidad la consagración de Borges ha sido rapidísima. ¿Quién niega la posibilidad de que una traducción finalmente consagre a Reyes (como fue el caso de Poe)? Algo así ya ocurrió. Gerardo Deniz hizo una antología de versos que muestran a un nuevo Reyes. Quizá por ahí haya un camino. La obra de Reyes no es infructuosa: produjo a Borges.

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