Amor por la palabra

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Muy pronto pasaron dieciocho años desde que Luis Armenta Malpica abriera la posibilidad de crear su editorial Mantis, cuya historia y trayectoria es reconocida, no solamente en los órdenes local y nacional, sino también en algunos países donde su presencia es ya visible. Para celebrar su mayoría de edad, su coordinador estableció una serie eventos del 3 al 7 de este mes, que dieron inicio con la mesa “Jalisco, algunos editores guía”, en la sala Higinio Ruvalcaba del ex Convento del Carmen, la noche del miércoles 3 de septiembre, en la que participaron Jorge Esquinca, Víctor Manuel Pazarín, Felipe Ponce, Javier Ramírez y Roberto Rébora.

Los invitados a la mesa, a decir de Armenta Malpica, fueron quienes le animaron a inaugurar un nuevo sello editorial y éstos, ante un aforo completo, dieron cada uno sus razones por las cuales habían dado origen a las editoriales Cuarto menguante, Mala Estrella, Arlequín, Distoria y Toque de poesía. Como les fue en la feria, cada uno abordó la historia de su proyecto editorial. Coincidieron en algo: editar libros es un asunto del azar y, también, un acto por amor a la literatura y a la palabra.

Por ser el mayor de los asistentes, Jorge Esquinca fue el primero en hablar e intentando hacer un resumen de sus palabras, a manera de citas, mencionó que él tuvo “la enorme dicha de hacer libros”, y contó cómo al visitar las imprentas del centro de Guadalajara, en 1981, los impresores le advirtieron: “¿Libros de versos?, no muchachos, mejor dedíquense a cosas que dejen dinero”, y es que —narró Esquinca— habían ido a las imprentas donde se hacían invitaciones de bodas, bautizos y primeras comuniones, y allí nunca, pero nunca habían impreso libros de “versos”.

De acuerdo a lo escuchado esa noche en el ex Convento, ha sido una constante, en la historia de la fundación de editoriales en Guadalajara, el deseo de ver en letra impresa los poemas propios y ajenos. Pero también es historia repetida que los editores, al comienzo de sus proyectos, guarden la azarosa incertidumbre de no saber cómo hacer un libro de buena factura, y bellos a la vez que prácticos para lograr ganar el interés de los posibles lectores. Si bien es cierto que en la actualidad estos editores que compartieron la mesa en la sala, cada uno, según confesaron, al principio no sabían por dónde comenzar esa labor. No obstante, a lo largo de estos últimos años, los editores “guías” realizan, cada uno a su modo y de acuerdo a la filosofía que los impulsó y sostiene, una labor particular y a la vez social. Porque, ¿de qué otro modo se puede demostrar que se aprecia el trabajo literario del otro sino admirándolo y tal vez dando adecuada forma a un libro o una plaqueta?

De consolidada tradición editorial, Guadalajara se ha destacado por tener —ayer y ahora— una amplia producción de libros y revistas, que son de algún modo ejemplo para otros editores del país, pero al parecer, como se dijo en la mesa, “todo ha sido azar y una fortuna”, pero una cosa dicha por el artista plástico y editor Roberto Rébora resulta cierta para quienes estuvieron en la charla y, es claro, también para el público: “No me considero editor, sino alguien que ama la palabra”.

Y debió resultar una verdad para los editores en la mesa lo dicho por Rébora, porque de pronto se creó un silencio y una armonía muy profunda, y quizás cada uno en su interior abrió esa posibilidad al silencio que es de donde, nos han dicho los poetas, surge toda manifestación del lenguaje, y la propia palabra…

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