En enero pasado ganó el Premio Mazatlán de literatura por su novela Vida con mi viuda. FOTO: FRANCISCO QUIRARTE | GACETA UNIVERSITARIA

Llegó con la sonrisa que lo acompaña des- de hace años. Por su semblante y su aliento pude detectar que se había “echado” unas dos cubas. Se sentó y sacó un cigarrillo cubano, un Romeo y Julieta. Antes de comenzar la plática sobre su más reciente novela, rompimos el hielo –aunque con él no hay tal necesidad–, con opiniones acerca de la segunda parte de su libro Los grandes discos del rock (Planeta, 2001).

“Híjole, mano, pues empieza con los Sex Pistols, The Clash, los Talking Heads, The Cars, Dire Straits; por supuesto Joy Division, Dead can dance, los Waterboys, Pixies, Jane’s Addiction. Son un chorro: está Pulp, White Stripes. Ya no recuerdo”.

Se emociona cuando alguien le pregunta sobre ello.

José Agustín (Acapulco, 1944) es considerado un gurú de la contracultura. Se dio a conocer en los sesenta con La tumba. Pertenece al grupo de literatos conocidos como de “La onda”.

José Agustín habla sobre rock, drogas, política y, recientemente, acerca del matri- monio.

A propósito de dicho tema, ganó en enero pasado el Premio Mazatlán de literatura, con Vida con mi viuda, novela en la que comparte uno de los secretos para un proyecto de vida con una mujer: “A cualquiera que quiera durar a largo plazo en un matrimonio, yo le recomiendo que coja mucho, que haga mucho el amor”. Mientras dice esto, su rostro y manos se tornan expresivos. Cierra los ojos, en tanto frunce el ceño, y remata: “al hacer el amor se renueva el mismo. Es más fácil acercarse haciendo el amor, que dejando de hacerlo”.

Del matrimonio

Vida con mi viuda fue como un matrimonio para el autor de Dos horas de sol. Duró más de 20 años para concluir tal proyecto, el que concibió después de que terminó Ciudades desiertas, en 1999.

La novela es erótica, chamánica y atrapa desde el primer capítulo. Todo comienza cuando Onelio de la Sierra, un productor y cineasta reconocido sale de su estudio. De repente una camioneta se estrella en frente de él y de ésta sale un individuo que va a morir en sus brazos. Al verlo se percata de que el hombre es idéntico a él: el mismo rostro, misma masa corporal, misma talla. Un clon.

Como un rayo fulminante le llega la idea de intercambiar papeles. Al hacerlo, Onelio consigue ver algunos aspectos de la vida de sus hijos y esposa, los que nunca imaginó y que jamás debió explorar.

Eso no fue todo: tiene que adoptar su nueva identidad, la de un sujeto que perte- nece a una cofradía poderosa y peligrosa. El final no hay que contarlo. Es un poco shakespearano, por decirlo así.

Mientras saca otro Romeo y Julieta, el acapulqueño rememora cómo le surgió la idea: “El título que estaba manejando era ‘Vida con mi esposa’, pero no me satisfacía lo suficiente. Cuando se me ocurrió el nuevo título, dije: ¡claro!, alguien oficialmente muerto puede atestiguar qué hace su esposa, qué legó a sus hijos, qué dejó al mundo artístico como cineasta. Solo desde la muerte se puede apreciar con relativa objetividad este tipo de cosas”.

“¿Cómo mato a este cuate?, pues con el recurso del doble. Esto lo trabajó Shakespeare, Borges, Edgar Allan Poe, Dostoievsky. Es un tema vivo, universal y tan eterno como la venganza, la muerte y todas las grandes pasiones del ser humano”.

Habla de su matrimonio: “Mi esposa y yo comenzamos nuestra relación muy jovencitos. Ella tenía 17 años y yo 19, pero consolidamos la relación cuando estuve en la cárcel. Ahí mismo, en prisión, luego de 10 años de casados decidimos tener hijos. La experiencia de los hijos fue sensacional”.

Como buen rebelde, su relación con lo establecido le causó conflictos: “Nunca quisimos hacer un matrimonio convencional. Nos planteamos renovar el amor todos los días, aunque a veces eso nos causara pleitos e instancias de separación, pero eran las pruebas que teníamos que pasar para renovar las fuentes del amor”.

Regreso a la contracultura

Luego de una bocanada, una interrupción, en la que entrevistado y entrevistador no saben dónde se quedaron, lo que provocó una carcajada en el creador de Reinventando que sueño, La nueva música clásica, El hotel de los corazones solitarios y Tragicomedia mexicana, entre otros títulos.

Vuelve a hablar sobre la música que ha sido su fiel compañera: el rock.

“Tuve la suerte de escribir en la primera página cultural que hubo en un diario en México, la del periódico El día. Escribía una nota de literatura y dos de rock. Mil gentes me decían que eso era pura frivolidad, que el rock no es cultura. Los muy izquierdistas afirmaban que le estaba haciendo el juego al imperialismo, que era colonialismo cultural, pero yo comentaba que era un rock subversivo, rebelde, en contra del sistema gringo”.

Luego habla del rock mexicano, de Molotov, las Ultrasónicas, de su programa de radio La cocina del alma, y de la contracultura.

–¿Es válido todavía este término?
–Más que nunca. Estamos viviendo etapas asfixiantes. Por desgracia Jalisco es un estado en el que tratan de mermar la libre expresión. La gente necesita vías de escape y los únicos respiraderos pueden ser tus propios espacios. Creo, por ejemplo, que los altermundistas son muchachos bien intencionados que buscan no los aplaste un fenómeno pseudoglobalizador. Pueden tener la intención romántica de manifestarse en contra y creo que es una nueva forma de resistencia ante la crisis espantosa de la izquierda. Si ellos lo hacen por mero romanticismo juvenil, con una poca y plena conciencia, prefiero esa escasa conciencia a la que poseen los hijos de financieros, banqueros, grandes empresarios, quienes acríticamente siguen las imposiciones que les marca el mundo adulto y continúan ejecutando en forma despiadada las prácticas del capitalismo salvaje.

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