martes, noviembre 25, 2025
martes 25, noviembre, 2025

Pedaleando ando: crónica de un trayecto hacia CUValles

El recorrido de su casa hacia la universidad para JuanRo se convirtió en un ritual y la bici en una extensión de su cuerpo, un medio para explorar, conectar y vivir

Fotos: Greta Ortiz

El día apenas comenzaba cuando nos encontramos en la banqueta fuera de mi casa. «JuanRo» se acomodaba su casco con calma, mientras su cuerpo, acostumbrado al movimiento constante, se preparaba para una rutina que hace a diario: recorrer en bicicleta 20 km (10 de ida y 10 vuelta) a la escuela. “Lo importante es mantener un ritmo constante”, me dijo mientras bocanadas de aire denso salían de su boca por el frío. Lo acompañé, pedalada tras pedalada, mientras la ciudad, normalmente ruidosa, se sentía tranquila, como si esperara a que alguien marcara el ritmo para comenzar el día.

Juan Roberto Álvarez, amante del café y las artes marciales, estudia el séptimo de la Ingeniería en Instrumentación y Nanosensores en CUValles. Dueño de un gimnasio en Ameca e instructor de acondicionamiento físico, su viaje diario en bici hacia la universidad no nació únicamente por amor al ejercicio; comenzó en 2022, justo cuando las clases presenciales regresaron después de la pandemia. El encierro le dejó un cansancio acumulado en el cuerpo y en la mente, una necesidad urgente de recuperar libertad. Tomó su bici, ese corcel que había comprado para ayudar a un amigo, y pedaleó hacia el Centro Universitario de los Valles. Desde entonces no ha dejado de hacerlo.

Tenía coche, sí, pero pronto descubrió que gastaba mucha gasolina, que las filas, los semáforos y el tráfico lo retrasaban más que su propio pedaleo. “Cuando me voy en carro llego más tarde que en bici”, me dice con la certeza de que ha hecho la comparación varias veces.

El inicio del recorrido fue amable, mientras avanzábamos hablaba con naturalidad sobre su rutina, los kilómetros que recorre a diario, la forma en que el movimiento lo conecta con la ciudad y con su propia disciplina. Cada palabra, cada pausa para respirar, parecía meditada y orquestada con el escenario donde nos detuvieramos.

Después de un buen tramo, abandonamos la ciudad y nos adentramos en caminos de cañeras. Cruzamos la carretera para entrar en rutas de tractores entre cañaverales; Ameca es tierra de caña y el paisaje lo recuerda a cada instante. Juan saludaba a los jornaleros que temprano iban a fumigar; todos ya lo conocían, y el saludo era mutuo y cálido. El camino seguía la dirección del río y un canal, y allí el sol se reflejaba con un brillo especial sobre el agua. El aire se sentía diferente, más fresco, más limpio, y el canto de los pájaros componían la banda sonora perfecta. Entre pedaleo y pedaleo, Juan compartía historias de su vida, anécdotas que iban desde sus primeras rutas en bicicleta hasta recuerdos de la infancia. La combinación de conversación y naturaleza hacía que el tiempo pareciera más lento, como si cada instante estuviera diseñado para disfrutarse.

Luego llegó la parte más intensa, el tramo en carretera. El acotamiento nos obligaba a pedalear con concentración, y la adrenalina se sentía en cada respiración. A la altura de El Quelite, unos perros comenzaron a corretearnos, Juan los saludó con una sonrisa, como si fueran conocidos de años, solo aumentó el ritmo para no perder el control. Cuando pasaban los tráiler, el aire impulsado por su velocidad nos llegaba con fuerza, recordándonos que esta disciplina exige atención y reflejos, donde cada segundo cuenta. A pesar del riesgo, Juan se veía como en casa, su confianza sobre la bicicleta era contagiosa, contrastaba con la intensidad del entorno.

Al llegar al centro, los guardias ya lo conocían. Aunque siempre saca su credencial, hay un guiño de familiaridad entre ellos. Estaciona la bicicleta, se quita el casco, se asea y entra al salón para tomar sus clases. Mientras lo observaba irse a su salón, comprendí que este recorrido no es solo ejercicio para él, es parte de su rutina.

El camino de regreso siguió la misma ruta, pero con un ritmo distinto ya que no se sentía la adrenalina ni la prisa de llegar temprano a clases, sino el alivio por llegar a casa y disfrutar del trayecto. El pedaleo se sentía más relajado, los cañaverales, el sol reflejándose en el canal, los queleles volando por encima de nosotros, que Juan no deja de admirar ya que son sus favoritos, eran elementos del paisaje que lo hacían ver vivo.

A lo largo de la mañana, acompañar a JuanRo Álvarez en bicicleta fue mucho más que seguir un recorrido: fue adentrarme en su forma de ver la vida. Cada saludo a los jornaleros, cada tramo por el cañaveral, cada encuentro con los perros y el aire que golpeaba al pasar un tráiler, todo formaba parte de un ritual. Incluso las clases se sintieron más llevaderas, me sentía más activa y con la mente despierta, el cerebro oxigenado. La bicicleta se convierte en una extensión de su cuerpo y de su personalidad, un medio para explorar, conectar y vivir.

Al final, mientras regresabamos a la ciudad, la ruta se volvió familiar. Cada árbol, cada reflejo en el canal, incluso cada pozo que parecía cráter de la luna contaba una historia, una anécdota. Y en medio de este recorrido cotidiano, quedó claro que la pasión de Juan por el movimiento, por la disciplina y por la vida misma se refleja en todo lo que hace, y que quien lo acompañe puede percibir.

Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.

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