lunes, noviembre 24, 2025
lunes 24, noviembre, 2025

Maíz, bloqueos y la incertidumbre de Julieta

Para una estudiante del CUCSH la imposibilidad de viajar de su pueblo a la universidad debido a las protestas de los agricultores a principio de mes no fue solamente un retraso o un cambio de rutina, fue un limbo extraño, una grieta en su tranquilidad

Cada fin de semana, Julieta Bran, estudiante de Comunicación pública del CUCSH, hace el mismo recorrido: del ruido de Guadalajara al silencio cálido de su pueblo. Es un ritual que se sabe de memoria, una especie de respiro después de la vida universitaria que la envuelve de lunes a viernes. Pero aquel fin de semana, sin saberlo, el camino que siempre la devolvía a su rutina decidió cerrarse, como si una mano invisible lo hubiera clausurado de un momento a otro.

No pudo regresar a Guadalajara el domingo, cosa rara para ella, así que tomó la decisión más lógica: volver el lunes. Esa mañana no imaginaba que el país amanecería distinto. Los agricultores, cansados de no ser escuchados, habían tomado carreteras con tractores, mantas y una dignidad atrincherada. Querían un precio justo por el maíz. Y ese reclamo, aunque legítimo, le cambiaría la semana a miles de personas… incluida Julieta.

La noticia le llegó de golpe: la vía hacia Guadalajara estaba bloqueada. No había paso. No era un tráfico pasajero ni un retén rutinario. Era un muro. Un muro hecho de tierra, llantas, cuerpos y decisiones inquebrantables. Julieta no dudó: dio media vuelta. Avanzar no era opción. Quedarse varada entre su pueblo y la ciudad le parecía la peor de las posibilidades. “Me dio miedo quedarme en medio de la carretera sin saber qué pasaba”, recuerda ella. ¿A quién le avisas si te quedas atrapada en medio de la nada? ¿Qué haces si la carretera desaparece bajo un conflicto que no te pertenece?

Se quedó en casa. Tres días. Tres días que parecían colgar de un hilo invisible. Uno pensaría que quedarse en un lugar seguro es lo mejor, pero para ella fue como estar detenida en un limbo extraño. La vida universitaria continuaba sin ella, mientras en su pueblo los rumores crecían más rápido que las certezas. Nadie sabía cuándo se irían los manifestantes, ni si la tensión con los policías municipales se calmaría. Había momentos en los que la protesta, que nació pacífica, se encendía con chispazos de violencia. Y en esos chispazos era donde Julieta imaginaba todo lo que podía salir mal. “Escuchaba que se estaban peleando y yo solo pensaba que si intentaba moverme podía quedarme atrapada”, contó.

El tiempo parecía avanzar distinto. Entre las paredes de su cuarto, lo único que podía hacer era revisar noticias, escuchar las conversaciones del pueblo como si fueran señales de humo y escribir correos a sus maestros. Cada correo era un pequeño acto de fe: la esperanza de que entenderían. Algunos sí. Otros apenas si respondieron. “Sentía que no tenía control de nada, ni siquiera de explicar por qué no podía regresar”, dijo.

Los días pasaban como si estuvieran metidos dentro de un frasco: lentos, cargados, espesos. Cada mañana se repetía la misma pregunta: ¿ya levantaron el bloqueo? Pero nada. El plantón seguía. Y con cada día extra, su ansiedad crecía. No era solo no estar en clases: era esa sensación punzante de no poder moverse. De que su vida estaba en pausa, pero todo lo demás seguía corriendo sin esperarla.

A veces, en las tardes, cuando el sol empezaba a caer, escuchaba que el ambiente en la carretera se había puesto tenso. Que hubo empujones, gritos. Que gente ajena a la lucha se había metido a la manifestación. Que la policía estaba empezando a intervenir. Y entonces, en esos momentos, la idea de simplemente tomar el camión y avanzar le parecía casi un acto imprudente. “Yo quería regresar, pero no así. No arriesgándome”, explicó. ¿Y si la agarraba el bloqueo a mitad del camino? ¿Y si la dejaban varada en un punto donde no había ni señal, ni transporte, ni nada? Más miedo le daba eso que quedarse en casa.

La noche del tercer día, finalmente, se habló de un acuerdo. No muy claro, no muy firme, pero suficiente para que, al amanecer, los bloqueos empezaran a levantarse. Julieta se preparó casi con cautela, como quien teme que una noticia buena se deshaga en el aire. Pero no. Esa mañana sí había paso. Y emprendió el viaje de regreso a Guadalajara, aunque con un nudo que no se desató ni al llegar al centro de la ciudad. “Todo el camino iba pensando que a lo mejor más adelante había otro bloqueo”, dijo.

Porque después de vivir algo así, el camino nunca vuelve a sentirse igual.

Hoy, cada que Julieta se sube al autobús para regresar al pueblo, o para volver a Guadalajara, se queda unos segundos pensando. Se queda viendo el asiento de enfrente, el ventanal, el camino que empieza. Y aparece la misma idea, casi como un eco persistente: ¿y si pasa otra vez? ¿Y si vuelven a cerrar? Ya no viaja con la misma ligereza de antes. Ya sabe que un día cualquiera las rutas pueden desaparecer, que una protesta puede partirle la semana, que un bloqueo puede convertirla en espectadora de su propia vida detenida.

Lo que vivió no fue solo un retraso. Fue una grieta en su tranquilidad. Un recordatorio de que, a veces, todo lo que damos por seguro puede cerrarse de pronto, como una puerta que el viento azota sin avisar.

Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.

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