
Artesana y licenciada en Administración, madre y policía municipal; para esta egresada de CUValles, originaria de una comunidad wixárika, no hay «imposibles»: en cada acción lleva consigo su historia y es una forma de romper estereotipos
Conocí a Mabel Bañuelos Trinidad un día en la Expo Emprende, en el Centro Universitario de los Valles, cuando le compré un pequeño alacrán de chaquira que aún llevo colgado en mi mochila. La recuerdo con su blusa y falda blancas, bordadas con los colores vivos característicos de la cultura wixárika. Originaria de San Sebastián Teponahuaxtlán, Jalisco, Mabel llegó a Ameca con un propósito claro: trascender más allá de ser una ama de casa.
Hoy, su vida combina dos mundos que parecen opuestos: en turnos porta el uniforme de policía municipal, para después volver a ponerse los aretes y collares que ella misma elabora en su puesto de artesanías, que administra junto a su esposo Silverio Bautista de la Cruz en el Jardín Juárez, justo frente a la Casa de la Cultura de Ameca. Además, es mamá, y en ese equilibrio entre la familia, el trabajo y su identidad indígena ha encontrado su mayor fortaleza.
“No quiero ser una más, quiero ser alguien y representar a mi comunidad”, me dice esta egresada del CUValles, mientras se acomoda en la banca frente al kiosko donde platicamos.
Desde niña, Mabel tuvo muy presente el valorar la educación gracias al ejemplo de su mamá, una maestra de primaria y madre soltera, que con sacrificio sacó adelante a sus cinco hijos. “Ella siempre me decía que el estudio era la única forma de abrir camino sin perder quién eres”, recuerda Mabel Bañuelos.

Ser la mayor significó asumir responsabilidades pronto, y también tomar decisiones difíciles. Dejar su comunidad para estudiar fue una de ellas. “Pasé de un lugar con pocas calles a una ciudad mucho más grande, al principio sentía que no pertenecía”, cuenta. Aun así, en ningún momento renunció a su identidad: “Yo nunca perdí esa parte de mí”.
El Centro Universitario de los Valles, en Ameca, fue su alma mater, donde estudió Administración. El camino académico, sin embargo, no fue fácil. Ella recuerda entre risas que la materia que más le sacó canas fue una de matemáticas, impartida por una maestra que además daba la clase en inglés. “Era un doble reto, entender los números y el idioma”, dice divertida. “Pero nunca me rendí, si no entendía algo, me quedaba después de clase o buscaba ayuda. Tenía claro que no iba a dejar que eso me detuviera”.
Con el deseo de aplicar sus conocimientos en su comunidad y promover los negocios locales, descubrió también su capacidad para compartir y enseñar. A mitad de la carrera, comenzó a impartir talleres culturales en el centro universitario gracias a la invitación de una compañera, Daniela Estefanía, y con el apoyo de Jesús Fregoso, encargado de Formación Integral. Al principio dudó: “No sabía si estaba lista para hacerlo”. Pero su deseo de difundir su cultura pudo más. Desde entonces, cada taller fue una oportunidad para mostrar el valor simbólico de los colores y figuras de la cultura wixárika, como el ojo de Dios, el venado o el peyote, todos símbolos de conexión espiritual con la naturaleza.
Paralelamente, junto con su esposo Silverio Baustita, levantó el proyecto Artesanías Bautista. Comenta que al principio ayudaban a su suegro, pero con el tiempo tomaron el mando y lo convirtieron en su propio emprendimiento. Mabel Bañuelos comenzó a vender dentro del CUValles, recomendada por su coordinador, poco a poco su trabajo ganó reconocimiento en eventos dentro del campus y ferias locales. Cada pieza, me cuenta mientras sonríe y se le ilumina su mirada, “lleva una parte de mí y de mi historia, cuando hago un ojo de Dios siento que vuelvo al centro de todo”.

Pero la historia de Mabel tomó un giro inesperado en los últimos semestres de la carrera. Necesitaba dinero para terminar sus estudios, realizar sus prácticas y presentar el examen Ceneval. Una amiga del ayuntamiento le ofreció un empleo temporal en el área de vialidad, pero pronto el departamento se reorganizó y ella, junto con otros, fue enviada a la academia de policía. “Fue un cambio total, algo que nunca imaginé”, cuenta entre risas. Tres meses de capacitación bastaron para descubrir una nueva faceta de sí misma.
Convertirse en policía no fue sencillo. En un entorno dominado por hombres, Mabel Bañuelos enfrentó prejuicios por ser mujer e indígena. Algunos compañeros dudaban de su capacidad incluso antes de verla trabajar. “Aprendí que uno se gana su lugar con hechos, no con palabras”, afirma con un gesto de firmeza. Su mayor compromiso es tratar a las personas sin juzgarlas. Me cuenta que antes de ser policía, fue víctima de un acto de discriminación, la señalaron injustamente como sospechosa de un robo solo por su apariencia. Con una mirada de indignación, pero con una voz segura comenta: “Eso me marcó. Ahora sé lo importante que es mirar a las personas sin prejuicios”.
Hoy, Mabel Bañuelos combina su labor policial con la creación artesanal. Sabe que cada pieza que elabora y cada acción en su trabajo son una forma de romper estereotipos. En un oficio donde la empatía puede cambiar vidas, sobre todo en casos de violencia hacia las mujeres, ella siente que su presencia importa: “Una mujer puede hacer la diferencia, a veces solo hace falta alguien que escuche y entienda”.

Antes de despedirnos, Mabel mira el reloj y sonríe con prisa mientras acomoda sus bolsas del mandado: “Ya tengo que recoger a mi hija al kinder”, me dice. Antes de marcharse, deja una última reflexión que resume su manera de ver la vida:
“Siempre habrá cuestiones que no te permitan superarte, sin embargo nunca hay imposibles. Siempre hay una manera de avanzar y seguir impulsando”.
Nos despedimos y la veo alejarse entre las jardineras de la plaza municipal, el uniforme azul contrastando con los destellos coloridos de pulseras que ella misma hace. Y pienso que en Mabel Bañuelos todo encaja: fuerza, ternura y la seguridad de quien, sin dejar de ser de donde viene, sigue avanzando.
Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.
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