Martes 11 de Noviembre de 2025

Martes 11 de Noviembre de 2025

Entre truenos y agua: la realidad de las lluvias en Vallarta

En el pasado temporal la casa de Jimena se inundó tres veces; precipitaciones atípicas, saturación de drenajes y desbordamientos de canales hicieron que escenas como las que vivió la estudiante de CUCosta se repitieran en diverso puntos de la ciudad

Puerto Vallarta, Jalisco, volvió a escuchar el rugido del cielo en la madrugada del 12 de octubre. No era solo lluvia: eran ráfagas repentinas, relámpagos tan blancos que iluminaban por segundos las calles desbordadas de agua, y truenos que hacían vibrar puertas y ventanas. Para Jimena Muro, estudiante de Psicología en el Centro Universitario de la Costa (CUCosta), ese resplandor fue el anuncio de algo que ya había vivido en el pasado: otra inundación.

Esa noche, las precipitaciones cayeron con una intensidad poco habitual. Protección Civil las describió como “atípicas y con posibilidad de repetirse”, debido a la saturación de los drenajes, al desbordamiento de canales que cruzan por distinto puntos de la ciudad y a la fuerza creciente de las tormentas en la costa. Pero, mientras los reportes hablaban de niveles y promedios, Jimena tenía otra referencia más inmediata: el agua que subía en su casa, por tercera vez en menos de un mes.

La primera inundación la tomó lejos de casa. Había regresado de Mascota, Jalisco, después de visitar a su familia y, al abrir la puerta, lo primero que vio fue el brillo del agua sobre el piso. “Entré y ya todo estaba mojado. Mis gatos estaban remojados también”, recuerda.

El colchón estaba empapado por las goteras que caían desde el techo. El sillón había absorbido agua hasta la mitad. El arenero de sus mascotas flotaba en un rincón. Ella respiró profundo, como quien intenta convencerse de que algo es pasajero. “Ok, pasó una vez. Qué feo, pero ya”. 

No fue así. Días después llegó la segunda inundación. Esta vez estaba en casa. Desde las primeras gotas gruesas que empezaron a caer en la acera y los truenos que resonaron con más fuerza supo lo que vendría.

El agua entró por el baño, por la puerta, por los costados. Cada balde que vaciaba parecía inútil. “Si yo tapaba un lado, se metía por el otro. Nomás sacaba y sacaba agua y seguía entrando”.

Afuera, los rayos caían tan cerca que la casa temblaba. Adentro, Jimena trataba de mover todo lo que pudiera elevarse: mochilas, libros, cajas. Sus gatos terminaron arriba del librero, mojados y hechos bolita. Y hasta que la lluvia cesó, pudo sacar el agua de su casa; después, un largo tiempo de limpieza y tras ello el cansancio, pero aún así tenía que seguir con su vida. 

La tercera inundación ocurrió cuando ella estaba trabajando. Había algo en la forma en que llovía, un ritmo conocido, que le hizo sentir esa inquietud en el pecho. “Ya sabía que se iba a inundar… pensé en mis cosas y pensé en mis gatos”.

La tormenta comenzó desde temprano y ella sólo pudo refugiarse en su lugar de trabajo, hasta que un momento de una extraña tranquilidad del cielo le permitió trasladarse a casa. Con cansancio y preocupación encima, llegó a las nueve de la noche a su morada. La calle simulaba un río, ni siquiera había rastros de banquetas y el nivel del agua casi cubría las llantas de los camiones.

Cada paso levantaba agua café y espesa. La puerta apenas resistió. Dentro, la escena repetida: muebles mojados, paredes marcadas y el agua que volvía a ganar terreno mientras la lluvia comenzaba de nuevo.

La luz se iba y regresaba como si titubeara. Y entonces los electrodomésticos también le generaron preocupación. Jimena sólo acertó a desconectar todo lo que estuviera a su alcance para evitar daños mayores. 

Las horas transcurrían y con ellas el agua se elevaba de apoco, pero ella ya no podía irse de su casa, se había vuelto su lugar más seguro porque a esa hora ya no había camiones y la calle era demasiado peligrosa para caminar.

El techo tronaba con cada rayo. El interior de la casa se iluminaba en destellos azulados, dejando ver el agua acumulada en el suelo. Sus gatos, otra vez, arriba del librero, mirándola con los ojos muy abiertos. Ellos y sus cosas materiales se habían vuelto su mayor preocupación. 

Esa noche no durmió. Se quedó de pie con la escoba en la mano, vigilando el nivel del agua como si pudiera detenerlo con solo mirarlo. Pasaban los minutos y el sonido de los truenos no hacía más que recordarle que aún faltaba mucho para que la tormenta terminara. 

Cuando por fin amaneció, el agua seguía ahí, cansada como para irse del todo. Personal de Vivienda llegó a revisar y encontraron una coladera saturada de basura, lodo y ramas arrastradas por la corriente. La destaparon, prometieron que eso le ayudaría a evitar una próxima inundación, pero Jimena sabía que eso no garantizaría nada. No después de tres inundaciones tan seguidas.

Mientras ella pasaba la mañana empujando agua hacia la puerta, en el Centro Universitario de la Costa ya se estaba organizando un centro de acopio. Estudiantes y docentes empezaron a llevar alimentos, ropa, artículos de higiene y productos para mascotas. La historia de Jimena no era excepcional; era una entre muchas. Y aunque su casa no lograra protegerla por completo, la comunidad universitaria sí lo estaba intentando.

Cuando por fin logró sacar el agua de su casa, Jimena se dejó caer en el borde del sillón húmedo. Afuera, los rayos del sol comenzaban a prometer un día sin lluvia. Adentro, sus gatos bajaron del librero y se acurrucaron junto a ella, temblando todavía. Respiró hondo, con el cansancio de quien ya ha peleado demasiado contra lo inevitable, y murmuró algo que no sonó resignado, sino profundamente humano:

“Ojalá ya no vuelva a pasar”.

Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.

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