Leer nos hace humanos

El lenguaje es el medio para alcanzar nuestra humanidad común; la cultura, más que excentricidad, vanidad o nimiedad, es el elemento antropógeno determinante

Ya viene la FIL. En medio de tanta violencia y desesperanza, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara representa una tregua, un oasis cultural, una fiesta de libros y palabras. También la posibilidad de cambiar nuestra vida: “Un día leí un libro y toda mi vida cambió”, dice el joven Osman Bey, protagonista de La vida nueva, de Orhan Pamuk.

Quizás algún día sintamos un poco de pena por haber pasado tanto tiempo frente a las pantallas, husmeando en un mar de información irrelevante y frivolidad, en lugar de estar leyendo una novela, un periódico, un suplemento cultural o una enciclopedia ilustrada. Optimista, imagino el futuro de la humanidad compuesto por naciones democráticas libres e iguales de ciudadanos que, en buena medida, emplean su tiempo libre en leer, en recrearse y en ampliar sus horizontes. Un futuro en el que leer será el acto ritual universal, no la política o la dominación, ni el consumo o el intercambio económico. Leer (en vez de ver videos o “contenido”) será la práctica social intelectual por antonomasia: se ejercerá con la misma seriedad con que reza un creyente.

Hay que repetirlo: no se nace humano; se llega a serlo. El lenguaje y la cultura son el medio para alcanzar nuestra humanidad común; la cultura, más que excentricidad, vanidad o nimiedad, es el elemento antropógeno determinante. El vehículo fundamental de la cultura, incluso en una época visual y digital como la nuestra, debe seguir siendo el libro. Una comunidad de iletrados se distingue apenas de una colección de bárbaros. Los libros humanizan, pues, a individuos y sociedades.

Leer es un acto misterioso, engañoso. El lector, cuando lee, no está en su cuarto, la biblioteca o en algún cubículo: está en un mundo de ideas, de narraciones, en un espacio lógico y estético inmaterial. Nada más erróneo que la creencia de que el lector es alguien pasivo y que menosprecia la vida real. Bien mirado, el lector forcejea con el texto, dándole vida, dialogando con su autor, extendiendo su mente, aguzando su sensibilidad, su imaginación moral. Leer es una actividad contemplativa, una praxis cultural.

Mi propuesta, tal vez un tanto utópica, es que resistamos el facilismo educativo (“Aprenda inglés en cuatro meses”, “Licenciaturas ejecutivas sabatinas en tres años”, “Todo lo que usted tiene que saber en un solo libro”, “Cervantes en 45 minutos”). Y que hagamos nuestra la máxima de Lezama: “Sólo lo difícil es estimulante”. ¿Qué más estimulante que la cultura y las artes?

La lectura, como todo acto formativo, requiere esfuerzo y sacrificio, incluso dolor. No es fácil, por ejemplo, leer un clásico como Paradiso. La ganancia, no obstante, es inconmensurable. Sólo por ello vale la pena adentrarse en un libro: la alegría yace, no en poseer o dominar conocimientos, sino en el goce vivo de la belleza y de la inteligencia. Corrijamos al Nobel Turco (quien, de visita en nuestra ciudad, recibió en 2018 la Medalla Carlos Fuentes): “Un día fui a la FIL y toda mi vida cambió”.

SOBRE EL AUTOR

Es profesor de filosofía, teoría política y literatura en la Universidad de Guadalajara (UdeG). Estudió la licenciatura en Filosofía en la UdeG y la maestría, en la misma disciplina, en la New School for Social Research, de Nueva York. Ha escrito diversos artículos y ensayos en diferentes revistas y publicaciones periódicas. En 2018, tradujo el libro Vida irónica: un ensayo sobre el arte de vivir de Richard Bernstein. Actualmente trabaja como subdirector de la Cátedra Fernando del Paso y como subdirector de la Biblioteca Iberoamericana “Octavio Paz”.

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