Javier Villaseñor

1740

Con la velocidad de la periferia, su guitarra salió volando de la caja de una camioneta hace un par de años. Todavía guarda las astillas como un fetiche. En el camino del blues nada se detiene, así que tocó de prestado un tiempo, hasta hacerse de su tesoro (en la foto). Javier Villaseñor es uno de los guitarristas de Naranjito Blues, una banda local, callejera e independiente que ha vendido miles de copias maquiladas artesanalmente de su única placa hasta el momento, Uno, en sus presentaciones gratuitas y al aire libre cada sábado en una esquina del paseo Chapultepec. Este viernes presentan un nuevo EP, Sobreviviente, en el bar Monaghan, junto a Gato Gordo.

1 1/2
La primera sesión de este EP salió de “coto”, en la sala de la casa. Son cinco temas que siempre traemos en el repertorio, pero que no habíamos compuesto cuando salió Uno, y que no íbamos a meter en Dos. Vimos la oportunidad de hacer colaboraciones con músicos con los que siempre palomeamos. Es como un registro de todo eso. Además de hacer una rareza de mil copias para los seguidores, porque nuestro proyecto es instrumental y aquí aprovechamos para tener a Genaro en la voz…; también es un pretexto para hacer una serie de presentaciones las dos bandas juntas.

Jefe
Genaro Palacios es el jefe. Él y su banda Gato Gordo han sido nuestra mayor influencia. Por él nos decidimos a tocar blues, una vez que los vimos en el festival que se hacía en la Plaza Fundadores. Antes de eso mi hermano y yo queríamos tocar metal, y con los demás nunca nos poníamos de acuerdo. Por eso dicen que somos como sus hijos musicales, aunque en realidad somos los únicos bluseros de Guadalajara que nunca tomaron clase con él. De hecho nunca hemos tomado clases de música, excepto Tony, que ahora se está licenciando en cantos gregorianos. Pero sí hay una relación muy estrecha, de amistad y muchísimo respeto. Es el jefe.

Temporal
Con las lluvias y el lodo, ahorita es la mera temporada para hacer motocross. Y la mala para los toquines: como son al aire libre, te arriesgas a electrocutarte y el equipo se daña, aunque muchas veces le seguimos cuando está chispeando, no importa que se oxiden las cuerdas. Si ya se suelta bien la lluvia, desconectamos todo y lo aventamos como caiga a la “van”. Siempre hay algunos aferrados, pero en general no tiene sentido seguir, pues la gente se va. Como sea, eso es el sábado; el domingo ya estoy dándole al cerro.

Hermandad
Los cuatro nos conocemos desde siempre. Somos vecinos y nos hemos pasado la vida cotorreando en la banqueta, patinando o en la haraganería absoluta debajo de un arbolito. Por eso en la colonia nos conocen como los morros del naranjo. De ahí el nombre, que se le ocurrió a mi mamá cuando íbamos a tocar por primera vez en un café y nos preguntaron cómo nos llamábamos. Creo que esa unidad como “compas” se nota en la música, por eso sonamos bien amarradotes.

Radicales
Al principio éramos muy radicales. Nada tenía sentido. Las tocadas eran absurdísimas. En la glorieta Chapalita todo mundo escuchaba lo que nos decíamos, cómo discutíamos a ver qué rola seguía o que mejor esa no porque no me acuerdo cómo va, cosas así. Y cada vez rompíamos todas las cuerdas, excepto Charly, que de por sí nada más tenía dos en el bajo, porque así se lo prestaron directito del desván. Abraham no podía ver a la gente, así que se acomodaba de espaldas, y Tony tocaba la tarola encima de un balde. Parecía punk. Luego la gente como que se acostumbró, hasta que nos corrieron de ahí. Pero se notaba que realmente lo estábamos intentando, y un par de niños que nos veían ahí ahora ya tienen sus grupos, como Blues Berry y Winnie Locos Blues.

Artículo anteriorEnrique Olmos de Ita
Artículo siguienteRápidos y furiosos