Lo incomodan la adulación, la cultura presa en la falsa mesura de oficinas, becas y burocracia; la resaca, las modas, los imbéciles y los hipócritas, la pleitesía de los sumisos, las “buenas conciencias” y las moralejas: uno lo mira y aun sin saberlo, lo sabe. Guillermo Fadanelli es una alacena de irreverencias que conserva su agudeza y lucidez.
“Cada día estoy más lejos de la cultura organizada”, escribió hace años. Hoy, en el Museo de Arte de Zapopan ha dicho que “las palabras son las burócratas del ser”, que “la sensibilidad viene a través de la gran libertad”. El autor de novelas como Lodo, ¿Te veré en el desayuno?, y compilaciones de crónicas como La polémica de los pájaros, allende la temática sexual e inescrupulosa, no ha dejado de fabricar insatisfacción.
Le pregunto si su literatura ha adquirido alguna forma homogénea con el paso del tiempo. Lo niega: “Yo aspiraría a que todos mis libros fueran diferentes entre sí, que no hubiera una dirección a priori, para que la literatura no fuera una moral premeditada. Me gusta mucho que después de terminar un libro, ese mismo libro me haga sentirme arrepentido o defraudado. Incluso es un acto de conocimiento: nunca dominas el libro. La literatura no tiene adjetivos, o tiene mil adjetivos: debe ser todavía misteriosa, debe ser una construcción en la libertad. El libro se hace de tiempo, nosotros estamos hechos de tiempo, nos vamos deteriorando, nos vamos amargando o haciendo más optimistas: la literatura cambia. A mí no me gusta contar historias, me interesa que el lenguaje, el ánimo, el temperamento, el humor, se dejen ver a través de una historia o de un libro. La historia para mí es lo de menos”.
Cuando muchos escritores coinciden en que la utilidad de la literatura es contar historias, Fadanelli se desmarca y aparece como siempre ha sido: un marginal insaciable.
“Temo decir que he escrito muchos libros y que no me he sabido callar. No hay un Fadanelli, sino un conjunto de libros que dan la imagen distorsionada de un autor. El libro no siempre es el espejo del autor. A veces, el libro nos sirve para ocultarnos. Eso es un papel extraordinario en el arte. El arte no como exhibicionismo, sino como ocultamiento”.
¿Este es un momento para que el escritor se calle?
Desgraciadamente no me quiero callar. La literatura sigue siendo estimulante, un camino abierto, no político, y un medio de conocimiento. Me gusta más leer que escribir. Si tuviera el dinero y el cinismo suficientes, sólo me dedicaría a leer. Pero la escritura es mi oficio, y vivo de escribir mis columnas en diversas revistas, mis libros, los derechos a cine y demás. Se ha convertido también en mi medio de sustento: no lo puedo abandonar, no tengo ningún otro oficio.
Guillermo Fadanelli sabe que posee el irremediable poder de la lengua y no puede dar un paso atrás: las cruces del oficio. El autor de Malacara es una presencia cotidiana en las editoriales y prensas. A ambas les reclama su lasitud.
Respecto al periodismo cultural en México, señala que “ha dejado de ser crítico, se ha concentrado demasiado en las tradiciones y en el pasado, ha condenado a la literatura y a la cultura a un estatuto de museo. La cultura, las artes, la literatura tendrían que demostrar, a través no sólo del periodismo, sino de la creación misma, que están vivos, que están en contra de las cosas, que tienen voz, que pueden ser peligrosos, y no sólo un divertimento de inválidos. La propuesta, el escándalo, el ir a contracorriente tendrían que ser condimentos de un suplemento cultural.
“Huberto Batis lo hizo muy bien durante muchos años: combinaba eruditos, académicos, polígrafos y estudiosos con nuevas voces, provocaciones y varios temperamentos. Su suplemento [Sábado] era un mundo vivo y real. El problema fundamental hoy en la cultura, en las artes, la literatura y el periodismo cultural es que no hay lectores. Los medios de comunicación masiva han destruido la posibilidad de tener lectores y hay una pésima educación por parte del Estado. No estamos creando generaciones de lectores. Eso tarde o temprano nos llevará a ser una pieza de museo, una excentricidad. Hay muy buenos escritores en México, de diversas tendencias y muchas voces; el problema es dónde están nuestros lectores”.
Revistas como Moho y A sangre fría, en la que colaboraste con J. M. Servín, rompieron más de un esquema…
En A sangre fría y en Moho, intentamos una rebelión a través de la actitud, de una crítica no precisamente racional o argumental, sino desenfadada. Eran revistas performance, revistas de autor.
¿Continúa siendo necesario hacer revistas como aquellas?
Sí, aunque nosotros ya no lo haremos. La realidad no se ha transformado, los pueblos y las morales cambian muy poco a lo largo de los años.
Entre su boca y la grabadora se cuelga el silencio, a pesar del murmullo que domina el patio del museo donde los amigos celebran la inauguración de la última exposición de Enrique Oroz. Fadanelli aclara su voz y reafirma el temor de tantos autores: “Si no hay un cambio radical en las políticas del Estado, si no se regula suficientemente la concesión a los monopolios de la comunicación, si no hay instituciones reguladoras, no van a volver los lectores”. ¿A pesar de las numerosas publicaciones, de las ferias?, pregunto; Fadanelli asiente: “Muchos libros, nuevos escritores, grandes ferias internacionales, pero es evidente que los lectores son escasos, porque el mundo camina mal”.
En un país donde una sociedad lectora, educada, informada parece más bien una utopía, dice que “la lectura te otorga la capacidad de reflexionar; puedes nombrar tus problemas y tus males, puedes hacer crítica a los gobiernos y a la política, pero requieres del lenguaje, de la reflexión y de la imaginación. Tenemos televisiones públicas malísimas y educación básica deficiente. Hay voces que intentan exiliar de las aulas la literatura, la historia o la filosofía. Peor estaremos”.
Ante el atropello, ¿qué postura deben tomar el periodista y el escritor? Su respuesta es inmediata y enfática: “Hay que ejercer la crítica, darse a uno mismo la libertad de decir lo que piensa, luchar por los espacios que deben tener la literatura y las artes en toda sociedad. Es el arte el que nos da el temperamento, la altura y el valor de una sociedad. No son sus negocios, no son las grandes empresas: es la estatura de sus artistas y la vocación de libertad.
“La globalización tendría que ser encuentro de culturas, de lenguajes, de caracteres y de vocación diferentes, no unificación de criterios. Ahora son los hombres de negocios los que nos marcan los caminos éticos a través de los comerciales, de ciertas figuras de valor impuestas. Consumir y producir son los caminos ortodoxos que nos plantean las sociedades globalizadas. ¿Y dónde está el pensar, disfrutar, ser feliz, reflexionar? Tenemos que hacer una crítica de nuestra estrategia de consumo. La literatura no es sólo un divertimento, no es contar una historia: es entrar en el lenguaje y aprehender el mundo a través de la reflexión y de la palabra; hemos perdido esa brújula”.
Guillermo Fadanelli afirma ser “un pesimista que tiene algunos lectores ganados uno por uno a través de los años” y lamenta que haya “tantos buenos escritores, tantos buenos artistas que son desconocidos, mientras en televisión unos atorrantes vulgares llenan los espacios. Es oprobioso”.
¿Y las bibliotecas electrónicas son una ventaja para crear lectores?
La cuestión no es el medio tecnológico. A diferencia de McLuhan, creo que el medio no es el mensaje. Lo importante es el contenido y que los lectores, sea a través del iPad, del libro electrónico, del Kindle, sigan encontrando en las palabras, en la literatura, un sentido y posibilidad de reflexión que les sean emocionantes. La tecnología la usamos nosotros: no nos tiene que usar. No estoy en contra de la tecnología. El problema es que somos simios con tecnología. Y el simio pone la tecnología por encima del humanismo, de los valores humanos de relación, de reflexión, de cultura.
Aunque el panorama retratado por el escritor exhiba un futuro gris para la cultura, sus respuestas parecen contener cierta dosis de antídoto; diagnostica el mal y ofrece una mínima salida. En esto, Guillermo Fadanelli no logra despojarse nunca de su piel de artista, por exótica que sea.