Durante casi una década, Terrance Vincent, investigador del Centro Universitario de la Costa (CUCosta), ha analizado los programas de reintroducción de especies silvestres y sus implicaciones ecológicas y sociales.
El resultado de este trabajo derivó en la propuesta de un nuevo concepto denominado “silvestricidad”, que recientemente publicó en la British Ecological Society, donde busca describir el nivel de control humano que se ejerce sobre las especies que alguna vez fueron erradicadas y hoy intentan regresar a su hábitat natural.
“El concepto de silvestricidad surge al observar que las especies reintroducidas viven bajo una vigilancia constante: portan collares satelitales, son vacunadas, monitoreadas y su desplazamiento está restringido a zonas previamente delimitadas. Esto marca un nuevo tipo de relación entre los humanos y la vida silvestre, donde incluso los ecosistemas naturales están mediados por la tecnología y la gestión humana”.
El ejemplo más claro, señala, es el del lobo mexicano, especie erradicada de México y Estados Unidos hacia finales de los años setenta. Los siete ejemplares sobrevivientes fueron resguardados en un refugio en Arizona, donde inició un programa de reproducción en cautiverio que permitió su reintroducción: en 1998 en Estados Unidos y en 2011 en México.
“Actualmente, el programa binacional establece una meta de 520 lobos en libertad: 320 en territorio estadounidense y 200 en el norte de México”.

A partir de este análisis, el investigador propone una escala de silvestricidad, que mide el nivel de control aplicado a una especie con base en cuatro criterios: salud, localización, reproducción y dispersión.
El interés internacional por esta propuesta ha crecido, sobre todo en el Reino Unido, donde se discute desde hace dos décadas la posible reintroducción de lobos en Escocia.
“Allá, los científicos consideran que la restauración de depredadores naturales es una vía para equilibrar poblaciones de ungulados y recuperar ecosistemas degradados”.
El académico destaca que la transparencia y el acceso a la información ambiental son fundamentales para estos procesos.
“En la era de la inteligencia artificial, donde herramientas como ChatGPT analizan información disponible en internet, la calidad y disponibilidad de los datos sobre biodiversidad se vuelve crucial. Si los gestores de fauna no generan información abierta y confiable, se dificulta la toma de decisiones y la participación social”.

Recordó que este principio está establecido desde la Cumbre de Río de 1992, reforzado en el Acuerdo de Escazú y en el Marco Mundial Kunming-Montreal sobre Biodiversidad (2022), que exhortan a los países a transparentar los datos sobre especies y ecosistemas.
“Aún hay una deuda en este sentido: necesitamos saber con mayor precisión cuántas especies están en riesgo, cómo evolucionan sus poblaciones y qué tan efectivas son las estrategias de conservación. Esto permite que las universidades, organizaciones no gubernamentales, colectivos ambientalistas y la sociedad en general también puedan plantear soluciones para poder hacer posible esta coexistencia, pues las especies silvestres también forman parte de nuestros ecosistemas y deben tener la oportunidad de dispersarse y de habitar los lugares que han sido su hogar por años”.
Anunció que trabaja en la creación de un Laboratorio de Silvestricidad y en el desarrollo del portal www.wildery.org, donde se compartirán investigaciones, recursos y experiencias sobre la gestión de fauna reintroducida.
Además, proyecta un estudio participativo con ganaderos de Sonora, Chihuahua y Durango para conocer su percepción sobre la coexistencia con el lobo mexicano y otras especies depredadoras.









