Entre el deseo y la muerte

David Kepesh, personaje de la novela de Philip Roth, atraviesa diferentes épocas en su vida guidado por las pasiones y la poderosa fuerza sexual, rehuyendo el amor y aterrado por la desaparición de su cuerpo

El deseo es como un estado emocional de paso, a veces con mayor tiempo de permanencia, y a veces con menos. Es un estado emocional que inquieta y que hace zozobrar a quien lo padece. Es muy probable que el deseo termine cuando la enfermedad y la muerte se apoderen del cuerpo. Sobre todo, el deseo sexual.

En la novela de Philip Roth: El profesor del deseo, David Kepesh es un académico especialista en la obra de Chéjov, y también, un personaje en quien el deseo es la fuerza y la brújula que lo hace vivir diversas experiencias en diferentes momentos. Podríamos decir que Kepesh vive las experiencias del deseo según cuatro épocas; la primera, cuando es estudiante de college en la Universidad de Syracuse, en Nueva York:

“De hecho, solo hay en mi vida una animadora que me conduzca a los prístinos sufrimientos de la frustración suprema […] Marcella la Sedosa, de apellido Walsh y procedente de Plattsburg, Nueva York. La fatal violencia de mi deseo se desencadena mientras veo un partido de baloncesto una noche, para mirarla actuar a ella”.

La segunda época es cuando viaja a Londres, gracias a una beca Fullbright, para estudiar literatura islandesa del siglo XII en el King´s College. Allí, el deseo lo experimenta de dos maneras: prostibulario y de cohabitación. Será en el prostibulario que nos haga saber que ha tenido su primera experiencia sexual con una puta fuera de Estados Unidos, en el Shepherd Market de Londres; experiencia que lo lleva a padecer —momentáneamente— el terror de morir de sífilis, recordando con esto a Maupassant.

Pero será cuando viva —en un semisótano— con dos suecas en un edificio de los alrededores de Earl´s Court Road, Elizabeth y Birgitta, que el deseo desbordará al futuro profesor de literatura. Ya no será el deseo sexual concentrado en una sola mujer, sino en dos, quienes lo harán conocer las inolvidables variaciones de experimentación lúdica-sexual, y con la sostenida frecuencia que permite la energía de los cuerpos jóvenes. Después de tantas variaciones de cuerpos apasionados, David Kepesh termina observando lo siguiente: “No me doy cuenta de que Elizabeth está derrumbándose lentamente en pedacitos, víctima del esfuerzo de ser una pecadora de participación plena en nuestro menage intercontinental”.

Esta segunda época culmina, en David Kepesh, con un viaje de aventuras en París, con Birgitta, la amante dispuesta a llevar más experimentos sexuales, según los grados de creativa lujuria que ambos requieran.

La tercera época es la que podríamos llamar la época crítica de David Kepesh. Es cuando conoce la impresionante belleza de una mujer, Helen, de quien se enamora hasta el grado de casarse. Será su vida matrimonial la que lo hará experimentar un estado emocional jamás imaginado: “El día en que mete en la lavadora la camisa de lana que hay que llevar al tinte, empiezo yo a ocuparme de la limpieza de la ropa […] dando mis clases, volviendo a escribir mi tesis sobre la desilusión romántica en los relatos de Antón Chéjov […] y Helen se entrega cada vez más a la bebida y a las drogas”.

De Helen sabemos que posee un tipo de heroísmo muy distinto del de Kepesh, incluso, antitético. Sabemos también que ella, tras pasar un curso en la Universidad del Sur de California, se fugó con dieciocho años a Hong Kong “en compañía de un periodista que le doblaba la edad y que allí vivía con su mujer y sus tres hijos”. Después de varios años de vivir fuera de Estados Unidos, Helen regresó a California. Es en San Francisco que David la conoce, en una fiesta, y desde entonces comienzan a vivir una relación enloquecedora.

De pronto, Helen desaparece. Durante varios días David Kepesh se la pasa buscando sin encontrarla, hasta que recibe una llamada; le avisan que Helen está en Hong Kong, detenida en una cárcel por posesión de cocaína. David va por ella y la libera. “El alcohol y el cansancio emborronan malamente el discurso de Helen, pero ahora que se ha dado un baño, que ha comido bien […] que se ha cambiado de ropa, trata de mantener una conversación, la primera en muchos días”. La conversación acabará semanas después en San Francisco. El matrimonio se disuelve y David Kepesh regresa a Nueva York, para incorporarse como profesor en la Universidad Estatal de Nueva York en Long Island.

Con el propósito de tratar la descomposición emocional en que le dejó su experiencia de vida con la bella Helen, Kepesh acude semanalmente con un psicoterapeuta. A la par que cuenta al Dr. Klinger sobre todos los traumas que se han integrado a su historia personal, David Kepesh mantiene una fuerte amistad con otro profesor de la misma universidad donde ambos trabajan, un poeta llamado Baumgarten.

A David le inquieta que su amigo nunca haya escrito una sola línea sobre la desgraciada familia Baumgarten. “No, ni una sola palabra sobre el tema en sus dos libros de versos, ni en el primero [Anatomía de Baumgarten] ni en el segundo, cuyo título está tomado de un poema erótico de John Donne, Detrás, delante, encima, entre, debajo”.

Después de un viaje a Cape Cod, donde conoció a Claire Ovignton, David se dice lo siguiente: “Una vez regresado a Nueva York, tras mi corta visita de fin de semana, sólo en ella he pensado. ¿Estoy percibiendo el renacer del deseo, de la confianza, de la capacidad?”.

Es con Claire que el deseo de Kepesh se verá envuelto de amor. Ya no será sólo el cuerpo de ella el que tanto lo apasionará, sino la persona. “Con Claire, puedo pasear en silencio durante horas y horas. Me conformo con tumbarme en el suelo, apoyado en un codo, y verla recoger flores silvestres para llevarlas a nuestra habitación […] No experimento la necesidad de nada más”.

Al igual que él, Claire también es profesora universitaria; en diferente área y en universidad distinta. Ella es psicóloga, hija de un matrimonio de académicos que le hicieron conocer la locura; ambos consuetudinariamente alcoholizados, y violentos para con ellos mismos y para con sus hijos.

Pero el deseo, la pasión que hace estallar el deseo, no cesa de inquietar a David. En su pensamiento y en su cuerpo el deseo es una fuerza imposible de expulsar o, cuando menos, de controlar, y es por esto que dice para sí mismo: “Por supuesto que la pasión entre nosotros ya no es la de aquellos domingos en que podíamos quedarnos agarrados en mi cama hasta las tres de la tarde”.   

Todo apunta a que el amor es una sensación extraña, difícil de mantener a la misma altura y con la misma intensidad que el deseo. Cuando el amor acontece en la relación entre David y Claire, hace preguntar a David lo siguiente, mientras viajan él y ella en góndola en una de las rutas de Venecia: “¿No será que hemos muerto y estamos en el cielo?”. “No sé: tendrás que preguntarle al gondolero”. Responde Claire.

El deseo es la más intensa pasión que vive David Kepesh, sobre todo la sexual. El amor por las mujeres no es el sentimiento que mejor conoce el profesor del deseo, ni el que más le preocupa. Su vida depende, la mayor parte del tiempo, de la poderosa fuerza del deseo sexual. Y lo que más le aterra es la muerte; o sea, la desaparición de su cuerpo, del deseo de su cuerpo.

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