Tejabán costeño contra el olvido

La poeta Melissa Niño se construyó un refugio de palabras durante la pandemia. Un refugio de tejabanes que repican con los aguaceros, donde se elevan victoriosos los mangos indómitos después de un huracán; donde hay juguetes que pretenden reemplazar mascotas reales sin éxito y mujeres que se fortalecen en comunidad; también lagartos sobrevivientes de extinciones, amantes de las flores del obelisco.

El resguardo se llama El silencio de los tejabanes (Editorial Garrobo, 2024). Dice Melissa: «Yo me construí un refugio que fue una mirada al terruño. Una mirada al Vallarta del cerro en el que crecí». La poeta se descubre «experimental» en este retorno a la infancia, «porque estoy hablando de mi familia. Formalmente, no tiene lo que esperarías cuando decimos experimental, [pero] para mí sí es una escritura experimental porque me moví de lo que venía haciendo, que es el cruce entre poesía y ciencia. Este libro surgió desde otro lugar».

La poeta, que también es doctora en Lingüística por CIESAS Occidente, abomina la «endogamia y… los centralismos que se replican regional e institucionalmente, merced al trasiego de relaciones que sirven de red para esa teoría llamada Escena Literaria Nacional, cuyos porteros avanzan cooptándolo todo». Esta aversión se puede leer a lo largo de su trabajo poético, que incluye La hélice en rojo de mi corazón gravita (Espina Dorsal, 2022), Dorsal Atlántica (Espina Dorsal, 2023) y este que se reseña.

El poemario se compone de cuatro secciones: “En donde hubo hierba” es la parte del poemario más antigua, ya que data de la época de la preparatoria e incluye estampas costumbristas y un poco melancólicas en las que los asnos son pacientes con los arrieros; y los lajeros se esfuman y dejan las calles prestas a caídas. Luego viene “Falsa autoetnografía” en la que intenta comprender desde esta «falsa» herramienta de la antropología, donde la vulnerabilidad se transparenta a través de las emociones dentro de la experiencia cultural que se describe.

“Ya no soy esa niña” es, quizá, la parte más intimista del poemario, con poemas como «Garrobo», que describe a estos lagartos ávidos de la flor del obelisco (hibisco) de la mano de la poeta: «nadie castigue mi amor / por los pequeños monstruos / que alimento»; o «Así nacen los chistes»:

Mi madre ondea su varita mágica / y mi espalda se endereza/… voy a lavarme las manos, /un cotorro me observa. /… // De regreso a la cocina /… / tomo la cuchara y la ensarto justo / en donde rompió a hervir la leche, / cuando el cotorro grita / ¡Lávate! ¡Lávate! ¡Lávate! // Su letánica acusación / activa el dedo índice de mi madre/ que de nuevo me endereza, /me pide estar a la altura, /me pone en mi lugar.

También en «Atlantic GLS 1984» hay un símil sobre la personalidad de la poeta: «compacto, terco en su dirección / firme para absorber las demandas / del empedrado.

“Atraviesan las sombras” es por su parte el recuento de los daños de la gentrificación, la turistificación y la financiarización del territorio: «El Edén no es más que la ruina / de un helicóptero / donde depredadores / se toman fotos en sus trajes de baño.

En el ensayo “A medio camino entre el miedo y la vergüenza”, de Escribir para no estar (Espina Dorsal, 2022), Melissa Niño reflexiona: «Nunca he sido de las que rompen la piñata, sino de quienes desaparecen como entraron: intentando no ser vista, porque no quiero estar ahí, al centro de todos, pero sin poder verlos, a medio caballo entre el miedo y la vergüenza […] Y viene entonces la envidia, el deseo de tener yo también mi botín de azúcar, solo que sin el esfuerzo que demanda todo el numerito». 

La poeta, con El silencio de los tejabanes, logra hacerse del botín poético, así, sin hacer demasiado ruido, pero con una poética poderosa que evoca, con todos los sentidos, la montaña vallartense, sus personajes y sus historias.