El juego de jugar a ser adultos

Cuando crecemos nos olvidamos, o nos da pena, reconocer que el juego nos hizo lo que somos. En una sociedad regida por la seriedad, la rigidez y las reglas, el arte nos puede dar un atisbo, o un recuerdo, de nuestra parte infantil, juguetona

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El juego es el origen de la cultura.
HUIZINGA

Olvidamos con demasiada frecuencia el papel del juego en la educación, pues en tanto adultos nos apena declarar que nos gusta jugar. El olvido nos aleja de esa graciosa frecuencia y la pena nos ata a una realidad que es brutal.

Lo lúdico, entonces, se lo dejamos a los niños, quienes por naturaleza gustan del juego y a partir del cual aprenden a ser adultos. Es a partir del juego que los niños aprehenden la realidad. Luego ya mayores los seres humanos se alejan de eso que les permitió ser lo que son. Y lamentablemente abandonamos el campo de la imaginación que es esencia del juego, para volvernos rotundamente estériles y víctimas de nuestra adultez. Y a quienes permanecen durante toda su vida «unos niños» los criticamos con rudeza. A un adulto se le dice: «Ya, para, parece un niño…», cuando en realidad se está volviendo a un estado natural del ser.

El escritor francés Jean Duvignaud, en su libro El juego del juego (en español lo editó el Fondo de Cultura Económica, en 1980), recuerda cómo su profesor lo reprimió cuando habló de un asunto muy «serio» sobre la filosofía de autores clásicos como Sócrates, descartes y Kant en tono de juego. El profesor de filosofía se aterrorizó ante una declaración del joven Duvignaud, desacralizaba un tópico muy profundo de la vida de éstos ante su pensamiento. Y aunque la reflexión era válida, el regaño del maestro lo alejó del tema y del propio maestro de filosofía. Luego, ya pasado el tiempo, Jean Duvignaud declara en torno a ese acontecimiento: «…sé muy bien que no me habría ligado al teatro, a la creación artística, a la fiesta, a los sueños, a lo imaginario, si no hubiese tratado de elucidar cierta experiencia del ser, cuya raíz está en la libertad del juego».

Lo anterior nos permite, de nueva cuenta, recordar que es a partir del juego que uno se involucra en el arte, y el arte es una forma clara que funciona para el aprendizaje y para cultivar el espíritu.

Porque el arte es juego, les dejamos a los artistas esa tarea no sin críticas muchas veces y por eso los declaramos como locos.

Y es verdad: el juego y el arte tienen algo de locura, pero haciendo un juego de palabras: el arte es una locura que cura el alma. Eso nadie lo duda. No aquellos que se atreven a ser otra vez niños y juegan al arte, cuyas reglas muy firmes no se separan nunca de las reglas que sostienen al juego.

Duvignaud, citando a Huizinga dice que «todo juego tiene reglas», pero decimos nosotros junto a Duvignaud que no debemos permitirnos que nos encarcelen. Las reglas atan, es cierto. Pero nada hay sin reglas. Y debemos traspasar, como en el juego, esas reglas y elevarnos para encontrar en lo lúdico a nuestro ser.

Jugar es soñar. Y en el sueño hay libertad y reglas, ¿ya se nos olvidó?

Somos lo que soñamos de nosotros mismos.

Y «el soñador inventa el escenario onírico de sus noches mediante la palabrería de su vigilia y, sin duda porque la lógica que preside esa palabrería es distinta en sí de aquella que rige la vida práctica, el sueño sigue el mismo camino», nos dice Duvignaud.

Los individuos buscan la seguridad y temen al juego porque los vuelve vulnerables al no estar en su territorio de adultos, que está regido por las reglas que la sociedad impone. El juego y el sueño —pese a sus reglas implícitas— nos ofrecen un estado de libertad, invariablemente. Nos acercan a nosotros mismos y nos alejan a la vez.

El juego es regla y ruptura para quienes juegan: «En ese estado de ruptura del ser individual o social, lo único que nos cuestiona es el arte. La imagen del mundo, la mitología que lo acompaña, la creencia religiosa o política, la propia economía (que jamás se reduce a un simple cálculo en abstracto) sí se ven afectadas por esos surgimientos inopinados y molestos para el orden establecido», declara Duvignaud, y debemos apelar al juego, siempre.

En todo el campo social e individual el papel que juega el juego es edificante si sabemos jugar. En el juego tal vez no buscamos nada, pero nos da todo. El juego es un Todo y es una Nada.

Entonces: «¿Qué buscamos cuando no buscamos nada? Sucesión de ademanes, de movimientos de emociones cuyo único fin es el propio juego», afirma Jean Duvignaud.

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