Para Víctor Villarreal, profesor de la Preparatoria Número 11 y estudioso de las letras, hubo un momento preciso en su vida lectora en el que los libros dejaron de ser únicamente textos que se comprenden para convertirse en experiencias que se viven. Ese punto de quiebre llegó con Altazor, de Vicente Huidobro, una obra que no lo acompañó de manera pasiva, sino que transformó su forma de leer y de pensarse a sí mismo como lector y como docente.
“Llegó en un momento en el que todavía confiaba demasiado en el sentido y en la estructura”, explica Villarreal al recordar su primer encuentro con el poema. En esa etapa, concebía la lectura como un proceso ordenado, en el que el texto debía “decir algo” de forma clara. Sin embargo, Altazor apareció como una sacudida. “No lo leí buscando respuestas; el libro me enseñó que la lectura también puede ser vértigo, caída, juego y desconcierto”, señala.
Al pensar en el libro que más lo ha marcado, Villarreal reconoce dos versiones de sí mismo. Por un lado, el lector que era antes de esa experiencia, aquel que aún se aferraba a la idea de que comprender era el objetivo principal de todo poema. Por otro, el lector que comenzó a ser después de terminarlo: uno que entiende que no todo debe ser explicado. “Después de Altazor comprendí que leer no siempre es avanzar con seguridad, sino atreverse a perder el suelo, incluso el del lenguaje”, afirma.
Esa transformación trascendió lo personal y se manifestó, con el paso del tiempo, en su práctica docente. Para Villarreal la literatura no solo transmite contenidos académicos, sino que incide en la percepción del lector y dialoga con su contexto. Si Altazor pudiera hablar de él como lector y profesor, considera que diría que le enseñó algo sin que lo notara de inmediato: que el verdadero aprendizaje literario también ocurre cuando el texto incomoda y desarma certezas.
Desde el aula, esa experiencia se traduce en una manera distinta de enseñar. Villarreal concibe la literatura como un espacio donde el desconcierto tiene valor formativo y donde perderse en el lenguaje puede ser una forma profunda de conocimiento. Altazor no le ofreció respuestas definitivas, pero sí una convicción que sigue guiando su mirada académica: en la lectura, caer también es aprender.