
En los pasillos del CUCiénega, como en otros centros de la Red, todos los días se cruzan vidas, búsquedas y sueños de estudiantes, universitarios y universitarias que con cada paso, construyen juntos una historia que acaba de cumplir 100 años
A Severo Díaz Galindo, sacerdote y científico, su amor a Dios lo llevó a estudiar los cielos con devoción. A José María Arreola Mendoza, con quien compartía vocación, la ciencia le revelaba el mismo misterio. Juntos fundaron observatorios para todos: uno religioso, otro estatal y más tarde el universitario, el Institutode de Astronomía y Meteorología de la UdeG; lugares donde la gente podía alzar la vista y descubrir que entender el firmamento también era una forma de agradecer la vida.
Estos primeros destellos de curiosidad y vocación formaron parte de un movimiento que, un siglo después, se convertiría en una de las instituciones más emblemáticas del país. La refundación de la Universidad de Guadalajara no solo reorganizó facultades y levantó nuevos edificios; también encendió una mirada hacia el conocimiento que, con el tiempo, se convertiría en parte del alma de la ciudad, abriendo puertas a generaciones de estudiantes, docentes y soñadores.
Cien años después, esa misma búsqueda, la de aprender, mirar y compartir, sigue viva en cada rincón de la universidad. En el Centro Universitario de la Ciénega (CUCiénega), Eduardo González Ochoa inicia su jornada cuando el sol apenas asoma detrás de los edificios. Lleva veinte años en la caseta de vigilancia, trabajando 24×24, observando cómo el silencio de la madrugada se llena poco a poco de pasos, risas y mochilas. Antes fue chofer de autobús, pero un día decidió detenerse y seguir algo distinto: los caminos que se trazan dentro de la universidad.
Desde entonces, su vida se entrelaza con la de miles de jóvenes que cada día cruzan el portón rumbo a sus sueños. Sabe que podría retirarse ya del trabajo, pero formar parte de la Universidad de Guadalajara ha sido una oportunidad importante para él: le permitió sostener a su familia, crecer como persona y sentirse parte de algo más grande que su propia rutina diaria.
Por esos mismos pasillos camina Jocabed Nahomi Gómez López, estudiante de Mercadotecnia y taekwondoín. Carga el uniforme en la mochila y la determinación en la mirada. Medallista en el campeonato de Intercentros 2024, llegó a formar parte de la selección universitaria, lo que la llevó a competir en otros estados. Entre clases y entrenamientos, Nahomi descubrió que la universidad no es solo un lugar para estudiar, sino un espacio donde la pasión y el conocimiento pueden convivir sin estorbarse.
Un par de aulas más allá, Evelin Noemí Acevedo, estudiante de Contaduría Pública, acomoda las piezas de ajedrez sobre el tablero. Entre números, cuentas y estrategias, ha encontrado un ritmo propio: la calma que se necesita para pensar antes de mover. También representó a la UdeG en Intercentros 2024 de donde regresó con una medalla y ahora enseña a otros lo que sabe, aprendiendo que también es una forma de seguir jugando.
Desde otro punto del mapa universitario, Inmaculada Márquez Noriega recuerda su llegada a México. Vino desde España, primero como estudiante de doctorado, con la curiosidad como equipaje y la incertidumbre como compañera. Desde entonces, cada nueva estancia en el país la fue acercando más a la universidad: regresó en 2018 para profundizar sus investigaciones y, tras completar un postdoctorado en 2021, llegó decidida a quedarse. En 2022 comenzó a trabajar oficialmente como profesora en el CUCiénega en el área de salud. Su primer día de clases coincidió con un sismo, un inicio inesperado que hoy recuerda con una sonrisa y cierta fascinación por lo imprevisible de la vida académica.
Poco a poco, Inmaculada encontró en la UdeG algo más que un espacio de trabajo. La universidad se convirtió en refugio y rutina, en una comunidad que la recibió y la hizo sentir en casa, aun estando a miles de kilómetros de su familia. Entre clases, laboratorios y charlas con estudiantes, descubrió la riqueza de un entorno diverso: colegas de distintos centros, jóvenes con historias propias, un constante intercambio de experiencias y saberes. Para ella, enseñar no fue solo transmitir conocimiento, sino integrarse a una red viva de personas y sueños, y comprender que la universidad puede ser un lugar donde la vida también se transforma.
Cien años después de la refundación, los cielos que Severo y José María estudiaron con asombro siguen inspirando curiosidad. Los pasos de Manuel en la caseta de vigilancia, los tatamis de Nahomi, el tablero de ajedrez de Evelin y los laboratorios donde Inmaculada construye su espacio muestran que la vida universitaria sigue latiendo con fuerza. Cada historia sigue su camino, pero todas se cruzan en los pasillos, en las aulas, en los patios, recordando que aprender, cuidar, competir y enseñar son sólo formas distintas de abrir puertas y transformar vidas, tal como ha hecho la Universidad de Guadalajara durante un siglo.
Este contenido es resultado del Programa Corresponsal Gaceta UdeG que tiene como objetivo potenciar la cobertura de las actividades de la Red Universitaria, con la participación del alumnado de esta Casa de Estudio como principal promotor de La gaceta de la Universidad de Guadalajara.
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