martes, diciembre 2, 2025
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Amin Maalouf, narrar el mundo tras la guerra

El Premio FIL, en charla con jóvenes, no solo ofreció con su ejemplo de vida sabiduría y conocimiento, sino que invitó a las nuevas generaciones a empezar a escribir el mundo y el futuro que quieren

Fotografía: Abraham Aréchiga

La sala estaba llena, pero mi atención terminó reducida al pequeño grupo que formamos en nuestra fila. A mi izquierda, una estudiante de Relaciones Internacionales, atenta a su libreta doblada entre las manos, como si ahí fuera a caer la respuesta que había estado buscando desde hace tiempo. A mi derecha, chicos de la Preparatoria 10: jóvenes, algo inquietos al inicio, pero con esa mirada expectante que solo aparece cuando alguien presiente que va a escuchar algo que vale la pena. Aquí no hay nombres porque nunca se preguntó. No por timidez, no por apatía. Fue porque no era necesario, sabiendo que todos estábamos reunidos para encontrar un rayo de luz en cueva. El rayo de luz de Amin Maalouf, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025. Y yo, al centro, 17 años, corresponsal por primera vez, intentando equilibrar la responsabilidad del oficio con la emoción de estar viviendo algo que me rebasaba.

Cuando, frente al auditorio de Mil Jóvenes con…, Maalouf comenzó a hablar en francés —entre el murmullo de la traductora, los audífonos y las voces que llegaban un segundo tarde— algo casi irónico ocurrió: con todo y el enredo de idiomas, la claridad surgió intacta. Era como si la sabiduría y el conocimiento no necesitaran escoger lengua para hacerse entender. Vi cómo la chica de Relaciones Internacionales ladeaba un poco la cabeza cada vez que una idea la sorprendía, mientras los estudiantes de la Prepa 10 abrían los ojos con una mezcla de desconcierto y reconocimiento. La diversidad, la migración, la responsabilidad de nuestra generación… nada les era ajeno. Lo que estaba relatando a todos nos tocaba un nervio distinto.

Foto: Paola Borbón

Y entonces comenzaron las preguntas.

Fue ahí donde sentí que la energía en nuestra fila cambió. La joven de Relaciones Internacionales respiró hondo, levantó la mano y lanzó una pregunta sobre paz y guerra, hilando la preocupación de nuestra generación con la manera en que los conflictos moldean la vida de millones. Me sorprendió la firmeza con la que habló; el propio Maalouf la escuchó con una atención casi ceremoniosa.

Yo también me armé de valor. Levanté la mano, con el corazón retumbando un poco más rápido de lo que quisiera admitir, y pregunté sobre ese mundo distópico que parece tambalearse entre esperanzas frágiles y amenazas que se multiplican. Le pregunté cómo seguir encontrando sentido, cómo construir desde ahí.

Mientras él respondía, recordando que el futuro aún no está escrito, que las generaciones jóvenes tienen en sus manos herramientas históricas para resolver problemas que antes parecían imposibles y que es la primera vez en la historia que tenemos todo para cambiarlo, entendí algo que quizá no cabía en mi libreta, pero sí en mi pecho: ese premio que él recibe no es casualidad. Es el reflejo de una vida que, tras la guerra, tras la migración, tras la reinvención, eligió narrar el mundo con lucidez, pero también con fe.

En ese momento, sentada entre jóvenes que descubrían junto conmigo ese horizonte posible, ya no era solo una corresponsal tomando notas. Era parte del mismo impulso: ese que Maalouf señaló como el motor del futuro que nos toca escribir.

Foto: Paola Borbón

Al finalizar, quisimos pasar a tener su autógrafo. Yo no tenía su libro, había hojeado alguna vez una de sus obras, pero hasta ahí. Quería su firma en algo más sagrado para mí: mi libreta de Corresponsal Gaceta 2025. Ya había conseguido la de Bernardita Bravo, ¿por qué esta no?  

No nos tocó. Esperé un poco más y uno de esos hombres de traje me dijo que no alcanzaría, pero no me rendí… Y en efecto, no alcanzé, pero al menos todos en esa sala nos llevamos algo: la certeza de que, aun con voces distintas, nuestra generación ya empezó a escribir el mundo que quiere habitar.

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