La ciudad abierta

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Al inicio de su primer libro, Tengo que morir todas las noches, Guillermo Osorno escribe: “Con el tiempo, me he dado cuenta de que las aventuras de Henri Donnadieu y el bar El Nueve son como el lado B de la historia oficial: se entrecruzan con las peripecias de un país que entró en un periodo de cambios. Los quince años de vida del bar, de 1974 a 1989, coinciden con el último suspiro del llamado milagro mexicano y el inicio de una época de transformaciones convulsas, la decadencia del PRI, el partido en el poder que comienza a mostrarse viejo por los embates de su propia corrupción, las devaluaciones, la inflación y el despertar de la sociedad civil”.

El libro es una crónica sobre el mundillo underground de los bares gay en el DF en los años ochenta, enfocada en el origen y desarrollo del más característico de aquellos locales, y que se hizo a partir del conocimiento directo en la juventud de Osorno, pero sobre todo de su labor periodística que parte de las entrevistas con el encargado del icónico bar al que hace referencia la historia, un francés nacido en plena ocupación nazi en París, que después de deambular por el mundo terminaría en México.

Sobre este personaje y su actuar en aquellos días resume: “Si uno presiona a Henri a que juzgue las aportaciones de El Nueve, él asegura que, muy a su manera, entre gays, travestis, alcohol, drogas y rock, el bar contribuyó a la democratización de la cultura y las costumbres del país; lo hizo más plural, más tolerante. Y yo añadiría, más interesante”.

De acuerdo a Osorno, la idea de escribir este texto surgió al ser editor de la revista DF por Travesías, y hacer un especial sobre la vida nocturna de esa ciudad. Cuando alguien mencionó el nombre de Henri recordó sus “épocas de El Nueve”, por lo que al hablar con él y tratar de hacer un artículo al respecto se dio cuenta de que la historia “era muy grande, con muchos vuelcos y con personajes interesantes para hacerse un libro”. Esto sucedió hacia 2004, y el libro tardó en escribirse porque, aun cuando “esas primeras entrevistas tenían el germen mismo de la historia, no sólo quería hacer unas estampas de un viejo lugar en la ciudad, sino conectarlas con otros hechos” de la transición social y política en el país.

Las líneas que conforman el libro son el grupo gay en el DF, que a finales de los 70 despierta políticamente y comienza a luchar por sus derechos; la creación de un bar de clase media que se divierte “en sus propios términos”, y la tercera es la cultura de los jóvenes que se mete en El Nueve, que dan “un caldo donde se gestó buena parte de nuestras ideas sobre la ciudad abierta y cosmopolita”.

En aquellos momentos en el país se vivía una gran crisis económica, y la ciudad se “percibía invivible por la contaminación y también por el temblor de 1985, además de la presencia del SIDA y una enorme homofobia”, por lo que esa generación se sentía “defraudada”.

El autor dice que en los ochenta “se retoma una tradición rota en el 68, que es la capacidad de los jóvenes de incidir en la vida pública”, ya que después de aquella mítica fecha, del concierto de Avándaro y de la represión posterior al “halconazo” en el 71, “la cultura de los jóvenes queda en una especie de catacumba; se va a refugiar a los márgenes de la sociedad. Y es en los ochenta cuando el dinamismo se vuelve a manifestar. Los años dos mil, le deben a aquello tal renacimiento y la capacidad para concebir escenas alternativas y propias”.

La Ciudad de México se volvió más cosmopolita, porque hubo “un deseo generacional de no vivir en un país pacato y en crisis, sino en un mundo abierto”, que sin embargo, no se dio al mismo ritmo en otras partes de la república.

Osorno menciona que en el libro hay “una intención de hacer homenaje y guiño a otros cronistas”, de manera directa o indirecta, como Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska, ya que “hay un deseo de poner al día esas ideas sobre la ciudad, y volver a revisarla como se vive hoy”.

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