El dios ebrio

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    Quizá es el escritor norteamericano más polémico del siglo pasado. En sus textos hay alcohol, prostitutas, vida rastrera, vomitonas, basura, violencia, mierda, policías, hijos de puta, patios traseros, callejones, chulos, pordioseros, homosexuales, jefes injustos, malditos de toda laya. El 9 de marzo de l994 murió en Los íngeles, la ciudad que para él significó tanto.
    Contrario a cualquier forma de domesticación, su escritura sencilla y directa recrea la vida de los bajos fondos de Los íngeles. Notables son las descripciones del mundo prostituto, la deshumanización laboral, los bares, las misiones de caridad, los pordioseros y en general de la vida de los desheredados del sueño americano.
    Viviendo siempre en el límite del precipicio, no le tenía miedo a la muerte: “Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Se concentran demasiado en coger, ir al cine, el dinero, la familia, coger. Sus mentes están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos.”
    Su infancia fue difícil, pues su padre era estricto con él: la forma de comportarse en casa, los juegos en que participaba y los amigos que tenía. Vivió abrumado. El escritor recordará muchos años más tarde: “Cuando las cosas se pusieron realmente difíciles, durante la depresión, mi padre pegó a mi madre en varias ocasiones; algunas veces intenté detenerle, pero entonces, cuando acababa de pegarle a ella, empezaba a pegarme a mí.”
    Harto de los cuestionamientos en su casa, para independizarse presentó solicitudes de empleo en al menos quince lugares distintos. Quería rentar un cuarto en el centro, pues ahí se respiraba una sensación de vida, jolgorio y libertad que no se sentía en los barrios periféricos. Se le había metido en la cabeza la idea de hacerse escritor.
    Quince días duraba en un empleo, una semana en el siguiente, un mes con dos días en el conseguido más tarde. Pronto se dio cuenta de que en todos los sitios se exigía a los empleados entregar toda su lealtad y sus fuerzas a cambio de un sueldo miserable que les permitía sólo mantenerse vivos para seguir siendo explotados.
    Habría de esperar veinticinco años para que su escritura le diera de comer.
    El año l946 marca una estación especial en su vida, conoce a Jane, una mujer alcohólica diez años mayor que él. Pronto empezaron a vivir juntos, pues era la única persona con la cual podía hablar sin sentirse rechazado. Conocidos en todos los bares cercanos al cuartucho en que vivían, armaban escándalo, bronca, rompían objetos, y casi siempre salían arrastrandose de borrachos. Charles escribía un relato muy de cuando en cuando que, sin corregir, arrumbaba en cualquier sitio. Él y Jane estaban demasiado ocupados con la bebida como para darle tiempo a la escritura.
    En diciembre del 58 falleció el padre. El escritor se hizo cargo personalmente del funeral. Después del entierro, regresó a la casa paterna y se ocupó en regalar a los vecinos todas las cosas que había en ella; la vendió y lo más de prisa que pudo despilfarró el dinero en apuestas y bebida: era una forma de rebelarse contra el padre muerto, quien en vida siempre había buscado la posesión de riquezas, aun a costa de su felicidad.
    Se había convertido en un poeta conocido en las revistas underground. Era solicitado por los editores más vanguardistas. Se daba tiempo para escribir, apostar en el hipódromo y beber. Aunque su éxito era modesto, lo embargaba un sentimiento de triunfo.
    Había dado la espalda a la formación universitaria para educarse en las calles. Si tuvo acceso a grandes obras de la literatura, siempre le resultó más atractivo aprender directamente de quienes se veían maltratados por el destino. En un poema de esos años, escribe: “Decir grandes cosas de los reyes y la vida / enunciar ecuaciones como un genio de la matemática / fui a ver una obra de Shakespeare / pero la grandeza no llegó; / yo no digo que tenga buen oído / ni un alma buena, pero gran parte de Shakespeare / me aburrió, lo confieso, / y me fui a un bar / donde un hombre con manos como cangrejos rojos / me contó su vida a través del humo, / y me emborraché cada vez más, / cara a cara con el espejo…”
    Con la promesa de John Martin de entregarle cien dólares mensuales para contribuir a sus gastos, su jubilación, más los escasos ahorros que tenía, el 2 de enero de l970 renunció en definitiva a su empleo en la oficina de correos. Al día siguiente empezó la redacción de Cartero, que concluyó en tres semanas; correcciones y limpiezas al texto le llevaron seis días, así que antes de un mes estaba llamando a su editor para que pasara a recibir el manuscrito.
    Bukowski fue un escritor solitario que huía de los ambientes literarios e intelectuales para buscar sus temas entre la basura. Sin que sus libros sean representativos de una generación, como en su momento lo fueron El guardián en el centeno de (Salinger), En la carretera (Kerouac) y Aullido, (Ginsberg), valen por su fuerza evocadora.

    *Ramiro Aguirre es escritor.

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