Del auto sacramental al absurdo

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Juan José Arreola, el creador —que amó e hizo amar al lenguaje—, fue un artista que cimentó su obra en ideas de original complejidad. Su prodigioso manejo de la palabra escrita y oral permanece vivo en los relatos que son leídos por los más jóvenes. Y si bien sus cuentos son lo más conocido de su obra, en su dramaturgia hay un sello singular que acentúa su personalidad como autor.

Arreola fue un actor confeso, que demostró su interés por el teatro con la creación de sí mismo como un personaje erudito y locuaz, cuya excentricidad atrapó a propios y extraños. Luego del fracaso que vivió como actor se alejó de los escenarios, pero esa distancia sólo fue como intérprete, pues el cariño que le profesó a la escena se mantuvo presente de diversas formas. Entre 1939 y 1940 Arreola se concentró en la escritura de algunas farsas que le permitieron llegar de nueva cuenta al teatro desde la dramaturgia, un territorio que no le resultaba familiar. Surgieron varias piezas como Tierra de Dios, Rojo y Negro y La sombra de la sombra, sin embargo, sólo Tercera llamada, ¡tercera! o empezamos sin usted, consiguió el interés y la publicación.

En principio lo que encontramos en Tercera llamada es uno de los asuntos más populares en el teatro religioso hispánico: el mito bíblico de Adán y Eva. Con él, Arreola construye un misterio fársico que parte de la tradición medieval y renacentista española para integrarlo al discordante tono del absurdo y el existencialismo sartreano. Las imposibilidades de la vida en pareja, los odios que produce la convivencia, así como la moral cristiana siempre omnipresente, se manifiestan con la forma de auto sacramental que contempla ángeles y demonios. Vicios y virtudes atraviesan el pensamiento y conducta de una ella y un él que tienen por ocupación principal amargar la existencia del otro.

Las miserias del cornudo que tan bien desarrolla Arreola en su Bestiario, aparecen también en esta obra que convierte al público en testigo y cómplice de las tragedias de la vida conyugal. Como dramaturgia, esta pieza despierta el interés por el celo de alquimista con el que Arreola eligió los ingredientes. Por un lado la tradición cristiana con todo el peso que ha sentado en el desarrollo de la cultura latinoamericana y, por el otro, la inyección de un agente ácido que exacerba el humor con negrura.

En 1954 Arreola publica La hora de todos que apenas altera la fórmula anterior. En esta segunda pieza la tradición dramática religiosa de la España medieval y del llamado Siglo de Oro se manifiesta de nueva cuenta ahora con la referencia directa a la obra de Francisco de Quevedo escrita en 1645. Quevedo desarrolla, bajo el mismo título, una variación de la historia en la que La Fortuna por fin recupera la razón y brinda a todos sólo aquello que merecen. Ante semejante alteración, los dioses intervienen para volver todo a su desorden original. En esta obra Quevedo describe episodios concretos de su época; además de burlarse mordazmente de las clases altas. “Para las enfermedades de la vida, solamente es medicina preservativa la buena muerte”, escribe Quevedo, y Arreola esta postura crítica la encuentra en un acontecimiento que fue noticia internacional. En 1945 el famoso Empire State fue impactado por un avión bombardero. Para Arreola, este accidente da pie a un espectáculo que posee la estridencia del vodevil, en el que el magnate Harrison Fish será juzgado por sus acciones delictivas. La humillación ajena y la desigualdad social atraviesan la pieza que el mismo autor llamó “un juguete cómico en un acto”.

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