La creación de hábitos y actitudes marca la labor del profesorado

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Los profesores seguirán siendo capaces de desempeñar su papel irremplazable a la hora de cultivar la apertura reflexiva a lo nuevo y la lealtad reflexiva hacia lo ya conocido.

Christopher Day

La labor de transmisión de hábitos y actitudes va ganándole terreno en las aulas del Sistema de Educación Media Superior a la tradicional forma de mera transmisión de concimientos que desempeñan los profesores. La educación actual y del futuro reclama un profesional que descubra y conduzca al alumno por las diferentes áreas del conocimiento, que le enseñe a seleccionar, evaluar y jerarquizar lo que lea. Estas son algunas conclusiones en que los pedagogos están de acuerdo. Es esencial el papel de los docentes como guías éticos y cívicos de los alumnos, puesto que el mayor ejemplo que reciben procede de ellos.

Sin duda es el alumno el que debe ocupar el centro de todo acto educativo y la enseñanza debe adaptarse a él y no lo contrario, para que se sienta cada vez más libre de decidir lo que quiere aprender. Según algunos teóricos, el profesorado da total prioridad a la formación científica, en menoscabo de la formación básica inicial y los métodos pedagógicos.

Resaltar el protagonismo que está recuperando el docente, sobre todo con la incorporación de las nuevas pedagogías y tecnologías, es entender que su papel es el de “profesor tutor, orientador, guía, ejemplarizante y dialogante, el cual enseña mientras resuelve interrogantes, a la vez que enmarca lo particular en un conocimiento más amplio”.

Por lo anterior, hay que señalar que la renovación de la educación sólo tendrá lugar en la medida que se disponga de suficientes profesores cualificados, de probada vocación, dedicación y eficacia, que cubran su papel en el aula y en la sociedad.

Leí hace tiempo que Albert Camus, Premio Nobel de literatura, escribió a su profesor de primaria en Argelia cuando recibió ese galardón: “Sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello, continúan siempre vivos en uno de los pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.

En el presente siglo XXI podemos destacar cuatro rasgos fundamentales de los docentes, basándonos en la carta de Camus a su profesor: la personalidad, la actitud afectuosa, la capacidad de producir aprendizaje significativo y el ejemplo. Para ello la función docente, además de buenas aptitudes y actitudes, exige medios y recursos.

En suma, la reforma educativa pendiente para el presente-futuro es, para estos profesionales, la de la formación y la situación del profesorado. Una reforma que no sólo incumbe a la población escolar, sino que exige un profundo cambio de mentalidad y acciones sociales diversas y precisas. Se debe implicar a las familias, la comunidad, los hombres y mujeres de fe, los políticos, los periodistas, los empresarios… Nos queda claro que en este maravilloso mundo debemos renovar una y otra vez tradiciones y prácticas si queremos que éstas sobrevivan en el cambio.

Pretender que el adolescente no responda ante la experiencia y, en consecuencia, la suprima, constituye una pérdida de humanidad, porque lo privaría —sea en los ámbitos local o global— de recursos culturales nuevos y de la reconstrucción de los mismos, algo que siempre ha sido necesario.

Sin duda la profesionalización docente y su legado pedagógico halla su expresión en la encrucijada entre la lealtad reflexiva a lo conocido y la apertura reflexiva a lo nuevo. No tiene una forma predeterminada y encarnada y no se puede educar directamente para adoptar una determinada orientación; no se puede forzar en ningún ser humano ni tampoco producir de acuerdo con el programa de acción de un currículo. Sin embargo, estoy seguro que se puede cultivar.

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