El año 2017 estará marcado por la llegada a la presidencia de Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo en términos militares, de Donald Trump, un hombre populista y simpatizante de las ideas de ultraderecha, que muestra en su discurso poco respeto por los derechos humanos.
En Europa los reacomodos geopolíticos, la constante amenaza del terrorismo y el débil crecimiento económico, provocarán el aumento de la intolerancia, el reforzamiento de las ideas nacionalistas y de extrema derecha en amplios sectores de la población, aunado a una falta de liderazgo político visionario capaz de dar certezas a una población cada vez más desorientada, que buscará refugio en ideas y pensamientos en apariencia tradicionales, pero que son más bien añoranzas de pasados falsos que nunca volverán, ante una realidad globalizada ineludiblemente.
Asia, de la mano del poder demográfico de China, seguirá con toda probabilidad con el mayor crecimiento económico del mundo. Detrás solo estarán los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Países que tratan de dejar su categoría de “emergentes” a costa de la explotación brutal y deliberada de los recursos naturales que nos pertenecen a todos, aunada a la explotación sin límites de niños y adultos indistintamente. La preocupante constante de estos países es, desafortunadamente, su corrupción galopante y sus sistemas de gobierno poco democráticos y, en ocasiones, con altísimas dosis de autoritarismo.
México parece que tendrá la marca, este 2017, de una degradación en el poder adquisitivo, provocado por la liberalización del precio de la gasolina, el aumento en el costo de la canasta básica, la alta inflación, la depreciación del peso, el crecimiento mediocre de nuestra economía y los recortes presupuestales en distintos rubros estratégicos de apoyo gubernamental. La falta de liderazgo político en México, la incapacidad de nuestros dirigentes de proponer alternativas, una práctica de corrupción descarada y millonaria parece que provocará, también, incertidumbre en la población y la posibilidad de que el país se asemeje cada vez más a un polvorín que podría estallar en cualquier momento.
En este contexto, las universidades (y aún más las universidades públicas) tenemos una gran responsabilidad que debemos asumir con el trabajo del día a día. Nuestra labor tiene un impacto directo en la sociedad, porque en las aulas se forman los profesionistas sociales, tecnólogos y científicos que han de contribuir al engrandecimiento de nuestro pueblo. Abogados, administradores, psicólogos, humanistas e ingenieros de todas las áreas deben ser formados y preparados con honestidad, competencia y un gran sentido de la responsabilidad social. Los egresados deben dar muestra de ello. Los científicos universitarios, por su parte, contribuyen con investigaciones de “frontera” , que abren ventanas a nuevos desarrollos tecnológicos y a innovaciones con un positivo impacto social y ecológico, y que deben aportar alternativas a los retos del siglo XXI.
No dejemos que este mundo dependa de la dirección de unos pocos. Desde nuestras trincheras, con responsabilidad y generosidad, aportemos lo que nos toque.