A la Tierra con enorme rapidez

964

En una fotografía de la rueda de prensa que Orson Welles ofreciera un día después de la emisión radiofónica del primer capítulo de la adaptación de la novela La guerra de los mundos (1898), del escritor británico H. G. Wells, se le ve perplejo, incómodo, incluso desorientado, como si fuera él mismo uno de esos miles de radioescuchas que creyeron que los Estados Unidos estaban siendo invadidos por una horda de alienígenas —lo que les hizo pensar que la invasión pronto alcanzaría otros territorios y países. La rueda de prensa se citó para que el cineasta tratara de explicar dicha emisión —que fue el 30 de octubre de 1938—; hubo quien dijo que más bien se trató de pedir una disculpa. Welles no quería.

Sea como fuere, esa transmisión por radio convirtió el mundo, por momentos, en un escenario de horror generalizado. El acontecimiento se dio en tiempos en que los ecos de la Gran Depresión (1929-1939) todavía se escuchaban en tierra norteamericana. Esta atmósfera enrarecida contribuyó a que cundiera la paranoia y a que rápidamente el alboroto se diseminara por muchas ciudades del país. “Damas y caballeros, tengo que anunciarles una grave noticia”, comenzó diciendo Welles al interrumpir la programación de la CBS estadounidense. El programa se planeó de ese modo: como si se tratara de emitir, cada tanto, boletines que notificaran la situación y cómo iba evolucionando. El montaje de una emergencia.

“Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte…”, continuó Welles. En la parte científica cita al profesor Farrell, del Observatorio de Mount Jennings de Chicago, quien había observado en el planeta rojo algunas “explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez…”. Y en “la más palpable realidad”, desde la CBS, Welles se enlaza hasta Nueva Jersey, concretamente a Grovers Mills, donde se suponía que tenía lugar el aterrizaje en aquel momento. Carl Phillips, presente en el lugar, narró: “Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado…” La transmisión concluyó con un misterioso y categórico “Continuaremos informando”.

Puede parecer descabellado: pero tras la histórica emisión miles de personas en Estados Unidos se lanzaron a las calles, presas del pánico, y en su desquiciamiento dejaron posesiones; sin pensarlo mucho abandonaron sus casas, saturaron las carreteras, tiendas de paso, gasolineras y estaciones de policía.

Los pedidos de auxilio, en persona y por teléfono se multiplicaron en un santiamén. Orson Welles no calibró la dimensión del programa que había preparado y emitido, sin embargo, H. G. Wells quizás sí sabía de lo que hablaba, o más bien, de lo que escribía: el autor británico prefiguró en su imaginación lo que habría de venir en ese tiempo, pero sobre todo ahora. 

La teoría del cuento de Ricardo Piglia sostiene que un buen cuento refiere dos historias, y no solamente una como pudiera fácilmente parecer. El autor argentino afirma que una historia es la superficial, es decir, aquélla que la componen las frases y renglones y que sigue el desarrollo del cuento en su lectura.

Pero hay otra: una oculta, que está por debajo de esa tela de los acontecimientos narrados y que aparece hacia el final. Saltando las formas, en la novela La guerra de los mundos podría aplicarse esta teoría de Piglia.

En la superficie, el autor británico da cuenta de las oleadas de marcianos en diez momentos (o llegadas), en igual número de días, aunque la invasión, primero en Londres y después en otras ciudades, se prolonga por unas tres semanas, alterando el orden y desatando un estado de paranoia. Transcurridos esos veintiún días los marcianos acaban sucumbiendo la vida en el planeta tierra. Debajo de este entramado Wells —y lo corroboraría la transmisión radiofónica de Welles situándola en Nueva Jersey—, prefigura nuestros tiempos al sugerirnos que tal invasión es, ahora, posible. Una máquina del tiempo que se descompone.

Artículo anteriorResultado del concurso de becas 2016-B
Artículo siguienteAcuerdo que establece las Bases para el Programa de fortalecimiento de invenciones en la Universidad de Guadalajara, 2016-2017