En su poesía es reconocible un tono tendiente a la nostalgia, a ese recuerdo (y sus tonalidades) que permanece latente, nada más que a la espera de que se le nombre para saltarnos a los ojos con toda nitidez y alegría. Y si al amor se le puede definir como un ritual cotidiano es gracias a los versos de Carmen Villoro (Ciudad de México, 1958), quien dice que la poesía es “nombrar la experiencia subjetiva de estar en el mundo”. Una experiencia que con sencillez ella ha sabido llevar al poema.
En Espiga antes del viento (Secretaría de Cultura de Jalisco, 2011), de la colección “Clásicos jaliscienses”, se puede hallar material poético de sus libros Que no se vaya el viento (1990), Delfín desde el principio (1993), Herida luz (1995), Jugo de naranja (2000), Obra negra (2002), En un lugar geométrico (2001) y Marcador final (2002), además de algunos poemas no coleccionados. Villoro, sin embargo, también ha incursionado en el ensayo con El oficio de amar (1996) y en el cuento infantil con La media luna (1993) y Amarina y el viejo Pesadilla y otros cuentos (1996).
Si bien su poesía aparece ligada a la evocación, la nostalgia, la infancia, el amor y el cuerpo amado, de esta antología (Espiga antes del viento) resalta el libro Herida luz, en el que el hilo conductor de los veinte poemas que lo conforman es el dolor: “Cómo decirte pequeña / que esto que te mordió es la muerte, / un animal sin cola y muchos dientes / que no existe en los zoológicos…” Y un dolor, como son algunos, incurable, porque su germen es la pérdida, la muerte, precedida de una desgastante agonía.
“…Ya sea en prosa o en verso, lo que ha distinguido a Carmen Villoro desde su primer libro es la sencillez, la brevedad, la claridad, sus imágenes, conceptos, ideas”, escribe en el prólogo del libro Jorge Orendáin. Hay un punto en su poesía, profundo, atrayente, en el que convergen la llaneza de las palabras y el enaltecimiento de lo cotidiano, de lo nimio, de lo común: “Soy partidaria de la poesía comprensible, sencilla y que se refiera a aspectos que todos conocemos por nuestra experiencia humana”, dice Villoro, citada en el prólogo.








