Historias con tinta roja

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    La nota roja no se hace únicamente en México. Como lo señalan Marco Lara Klahr y Francesc Barata, “el tratamiento del suceso criminal fue una pieza clave en la consolidación del periodismo industrial”, y esto se dio en el ámbito mundial a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
    Juan Luis Cebrián, el que fuera primer director del diario español El País, habla de la espectacularidad y el impacto noticioso que siempre ha buscado la prensa desde sus inicios. “Las noticias raras y absurdas han gozado siempre de un protagonismo admirable desde que se instalaran los precedentes más conocidos de la historia del periodismo moderno: los ‘gazzettanti’ venecianos o los ‘canard’ parisinos” (El pianista en el burdel ).
    La exageración, la calumnia y por supuesto los famosos “hechos de sangre”, han sido parte del periodismo desde sus inicios. En México, investigadores de la historia de la prensa encuentran antecedentes particulares, como la llamada “literatura de cordel”, que en la España del siglo XVI se componía de una serie de gacetillas que publicaban escándalos y hechos violentos, que al mismo tiempo que mortificaban a la sociedad, la excitaban. Estos formatos pasaron a la Nueva España y gozaron de una popularidad inusitada para la época. Como lo escribiera Octavio Paz, lo que los españoles y los mexicanos tenemos en común es “el amor por los monstruos, los fenómenos y los esperpentos”.
    Es curioso y revelador que se sitúe el origen del término “nota roja” en la propia Guadalajara. Fue en el llamado Mercurio Occidental, a finales del siglo XIX, periódico fundado por Manuel Caballero –considerado el primer reportero mexicano–, quien le ordenó a “un muchacho que daba vuelta a la rueda de la prensa pusiera la mano empapada en tinta roja en todos los ejemplares que salían a la calle. Y los excelentes burgueses se horrorizaban pensando que Primitivo Ron [el asesino del gobernador de Jalisco, Ramón Corona] en persona había colocado la diestra empapada de sangre” (De la opinión a la noticia. El surgimiento de los géneros informativos en México).
    Horrorizar y fascinar: los periódicos y su profesionalización le debieron mucho a estos dos sentimientos que los lectores parecen buscar hasta nuestros días. Aunque ha existido desde siempre un conflicto moral entre los espectadores de hechos violentos. Ya el escritor Iván Turgeniev en su crónica “La ejecución de Troppmann” (ver bloc de notas) hablaba del absurdo de ver en vivo la muerte de un hombre, aunque este fuera en apariencia culpable:

    Hemos contemplado la impresión que produce este espectáculo en el pueblo; su lado edificante es inexistente (…) Qué utilidad, por mínima que sea, han podido sacar de esta noche de insomnio, de borrachera, de holgazanería y de perversión (…) ¿Qué provecho he obtenido yo mismo? ¿Un sentimiento de admiración involuntaria por el asesino, el monstruo moral que ha dado pruebas de su desprecio por la muerte?

    La violencia y su discurso
    El acceso a la violencia y el morbo, del cual de manera aparente no pueden prescindir las sociedades occidentales, siempre fue una preocupación de los intelectuales, desde Jean-Paul Sartre y Sigmund Freud, hasta Jean Baudrillard y Alain Finkielkraut. Ya el autor de La náusea le confesaba a su joven amigo Jean Daniel (fundador de Le Nouvel Observateur): “No dudéis en hablar de sangre y sexo. Es lo que les gusta a los burgueses y les provoca sentimientos de culpa”.
    Esta esquizofrenia moderna, a medio camino entre el vouyerismo y el hiperconsumo, marca el siglo XX y parece anestesiarnos también en este siglo frente a un hecho tan dramático como puede ser en México la muerte de decenas de miles de personas en el sexenio que termina. Los medios masivos de comunicación y sus imposturas e intereses parecen no ayudar a que podamos ver más allá de modelos discursivos preconcebidos y maniqueos. Como lo señala Fernando Escalante Gonzalbo, “en el discurso oficial de la presidencia de la República, desde 2006, son una misma cosa los criminales, los delincuentes, los narcotraficantes, los violentos”. Cobijado por la prensa y sus editorialistas en todos los medios, el Estado vendió la idea de que el país estaba en peligro inminente. “La idea del control territorial [por parte de los cárteles] es sin duda la pieza clave para lo que se podría llamar el relato oficial de la guerra contra el crimen organizado” (Nexos, octubre, 2012).

    Epílogo
    La palabra “crimen” desciende del latín crimen, que tanto significaba “delito” como “acusación”. En la medida en que la nota roja se empeña en ser la nota del crimen, se continuará banalizando a los muertos y su drama seguirá pasando inadvertido.
    Regreso a la coherencia intelectual de Turguéniev, quien al mismo tiempo que acepta su fascinación “por esa bestia natural” sedienta de sangre que todos llevamos dentro, se da el tiempo de reflexionar sobre el origen de la violencia, que afecta por igual a las víctimas, a los victimarios, y por supuesto, a los testigos diarios en que se convierten los lectores, radioescuchas y telespectadores. Si se pierde la indignación frente al crimen –cualquiera que sea su origen– nuestra alma está condenada.

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